Mauricio De Maria Y Campos

El reto global de las pandemias: pasado, presente y futuro

Cinco siglos después y tras de otras pandemias terribles como la del cólera en 1918, el mundo y México están siendo afectados por el coronavirus.

Confinado en casa he tenido la oportunidad de ordenar mi biblioteca y archivos acumulados tras 50 años de vida profesional. Mi esposa lo celebra y yo también, pues me ha permitido redescubrir libros, estudios y documentos que no están en la red, ni en los archivos de mi computadora.

Uno de ellos es un ensayo de Manuel Servín Massieu, microbiólogo del IPN, compañero de la primera generación de 1971 del Conacyt, sobre La historia de las epidemias y las bacterias guerreras. (Revista Fin de Siglo. Junio de 1986).

Comienza por declarar que nuestra generación tiene memoria corta; pero que sabemos mucho de las pandemias desde el siglo XIV, cuando la peste negra azotó a Europa occidental y al este de Asia. Hoy se estima que hubo entre 75 y 200 millones de muertos, concentrada en centros urbanos y en la población hacinada pobre y se extendió en seis meses rápidamente a través de los piojos, pulgas y ratas, que se movían libremente, mientras a la gente se le mantenía en cuarentena. Florencia solita perdió la mitad de sus 100 mil habitantes.

En la introducción del Decamerón, Bocaccio recuerda cómo la peste invadió a Florencia en 1348 y cómo fallaron todos los esfuerzos de previsión humana. El intento por culpar a flagelos divinos o a poblaciones migrantes y judíos, fueron inútiles ante la realidad de la transmisión invisible biológica, consecuencia de los mayores contactos entre Asia, Eurasia y los pueblos del norte de Europa y el comercio marítimo creciente con el Mediterráneo.

Las desigualdades sociales, la pobreza, el hacinamiento y la insalubridad que imperaban en casi todos los países, jugaron un papel clave. Los ricos y clasemedieros libres de contagio dejaban abandonados a los enfermos y se iban al campo a recluirse con amigos, vino y hasta danzas de la Muerte. Pero tampoco ellos pudieron aislarse completamente.

Sabemos que el transmisor principal fue una bacteria presente en las pulgas que se montaba en las ratas comunes. También que el agotamiento de los bosques cercanos a las ciudades y la falta de madera para hervir el agua y otras labores domésticas impactó a las urbes. Una racha de mal clima completó el panorama destruyendo cosechas y provocando hambre.

La inutilidad de los rituales eclesiásticos y las plegarias para acabar con la plaga, frente a la fría arbitrariedad estadística de la infección letal y las muertes de monjas en los conventos contribuyeron a darle mayor espacio a los gobiernos en las ciudades italianas, que reaccionaron con mayor rapidez con medidas de índole práctica, organizando entierros, estableciendo cuarentenas, protegiendo el abasto y estableciendo reglamentos de emergencia que regularan el comportamiento público y privado.

La sustitución de los valores medievales por los renacentistas en el siglo siguiente, no fue solo resultado de la peste; pero el éxito con que las autoridades urbanas consiguieron finalmente reaccionar contribuyó a la mayor sensibilidad europea hacia la ciencia y el abandono de la idea del flagelo divino como castigo a los pecadores.

Otro caso histórico que Servín Massieu examina muy bien es el de las epidemias de viruela que acompañaron a los conquistadores españoles en México, Mesoamérica y más tarde Sudamérica. Citando a Alejandra Moreno Toscano, nos recuerda que la población indígena en lo que hoy es México disminuyó de 25 a un millón de habitantes, 24 millones de muertos en menos de una década por los microbios que trajeron los españoles y sus animales a tierras mesoamericanas y la cuasiesclavitud de los indígenas. Epidemias de toda clase fueron registradas en las crónicas aztecas y lamentadas en la visión de los vencidos.

