Retrato Hablado

'Nunca he visto una novela, ni las que hago yo'

Guerra había experimentado con el teatro infantil en Cuba. Se plantaba en el escenario de manera natural. No le provocaba la menor ansiedad.

No pudo Alberto Guerra dejar La Habana con su padre, en 1990, porque no había cumplido con el requisito del servicio militar. Le hizo falta su figura en la adolescencia, que ya brotaba. "A partir de entonces tuve muchos problemas con la autoridad. Y con mi padre, un momento de ruptura".

Cuatro años después logró salir de Cuba, en pleno periodo especial. "No tomé yo la primera gran decisión de mi vida. Si mi madre me hubiera dado a escoger, a los trece, hubiera elegido tomar mi bicicleta para ir a la escuela tres colonias más allá, o tomarme el día para ir a la playa".

El muchacho no la tuvo fácil en México. La adaptación fue muy dura. Su pronunciado acento cubano de Cayo Hueso, un barrio popular en Centro Habana, era objeto de burlas y hostigamiento. Sus compañeros, pero sobre todo algunos profesores de la secundaria diurna número 3, Héroes de Chapultepec, no le daban tregua: "Me acosaba psicológicamente un maestro de español, xenófobo a más no poder. Un día me cansé y me puse de pie, enfrentándolo. Dijo algo así como 'tú cállate, que en tu país andan en taparrabos'. Le di un madrazo en plena cara".

Alberto Guerra terminó su educación sin más tropiezos, en la preparatoria abierta. A los quince años, empezó a trabajar. Su familia estaba apretada: "Vivíamos en un departamento chiquito, de una recámara. Yo dormía en la sala, en un sofá cama y todo lo que me gustaba hacer, costaba; hasta jugar beisbol costaba. Muy chiquito, encontré el camino de los comerciales. Hice muchísimos entre los 15 y los 22 años, cosa que me llevó a independizarme pronto de mi familia. Con 16 años ganaba más que mi papá. Una de las primeras cosas que hice fue regalarle su primera computadora nueva".

Guerra había experimentado con el teatro infantil en Cuba. Se plantaba en el escenario de manera natural. No le provocaba la menor ansiedad. Fue becado en el Foro Stanistablas, la escuela de Patricia Reyes Spíndola, en la Juárez. A mitad de curso, murió su hermano, trece años mayor, de tres infartos, "provocados por una vida de excesos". "Fue un desastre su vida, y yo lo admiraba aún más por ello".

Continuó con sus estudios de arte dramático en la escuela de Alberto Estrella y después en Casa Azul, la de Argos. Guerra había hecho su primera novela para Telemundo. Entre la escuela y la televisión, no había tiempo para comerciales, así que compensaba el ingreso trabajando como mesero. "Me iba bien, pero era una chinga estudiar toda la mañana y chambear toda la tarde, hasta la medianoche", además de cuidar a su hija mayor, que recién había nacido.

Cerca de terminar su carrera, dejó la escuela de nuevo. Su representante le consiguió un personaje en la primera telenovela que coprodujeron Globo y Telemundo. "Con siete meses de trabajo, podía mantener dos o tres años a mi hija. No había mucho qué pensar. Mi vida con dinero en Copacabana se convirtió en un caos. Fue una época de descontrol absoluto de mi parte".

Le cuento al actor, y aficionado al motociclismo, que nunca he visto una telenovela. Me asombra su respuesta: "Yo tampoco, ni siquiera las que he hecho yo".

-¿No deberías verlas, juzgar tu propio trabajo?

-No, para nada, no como un deber. Eso es decisión de cada quien y tiene que ver con tu grado de seguridad o inseguridad. Por lo general, los actores somos seres sumamente inseguros, aunque aparentamos lo contrario. Puedo decir que como nuestro trabajo y nuestra vida están expuestas al escrutinio público, podemos partirnos la madre creando un personaje y, ya sea un crítico reconocido o el espectador más ignorante, te lo pueden destrozar y eso alimenta la inseguridad. Las novelas, además, funcionan muy bien, pero están llenas de paja; son pocos los eventos importantes repartidos a lo largo de una historia. A mí eso no me atrae, pero entiendo que es parte de la historia televisiva de Latinoamérica.

Guerra quería probarse a sí mismo. También por eso fue dejando atrás el género. La telenovela "es un sitio limitado actoralmente. Entonces intenté abrirme camino en el cine, aunque las novelas representaban la mayor parte de mi ingreso".

En el momento justo, migró de la pantalla chica a la grande: "Libré una época muy confusa de mi vida, de pura fiesta, de alcohol y drogas. Entonces se hablaba muy mal de los actores de telenovela, era un mundo de apestados. Eso me pegó fuerte y me llevó a insistir, y acabó yéndome bien en el cine".

Después tomó un riesgo mayor: un puñado de actores de TV Azteca habían recibido una oferta de exclusividad, en una crisis durante la cual en la televisora se decidió limitar la producción de contenido de ficción. Guerra fue uno de ellos. Podría haber cobrado un buen sueldo durante año y medio, sin trabajar. "Estaba en mis veintes, años muy productivos. Rechacé la oferta pero durante cuatro meses sudaba, viendo cómo menguaban mis ahorros".

Poco después audicionó y se quedó entre el reparto de la segunda serie mexicana original de Netflix, Ingobernable. "Aprendí a no sacrificar mi carrera por dinero. El contrato con Telemundo, que mantengo a la fecha, me permite participar en otros proyectos por fuera, que me mantienen ocupado y contento".

-¿Tus conflictos con la autoridad alcanzaron a los directores con los que has trabajado?

-No. De pronto discuto con algún guionista, pero no pasa de ahí. Tengo muy claro lo que importa en la vida. Mantenerme sobrio y limpio –en un medio donde el alcohol y las drogas están normalizados– me ha hecho entender que podemos ser tan minúsculos, que no controlamos ni siquiera lo que nos metemos en el cuerpo. Y mira que está cabrón trabajar aturdido. Pero ahora respeto, y gozo, mucho más mi trabajo.

COLUMNAS ANTERIORES

Alberto Lati, un nómada que explica el mundo através de un balón
‘Cantar es como cuando haces ejercicio’

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.