Mauricio De Maria Y Campos

Tercera llamada: Límites y oportunidad de una política de desarrollo industrial nacional

Mauricio de María escribe sobre política industrial en México y cómo ésta ha evolucionado a través de los sexenios, así como los retos que enfrenta el nuevo Gobierno.

Primera llamada: La última vez que el discurso político destacó la necesidad de una renovada política de desarrollo industrial fue durante el gobierno de Miguel de la Madrid. Las manufacturas habían tenido un rápido crecimiento desde los 40. La crisis de la deuda externa y el petróleo coincidió con el agotamiento del modelo cerrado de sustitución de importaciones.

No fue fácil implementar la nueva política industrial y de comercio exterior tras de la crisis de 1981-82. Contra viento y marea- condiciones recesivas y de estancamiento de la economía- se echó a andar un decreto de fomento de la industria automotriz, que promovió las primeras plantas de ensamble de escala global (Ford Hermosillo, la primera) y transformó una balanza comercial negativa en equilibrada; se emprendió el desarrollo de la industria electrónica fomentando inversiones seminales extranjeras y mixtas para producir computadoras y equipos conexos; se estableció un decreto de fomento de la industria farmo-química nacional que impulsó la producción de sustancias activas en México, la investigación tecnológica con empresarios mexicanos, el abaratamiento de las adquisiciones gubernamentales y abrió la puerta al desarrollo de genéricos. La negociación del ingreso de México al GATT abrió la puerta a la apertura comercial gradual y garantizó la transformación competitiva de la industria nacional en un plazo de 10-15 años.

La llegada en diciembre de 1988 de un nuevo gobierno dio lugar a una nueva Secofi, que declaró de inmediato su oposición a la política industrial y aceleró en cambio la apertura rápida e indiscriminada al comercio y las inversiones extranjeras. Unos años después hizo irreversible y profundizó nuestra integración a la economía norteamericana a través de la firma del TLCAN. La promesa fue exportaciones crecientes y un rápido desarrollo nacional. Lo primero ocurrió, sin duda, pero lo segundo nunca en los 24 años siguientes. Las importaciones crecieron a la par que las exportaciones; las manufacturas perdieron su participación en el PIB; la banca, la industria y las exportaciones se extranjerizaron y el crecimiento de la economía -ligado al de los EU- permaneció en un mediocre 2.3 por ciento anual.

Segunda llamada: Desde 1988 los que abogamos por emular -a la mexicana- el exitoso modelo asiático de industrialización y los ejemplos de algunos esquemas europeos -Alemania, Finlandia, Irlanda- nos hemos quedado frustrados cada sexenio. La llegada en 2000 de Fox al poder nunca cumplió nuestras expectativas de transición a la democracia, pero tampoco de recuperar el crecimiento y de lograr un nuevo desarrollo industrial acelerado. Nunca se obtuvieron tantas divisas de las exportaciones petroleras y de la industria automotriz y de las remesas de migrantes. Las tasas de interés estuvieron en su nivel más bajo en muchos años. Pero se desperdiciaron los recursos en gasto corriente y faltó voluntad y creatividad para lanzar inversiones en infraestructura y promover empresas productivas de capital nacional. Se optó por dejar el campo a las trasnacionales y a los changarros. Los gobiernos de Calderón y Peña Nieto siguieron por el mismo camino: no a la política de fomento industrial para aprovechar los múltiples acuerdos de libre comercio.

A pesar del rápido avance de China, Corea del Sur, y más recientemente India y Vietnam, impulsados por una fuerte inversión pública y privada nacional (complementado por la extranjera) y un desarrollo tecnológico y de empresas y marcas propias, México optó por seguir apostándole a ser cabús de la menguante locomotora de los EU y pegarse a sus polémicas y frustradas iniciativas geoestratégicas -como el TPP-. El resultado: ampliación de la brecha en el ingreso per cápita con los EU, pérdida mayor de dinamismo del sector industrial y del valor agregado nacional y empleos, salarios y equidad deteriorados; escaso desarrollo tecnológico propio.

