Pie de Página

Tokio 2020: la fe en el “garganso” de a libra

El mínimo presupuesto destinado a la Conade indica que la Cuarta Transformación se diferencia en nada de los gobiernos priistas y panistas, escribe Mauricio Mejía.

Cuatro años después de los Juegos Olímpicos del 68, el gobierno de Luis Echeverría mandó a Múnich a una de las más numerosas delegaciones olímpicas de la historia mexicana. Las nueve medallas conseguidas en Ciudad de México hicieron creer a la administración del "arriba y adelante" que la inercia se convertiría en un éxito en las pistas alemanas. La Guerra Fría se encontraba en su punto más dramático: los sistemas avalaban sus plataformas políticas en las Magnas Justas, únicos campos en los que batallaban cuerpo a cuerpo. La Unión Soviética –con todo su poder ideológico- ganó la contienda en Baviera: 99 preseas; 50 oros. Estados Unidos –el país del deporte, según Joseph Roth- logró 94 y 33. ¿México? Una plata: la de Alfonso Zamora, en el boxeo; categoría de 51 a 54 kilogramos.

La decepción de Múnich -bien criticada por Jorge Ibargüengoitia en sus columnas de Excélsior- provocó una reacción negativa contra el deporte en el gobierno echeverrista y en los siguientes. El entusiasmo por el 68 se convirtió en un desprecio absoluto de los gobiernos por la felicidad de sus ciudadanos, porque el ejercicio físico es, antes que otra cosa, una necesidad básica para el bienestar de las personas. Los planes de desarrollo volvieron a la sustancia más elemental de antes de la sede olímpica: el garbanzo de a libra. Los patrocinadores de los atletas volvieron a ser los padres, como el caso mitológico de Francisco Cabañas, el medallista de 1932, quien pudo hacer el viaje a Los Ángeles gracias a la ayuda de su madre.

Al presidente Andrés Manuel López Obrador no le importa que su pueblo, bueno y sabio, practique deporte. El mínimo presupuesto destinado a la Conade indica que la Cuarta Transformación se diferencia en nada de los gobiernos priistas y panistas. López Obrador supone, fiel a su espejo diario, que todo es beisbol. Porque ese maravilloso deporte le gusta a él. Como lo ha dejado en claro en otros asuntos de gabinete, su mundo es el suyo y sólo el suyo. Nada a su izquierda nada a su derecha. De frente y no se quita.

Es extraño que en su insistente combate a la corrupción no utilice las enseñanzas de la vida deportiva: los atletas, desde la antigua Grecia, respetan las reglas del juego, reconocen ilegalidad en la trampa y, sobre todo -como diría Homero-, saben que gana el mejor, el que es siempre el mismo y sobresale de los demás.

En un país polarizado y encrespado el deporte debe ser una herramienta para la concordia y la estimulación del espíritu colectivo. Hace medio siglo, después de la matanza de Tlatelolco, México disfrutó del goce unánime de los actos atléticos. Tokio 2020 está a la vuelta de la esquina: la ilusión mexicana esperará otra vez que triunfe el ganso de a libra, como lo fue la actual directora de la Conade, Ana Gabriela Guevara.

COLUMNAS ANTERIORES

Cortés es mexicano
Muralismo tropical

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.