He Dicho

Cuauhtémoc, el mejor

Encontró en la animadversión y la hostilidad un par de herramientas extraordinarias de motivación, escribe Miguel Gurwitz.

No hay camiseta más pesada que la que contiene los colores de tu bandera. Portarla representa no sólo tu sueño, sino el de millones. Te convierte en alguien especial; te hace ser parte de un muy selecto grupo, ese que llaman el de "los mejores".

Pero conlleva responsabilidades, muchas, quizá más de las que debería, tomando en cuenta que el futbol es sólo un juego del que no dependen cosas que afecten la vida diaria de un país, y aunque entendemos las implicaciones, no deja de ser un tema emocional.

Pero pesa, sí que pesa. Cuántos ídolos hemos visto sucumbir ante la presión del verde, blanco y rojo. Cuántos cracks hemos visto derretirse en esa olla de presión.

Por lo mismo, recordar a quienes no sólo la vistieron, sino estuvieron a la altura, merecen ser siempre recordados.

Y en ese sentido la memoria de este servidor tiene un lugar especial para el que considera el mejor que sus ojos le han permitido ver. Uno especial. Un futbolista que nunca mandó eliminar la palabra "obligación" de su diccionario. Uno que encontró en la animadversión y la hostilidad un par de herramientas extraordinarias de motivación. Uno que se fortalecía con cada mentada de madre; que sonreía en tiempos de angustia. Que inspiraba confianza. Uno de esos muy extraños seres que encontró en el campo de futbol el de sus sueños y un sitio inmejorable para su diversión, porque se divertía, sí que se divertía.

Especial en su manera de jugar, de moverse, de hablar y hasta de insultar. Uno al que si no le asistía la palabra le sobraba la expresión.

Uno que era grande con la camiseta de su equipo y enorme con la de su Selección.

El autor de la cuauhteminha, que lo describía a la perfección: de barrio.

Un crack, el mejor que estos ojos han podido ver con la Selección Nacional y que ayer cumplió 46 años.

Uno al que el Tri y el futbol extrañarán siempre.

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