La población azteca fue diezmada por la viruela durante 60 días en el momento de la Conquista y después por el contagio y las hambrunas subsiguientes. Nuestro país fue víctima sanitaria de la primera gran globalización.

Cinco siglos después y tras de otras pandemias terribles como la del cólera en 1918, el mundo y México están siendo afectados por el coronavirus. Muchos culpan a la globalización de los últimos 50-70 años y apuntan a la explosión demográfica y a los mayores flujos de comerciantes, turistas y migrantes. Trump y algunos europeos sugieren construir bardas y fortalezas para detener a los trabajadores o refugiados extranjeros. Otros sugieren volver a patrones de autarquía nacional y regional, destacando que la población mundial llegó ya a los 7 mil millones de habitantes.

Si bien las cuarentenas y Susanas Distancias son indispensables en el corto plazo, la historia y la evolución tecnológica recientes en las comunicaciones y los transportes muestran que los aislacionismos en el largo plazo no son viables y no conducirían a evitar contagios -menos en un mundo de 7 a 10 billones de habitantes. La cura para las epidemias no es la segregación o el apartheid social, sino la previsión oportuna –como lo han hecho Vietnam, Corea del Sur y Alemania recientemente- y el fin de la pobreza, y la exclusión social y más cooperación regional y global.

Yuval Noah Harari destaca en un ensayo reciente que si bien la crisis pandémica actual nos está afectando terriblemente -y los recuerdos de otras epidemias están todavía frescos en muchos de nosotros- el impacto de las epidemias se ha reducido considerablemente en el siglo XXI gracias a los avances de la ciencia y la capacidad de prevención y alerta temprana. La condición de que realicemos permanentemente la vigilancia global indispensable y actuemos oportuna y coordinadamente ante las primeras señales de las pandemias.

Harari nos recuerda que la historia demuestra que:

1.- No es posible protegerse permanentemente cerrando fronteras. 2.- La verdadera protección proviene de estar alertas, compartir la información científica confiable y la cooperación internacional. 3.- Lo más importante: entender que una epidemia en cualquier ciudad o país pone en peligro a toda la especie humana, porque los virus evolucionan, pueden transferirse inesperadamente de un animal a una especie humana, sufrir mutaciones, abriendo trillones de oportunidades de adaptación.

En los años 50 el mundo pudo derrotar a la poliomielitis y en los 70 al sarampión porque toda la población del planeta fue conducida a vacunarse; lo mismo pasó con la fiebre amarilla, la viruela y otras enfermedades.

Hoy debemos atender urgentemente la problemática presente y sus efectos económicos y sociales, pero también mirar hacia el futuro. Ello exige a cada Estado-Nación y a los organismos regionales y mundiales fortalecer su capacidad de prever y atender coordinadamente y con oportunidad las grandes prioridades de hoy y del futuro; establecer los mecanismos necesarios de vigilancia y coordinación que garanticen no solo la seguridad frente a las amenazas a la paz mundial, sino también la seguridad alimentaria, sanitaria, ambiental, social y un desarrollo verdaderamente sostenible e incluyente del planeta; tal como lo demanda un informe reciente del Centro Tepoztlán Víctor Urquidi.

Ello demanda, entre otras cosas, reformas para democratizar el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI y el Banco Mundial.

Lamentablemente continuamos con la misma gobernanza excluyente que establecieron los países triunfadores de la Segunda Guerra Mundial a través de la ONU y las instituciones de Bretton Woods y, en particular, un Consejo de Seguridad, cada vez más incapaz de atender las necesidades actuales y previsibles del planeta.

Escasean líderes mundiales para encabezar esas reformas; los pocos que quedan, como Angela Merkel, ya se van. Los que permanecen, como Trump, no tienen credibilidad o decidieron tiempo atrás adoptar las políticas obtusas defensivas del "yo primero". ¡Así no se puede! China parece estar dando una muestra distinta de fe en el multilateralismo y en la cooperación frente a la pandemia. Ojalá y ayude a unirnos en la construcción de un nuevo orden global.

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