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Aquel otoño y la torta de tamal

El 68 no dejó una cultura deportiva en el país. Cuatro años después, en Múnich, la delegación mexicana sólo consiguió un bronce en el boxeo, escribe Mauricio Mejía.

Contra todo, el 12 de octubre de hace medio siglo Gustavo Díaz Ordaz inauguró los Juegos de la XIX Olimpiada de la era moderna. Los Juegos de la paz. Porque sólo en ella -decía el lema- todo era posible. Desde que se supo que la Ciudad de México había sido elegida por el Comité Olímpico Internacional como sede de las Magnas Justas del 68, entrenadores, atletas y jefes de misión tuvieron una objeción: los más de dos mil metros sobre el nivel del mar en los que se ubicaba el Distrito Federal. Temieron que la altura acabaría con los pulmones de los agones de las múltiples disciplinas. Ya en la capital, el miedo se derrumbó hecho pedazos.

En el atletismo, tan sólo, se rompieron 14 récords mundiales (el más emblemático el de Jim Hines en los 100 metros planos: 9:95; se bajó de la barrera de los 10 por primera vez en unos Juegos Olímpicos y luego el brazo levantado de los Panteras Negras) y 12 olímpicos, en ambas ramas. En el campo, Bob Beamon alcanzó los 8.90 metros (récord olímpico vigente) en el salto largo; en el de altura, Dick Fosbury estableció el estilo de espalda y logró una marca olímpica de 2.24 metros y en el lanzamiento de disco Al Oerter logró su cuarto oro olímpico consecutivo con 64.78 metros. El estadio olímpico de la Ciudad Universitaria fue el escenario de una cascada de proezas.

La piscina de la Alberca Olímpica Francisco Márquez fue testigo de la consolidación de las carreras atléticas de Michael Wenden, Don Schollander y Charles Hickcox; de Debbie Mayer, Claudia Kolb y Lynette McClements. Nada tuvo que ver la altura en el rendimiento de las delegaciones extranjeras.

La mexicana tuvo su mejor desempeño desde París 1924: nueve medallas, tres de cada color, incluidas las primeras y únicas, hasta ahora, en la natación: María Teresa Ramírez, bronce en los 800 libres, y Felipe Muñoz, oro en los 200 pecho. También las primeras en marcha y esgrima. Memorables estampas la llegada de José Pedraza en los 20 kilómetros, el triunfo de El Tibio y el triunfo de Ricardo Delgado en el boxeo.

Pero el 68 no dejó una cultura deportiva en el país. Cuatro años después, en Múnich, la delegación mexicana sólo consiguió un bronce en el boxeo. Solamente algunas de las instalaciones construidas para la cita tuvieron vida útil para la promoción del deporte, que apenas clausurados los Juegos dejó de ser prioridad para los gobiernos siguientes, priistas y panistas. Fue un jolgorio, un fiestón que dejó una cruda para 50 años. México es el país con más jóvenes con sobrepeso del mundo. ¡Ah, pero qué rica aquella torta de tamal!

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