Mauricio De Maria Y Campos

Covid-19. ¿oportunidad para un nuevo multilateralismo?

El próximo director general de la OMC necesitará un gran capital político, el apoyo decidido de su gobierno y de países clave de las diversas regiones del planeta.

La crisis generada por la pandemia ha sido muy reveladora de las deficiencias del sistema multilateral, que se han venido acumulando desde los acuerdos de Bretton Woods y la creación de la ONU hace 75 años. Irónicamente las fiestas de aniversario han tenido que minimizarse por la emergencia sanitaria imprevista y la sana distancia obligada.

¿Habrá llegado la hora de asimilar lecciones de la globalización desigual, cada vez menos sustentable y gobernable?

El antimultilateralismo de Donald Trump, presidente de EU, todavía la mayor potencia militar y económica mundial, impulsora del orden institucional de la posguerra, ¿no será un síntoma cada vez más evidente de que urgen reformas de forma y sobre todo de fondo al sistema para garantizar la paz y la seguridad de todo el planeta?

La mayor eficacia relativa de una parte de la sociedad mundial: Asia-Pacífico (China, Vietnam, Corea del Sur, Nueva Zelanda) y algunos países europeos (Alemania) en la lucha contra la pandemia y sus impactos negativos económicos y sociales vis a vis los desastres de EU, América Latina, India y algunos países europeos nos ofrece algunas lecciones: la mayor previsión, alerta temprana y capacidad estatal y privada de organización, acción pública y cooperación ante catástrofes y grandes desafíos pueden conducir a la sociedad mundial a mayor prosperidad y bienestar incluyentes.

La resiliencia de organizaciones mundiales como la OMS, el FMI y otras agencias de Naciones Unidas así como de organizaciones regionales económicas y de salud -OPS y CEPAL en Latinoamérica- para reaccionar con iniciativas, diagnósticos y acciones inmediatas de coordinación y cooperación, frente a lo inesperado y la adversidad, evidencian la importancia de un sistema multilateral global y regional de coordinación y cooperación.

Sin embargo, no hay duda de que la mayor parte de los programas y las acciones urgentes y eficaces frente a la emergencia sanitaria, económica y social han descansado mayormente en capacidades nacionales y a veces subnacionales y locales singulares.

El Consejo de Seguridad de la ONU ha sido particularmente omiso y poco relevante para actuar a la altura de las circunstancias y movilizar los recursos necesarios para realizar una lucha más eficaz frente a la mayor amenaza para la seguridad humana desde la creación de la ONU; un riesgo mayor al que han significado numerosas guerras, golpes de Estado y conflictos regionales que han ocupado la mayor parte de su tiempo. EU no ha tenido el mayor interés que el CSONU actúe ante la emergencia. Por el contrario, Trump ha declarado la guerra a la OMS y ha anunciado el fin de su membresía.

La ONU ha adoptado ocasionalmente declaraciones e iniciativas para promover programas, medidas y desarrollo de vacunas de acceso para todos -en este último caso por propuesta mexicana. Si bien todas las agencias especializadas de la ONU han dado a conocer programas frente a la emergencia, ellas mismas han estado bastante paralizadas por la sana distancia; parecería que en la práctica los únicos responsables de dar la batalla en serio han sido la OMS, los organismos regionales de salud, las comisiones económicas y el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo -con recursos presupuestales muy limitados.

En este contexto urge que a la brevedad posible se plantee la conveniencia de un estudio de gran visión para fortalecer el multilateralismo y reformar la ONU y el Sistema de Naciones Unidas, incluidos sus principales órganos de gobierno.

Se requiere democratizar el sistema, ahora cautivo de un Consejo de Seguridad, totalmente obsoleto frente a los cambios geopolíticos de los últimos 75 años; adecuarlo a los desafíos actuales de la globalización tras la pandemia y a un planeta de 8, 9 y 10 mil millones de habitantes y nuevas generaciones demandantes de alimentación, educación, salud, empleo, desarrollo, bienestar, paz y seguridad humana en todos sus ámbitos.

Es una tarea difícil pero no imposible y muy necesaria frente a la crisis que nos ha tocado vivir y lo que espera en las próximas tres décadas. Durante 1998-99 tuve la oportunidad de participar en el Grupo de los 16 para el fortalecimiento del multilateralismo y la reforma de las Naciones Unidas. Con la encomienda del presidente Zedillo, fui embajador de México en ese grupo, coordinado desde Nueva York por el embajador de Suecia ante la ONU, con la participación de embajadores de 15 naciones más, representativas de las diversas regiones del mundo, interesadas en un cambio de fondo en la gobernabilidad mundial.

Después de estudios detallados y consultas internacionales, incluyendo entrevistas con los jefes de Estado y los cancilleres de los 16 países, el informe y las opciones de reforma se entregaron al Secretario General de la ONU, Kofi Annan, a fines de 2019. EL objetivo era ponerlo a consideración de los Estados miembros y de los órganos de gobierno de Naciones Unidas en el año 2000. Desafortunadamente ello nunca sucedió. Los países miembros permanentes del Consejo de Seguridad no lo consideraron oportuno. Se limitaron a discutir y aprobar ese mismo año los bien conocidos Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Hoy la reforma del sistema de la ONU es más apremiante y podría justificar un nuevo Grupo de los 16; pero exige que los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad -EU, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia- los ganadores de la Segunda Guerra Mundial, se pongan de acuerdo en ella y admitan la posibilidad de perder su derecho al veto y a otros privilegios injustificables.

Mientras tanto, continentes y regiones enteras -como África y América Latina- y países de gran población y poderío económico tienen que seguir sujetándose y resignarse en todas las decisiones importantes del Consejo de Seguridad –incluyendo el derecho de intervenir militarmente en cualquier país y la elección del secretario general de la ONU– al acuerdo de los cinco.

En las últimas dos décadas la creación del Grupo de los 20 y el ascenso de China y su Banca de Infraestructura Asiática en la Ruta de la Seda han generado sistemas alternos complementarios de coordinación y cooperación económica al margen de la ONU y las instituciones de Bretton Woods.

Sin embargo, en renglones económicos claves como el del comercio mundial, la OMC sigue prevaleciendo con todas sus limitaciones y desacuerdos.

La próxima elección del nuevo director general, a la que México ha presentado su candidato, Jesús Seade, será una dura prueba del nuevo realismo económico multilateral. El organismo se encuentra paralizado desde hace tiempo ante el fracaso de la Ronda Doha de liberalización global del comercio de bienes y servicios. En su lugar ha surgido una multitud de acuerdos bilaterales y regionales de comercio e inversiones, que ha distorsionado el comercio y las inversiones. Una verdadera telaraña sobre la cual ahora se debaten el voluntarismo proteccionista de Trump -que ha frenado la función arbitral- la creciente rivalidad EU-China y las aspiraciones geopolíticas y económicas de potencias regionales.

El próximo director general de la OMC necesitará un gran capital político, el apoyo decidido de su gobierno y de países clave de las diversas regiones del planeta para sortear la mayor crisis en la historia de la organización y emprender las grandes reformas pendientes en materia pesquera, del órgano de apelación y de precisión del trato especial y diferenciado.

México tiene una larga tradición y experiencia en la esfera multilateral. Hoy requiere, sin embargo, una nueva visión, voluntad, organización interna, presencia mundial y recursos para enfrentar los retos y las oportunidades que se asoman en el horizonte global. El primero de enero de 2021 iniciará una dura prueba cuando ingrese al Consejo de Seguridad de la ONU. ¡Mucho éxito, Juan Ramón!

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