Tercera llamada: Hoy México se encuentra en una encrucijada. Trump decidió atender a su clientela proteccionista de empresas y trabajadores (America first); bajar su tasa de ISR; revertir su modelo multilateral de globalización y priorizar su lucha defensiva y guerra comercial frente a China. El T-MEC le ha servido para cantar victoria política, aprovechando su peso económico frente a vecinos dependientes (tanto Canadá como México enviamos 4/5 partes de nuestras exportaciones a ese mercado). México ganó tranquilidad momentánea antes de que AMLO llegara al poder, manteniendo el asimétrico esquema vigente, pero debilitado por concesiones en sectores dinámicos como el automotor y de autopartes y lastimado por dar gusto a empresas trasnacionales como las farmacéuticas y de la economía digital y el comercio electrónico, basadas en abusivos niveles de propiedad intelectual (patentes, protección de datos, derechos de autor).

El reto para este gobierno -además de combatir la corrupción, la violencia y la impunidad- es crecer al 4-6 por ciento anual, sin descuidar la estabilidad macroeconómica, reducir drásticamente la pobreza y la desigualdad y mejorar la inclusión social de sectores marginados.

Ello exige una nueva política macroeconómica y crecientes recursos fiscales y financieros para recuperar los niveles muy deteriorados de inversión pública en infraestructura física y social y detonar inversiones privadas. El mercado interno y la diversificación de mercados de exportación serán tareas cruciales.

Urge una definición al respecto.

Los 25 proyectos prioritarios pueden jugar un papel importante, aunque no suficiente. Hay múltiples sectores productivos, potencialmente claves, como el petroquímico, químico y metálico que no han aparecido en el mapa económico. Lo fundamental sería que los 25 proyectos pudieran ser traducidos en proyectos nacionales consensuados entre sectores público, privado y financiero, capaces de impulsar inversiones estratégicas con desarrollos y contenidos productivos nacionales.

El dilema no es si hay que hacer un tren maya, una inversión en el desarrollo transístmico y del sur del país, o una refinería, sino sus características y viabilidad, quien efectuaría esas inversiones, con qué recursos y tecnologías y que impacto tendrían en el corto, mediano y largo plazos sobre proveedores nacionales, empleo, medio ambiente, formación de recursos humanos y desarrollo empresarial y tecnológico nacional.

No faltarán empresas extranjeras dispuestas a diseñar, realizar y hasta financiar los proyectos. Tampoco empresas constructoras mexicanas interesadas en participar. Será crucial, sin embargo, que más allá de garantizar las mejores condiciones financieras y tecnológicas, veamos los proyectos como palancas del desarrollo regional y nacional y que - igual que lo hicieron los coreanos y los chinos con sus socios extranjeros en su momento- aprovechemos la oportunidad para que participen empresas e ingenieros y técnicos nacionales y la banca de desarrollo con una estrategia negociada que maximice el efecto aprendizaje de los proyectos y el empleo y construcción de capacidades nacionales.

La misma óptica tendrá que aplicarse a las compras consolidadas gubernamentales de computadoras, alimentos, medicamentos o transportes públicos. Las mejores adquisiciones no son las más baratas. El mercado internacional está lleno de gangas y empresas dispuestas a bajar sus precios al suelo para ganar mercados y destruir a empresas locales.

En medicamentos hay empresas trasnacionales y comercializadoras listas para invadir a países e importadores bien intencionados pero ingenuos. En sistemas de transporte público cada gran ciudad ha comprado en su momento el equipo que más ha convenido a intereses públicos y privados, dando escasa atención al desarrollo y consolidación de proveedores locales (más allá de los frecuentes niveles de corrupción involucrados). En las inversiones energéticas, Pemex y las empresas privadas involucradas han reducido drásticamente su compra de equipos e ingeniería nacional -de más de 50 por ciento en los 80 a menos del 15 por ciento en fechas recientes. ¿Sucederá lo mismo en este gobierno? Espero que no; pero estamos en riesgo de que una vez más nos quedemos frustrados. El gobierno, la industria -sobre todo la de capital nacional- y la banca comercial y de desarrollo deben sentarse juntos ya a repensar e impulsar una política industrial de nuevo cuño para la cuarta transformación y los nuevos tiempos tecnológicos globales. Habrá que diseñar políticas creativas y pragmáticas que respondan a los límites y desafíos de la era Trump.

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