Retrato Hablado

Necesitamos juristas que pongan límites a los políticos

Enfadado y algo decaído, Juan Tito Garza Onofre pasó casi seis años escribiendo sobre abogados, identificando sus perfiles y caracterizándolos desde la filosofía.

Cuando era niño, no entendía por qué su madre no cocinaba ni por qué pasaba tanto tiempo fuera de casa, mientras lo atendía su padre, una vez que terminaba su medio turno en el hospital. Invoca la fotografía de su titulación: dos hombres en una generación amplia de mujeres.

"No me quejo de los ejemplos que tuve. Gracias a ellos rompí los esquemas a los que estábamos acostumbrados", asegura Juan Tito Garza Onofre, el mimado hijo único de Nancy Onofre, una extrovertida abogada, exsecretaria de Educación de Nuevo León, y de Juan Jesús Garza Onofre, un introvertido enfermero que trabaja hace 35 años en el Hospital Metropolitano de Monterrey.

La influencia terminante fue de su madre. El joven regiomontano, de 1.87 metros de estatura –a la que le debe su apodo– decidió anteponer el derecho a la licenciatura en percusiones, aunque pronto le surgieron dudas. "Al final, no me atreví a vivir del arte". Quizás por eso idealiza a los artistas, piensa, los únicos seres capaces de transformar entornos.

El estudio de las leyes lo aburrió profundamente. Tampoco compartía los principios y valores que pretendían inculcarle los profesores. Por eso, lo suspendió un par de veces. En las pausas, huyó de intercambio al extranjero y a la sierra duranguense, donde realizó labores de servicio social.

Dispuesto a graduarse, Garza Onofre retomó la carrera y cursó la materia de derechos humanos, en pleno auge de la guerra contra el narco. En Monterrey, desgracias que parecían lejanas, como la michoacana, empezaban a padecerse en carne propia. El joven conoció a los líderes de la Caravana por la Paz, Javier Sicilia y Emilio Álvarez Icaza, a la hermana Consuelo Morales, defensora de víctimas, y protestó con las familias de Jorge Antonio Mercado y Javier Francisco Arredondo, los estudiantes acribillados por soldados en el Tec de Monterrey. Entonces se replanteó el rol del abogado y emprendió su carrera académica en la Facultad Libre de Derecho.

"Mientras el país se desangraba", en la facultad se fundó el primer centro de derechos humanos del noreste. Garza estudió y acompañó movimientos regionales que surgieron tras cientos de desapariciones y masacres como la del Casino Royal.

Al rechazar una atractiva oferta de Heineken, que se fusionaba con Cervecería Cuauhtémoc, renunció al mundo corporativo regiomontano. Tampoco se interesó por la política. "Hago una declaración de principios si te digo que hay profesionistas que son mejores políticos que abogados, pero creo que, en este país, en este contexto, necesitamos abogados y juristas que les puedan poner un límite a los políticos".

Un verano como estudiante de derechos humanos en Washington y una pasantía en la Comisión Interamericana de la OEA reforzaron su convicción. Entró como investigador en la facultad y obtuvo una plaza de profesor titular.

Garza Onofre disfrutaba la vida académica y su faceta activista y mediática (empezó a publicar en El Norte en 2013) mientras construía su historia académica. Becado por el Conacyt, partió a Madrid –en la efervescencia del 11-M– para cursar la maestría en la Universidad Carlos III, donde dio el salto de los derechos humanos a la filosofía del derecho. Extendió su formación y planteó a sus profesores escribir la tesis doctoral sobre derecho y literatura, para homenajear a Bolaño, su escritor favorito, que recién había descubierto. De hecho, lo leyó por primera vez en el vuelo a Madrid. Después de Los detectives salvajes, leyó el resto de la obra del chileno. Colegas y maestros le recomendaron que eligiera otro tema; le advirtieron que no lo tomarían en serio y le aconsejaron que se cortara el pelo, que rozaba sus hombros.

Entonces, se peleó con la abogacía, con la concepción que se tiene de quienes la ejercen y con la práctica de la profesión. "Está cabrón que por tener el pelo y la barba largos y por estar cubierto de tatuajes, se dude de tu capacidad".

Enfadado y algo decaído, pasó casi seis años escribiendo sobre abogados, identificando sus perfiles y caracterizándolos desde la filosofía. Entre tanto, cursó una segunda maestría en Alicante. Después hizo una estancia doctoral en la Universidad de Ohio y organizó para sí varias más, desde Ciudad Juárez hasta Temuco, al sur de Chile.

Al culminar la travesía, Garza Onofre fue invitado a incorporarse como profesor en Alicante, "un trabajo de ensueño", donde desarrollaría un manual sobre ética, pero su madre, que había superado un cáncer, recayó. Volvió a Monterrey y, durante su estancia, concursó para incorporarse al Instituto de Investigaciones Jurídicas. "Aspiro a formar gente que estudie, piense, reflexione, calme y ordene un poco la discusión. Urge construir una academia sólida, comprometida, que se apegue a ciertas exigencias y que ofrezca un cambio generacional. Anhelo una academia más humana, que use menos gel, en la que algún día pueda tener un alumno que escriba sobre el derecho y Bolaño".

Airado, Garza Onofre habla sobre la despreocupación que muestra López Obrador frente a las leyes. Las cosas tampoco marchaban bien antes. Los mandatarios que lo antecedieron, opina, tenían una relación hipócrita con ellas. La ley adquiría o perdía valor a conveniencia: "Suscribo a la perfección el adjetivo que utilizas. Yo habría dicho formal, porque Calderón y Peña cubrían en las formas hasta la última coma, la última cita al pie, pero al final, igual nos metían el gol".

"Creo que no es el Presidente quien desprecia la ley, sino toda la administración, que justifica actos ilegales a partir de la justicia, una concepción de la justicia hecha a modo. Esto es peligroso porque genera incertidumbre. Eventualmente eso es como dispararse en el pie, pues los sexenios acaban, y llegará otra persona que les aplicará esa misma ley a la inversa. La reforma educativa es el ejemplo más claro de ello. Si AMLO sigue gobernando por discurso, tarde que temprano, nos quedaremos en la incertidumbre porque a los acuerdos se los lleva el viento".

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