Despertador

Bauman y el rescate del Estado mexicano

La ruta de separar el poder político del poder económico a través de la recuperación de las facultades y atributos del Estado, que ha asumido el actual gobierno de México, es la ruta correcta.

La obra Estado de crisis, de Zygmunt Bauman y Carlo Bordini, expresa el enorme reto del Estado en nuestros días. Los autores dicen que la crisis que sacudió al mundo en 1929 tuvo resonancias apocalípticas; hubo suicidios y se tiraron toneladas de productos al mar, además del derrumbe financiero. Pero los afectados por aquel desastre no dudaron en decidir a quién acudir en busca de auxilio: el Estado. Este tenía el poder, la capacidad para conseguir que se hicieran las cosas. El keynesianismo apostó por su potencia y sus recursos. El Estado estaba armado de una soberanía absoluta e indivisible sobre su territorio. Y salió de la última guerra mundial expandido, reforzado y convencido de su tarea para cumplir con las aspiraciones integrales de un "Estado social". A la Segunda Guerra Mundial siguió una "treintena gloriosa".

Sin embargo, a mediados de la década de 1970 ese avance se detuvo. Apareció una nueva crisis y los Estados empezaron a tener dificultad para cumplir con las elevadas expectativas. La confianza en la potencia del Estado comenzó a erosionarse. En la percepción social, el Estado pasó de ser el motor más formidable a convertirse en un obstáculo.

Así apareció una nueva potencia, con el poder y la capacidad que antes tuvo el Estado, una fuerza poderosa destinada a sacar al mundo de la nueva crisis: la "mano invisible del mercado". El poder mágico de la codicia traía a la mesa los términos "desregulación", "privatización", "subrogación" y otros.

Tras la "treintena gloriosa" vino la "treintena opulenta". La vorágine del consumo y el crecimiento del PIB en países desarrollados parecían expresar que la codicia estaba dando resultados. Los bancos encontraron un vasto territorio virgen para inundarlo con tarjetas de crédito. Los préstamos hipotecarios crecieron como la espuma para darle rienda suelta a la euforia consumista.

Pero la burbuja estalló. En 2008, las esperanzas de opulencia, de ascenso perpetuo, se desvanecieron en medio del desempleo, quiebras, deudas, caída del nivel de vida y degradación social. Ahora le tocó el turno de perder efectividad a la mano invisible del mercado.

En 1929 la salida a la crisis fue el Estado. A fines de los 70 la salida a la crisis fue el mercado. Pero en 2008 no quedaba claro que pudiera regresarse al Estado como salida a la crisis. El Estado ya no era lo mismo que hacía 100 años. Su poder había sido desmantelado. Carecía de los recursos y de los medios que había tenido. No parecía contar con la fuerza para someter a los mercados, que se habían vuelto globales, fuera de todo control político. Las decisiones se tomaban por los poderes fácticos, que por su naturaleza supranacional no estaban obligados a observar las leyes de los Estados.

El empoderamiento del mercado evidenció un nuevo fenómeno: el divorcio del poder y la política. El poder como la capacidad de hacer posibles las cosas. La política como el ámbito de discusión del qué hacer. El poder lo asumieron los mercados. El Estado se quedó con la política solamente. Llegado a esta fase el Estado se convirtió en una entelequia a la que se exige cada vez más y puede hacer cada vez menos.

El retrato del Estado en crisis que dibujan Bauman y Bordini, expresa el tamaño del reto que tiene México, enfrentando épicamente el poder de los mercados globales con el rostro de compañías eléctricas, mineras canadienses, supermercados, calificadoras, importadoras de gasolinas, etc., en un proceso complejo de reconstitución del poder del Estado, que (a diferencia de esos poderes globales) se deriva de las elecciones, decisiones y mandatos de sus ciudadanos. A los gobiernos los elige la ciudadanía; a los mercados globales no los elige nadie. La ruta de separar el poder político del poder económico a través de la recuperación de las facultades y atributos del Estado, que ha asumido el actual gobierno de México, es la ruta correcta.

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