Retrato Hablado

'Me hierve la sangre, pero en este país una mujer no vale nada'

Ana Katiria Suáres dice 'descubrí que el derecho penal era mi vocación. Me gustaba estar en contacto con la gente, ayudar a aliviar su dolor y sufrimiento'.

Ana Katiria Suárez nació en la Ciudad de México, pero se fue con su familia a Aguascalientes cuando era muy niña. Tuvo una infancia de ensueño, lejos de aquí. Podía corretear, trepar árboles, montar, ordeñar vacas, cortar alfalfa, andar en bicicleta con su hermana mayor. "Éramos dos niñas demasiado libres".

La vida en Aguascalientes como hija de padres divorciados había sido una tortura. "No nos dejaban entrar a la iglesia, y no era que tuviera muchas ganas. Mi hermana, mi madre y yo éramos señaladas socialmente. Nos la vivíamos agarrándonos a golpes en la calle". Además, a los cinco años, un perro mordió a Ana Katiria en plena cara. Perdió un nervio ocular, un pedazo de la boca y fue sometida a varias cirugías. Quedaron cicatrices que otros niños no pasaban por alto.

Y aquello continuó en México. El regreso a la capital del país fue complicado, doloroso incluso. Sus padres se habían divorciado y vuelto a casar. La inscribieron en El Rosedal, un colegio de los Legionarios de Cristo, sólo para mujeres. "Era nefasto, deleznable, patético. Ahí, mi personalidad se quebró". Se volvió una niña conflictiva y rebelde.

Ana Katiria Suárez cambió varias veces de escuela. Era, sin embargo, buena estudiante. Fue jefa de grupo. Tomaba clases de ajedrez, teatro y literatura. Entró a la Universidad Iberoamericana para estudiar derecho. Un año antes de eso, ya trabajaba como abogada. "Nunca me gustó la política, pero entendí que necesitaba herramientas para representar a la gente".

Empezó en un despacho civil. Un año después, sus padres se divorciaron por segunda vez y las hermanas se separaron. Ana Katiria se quedó con su padre.

Su madre, que había estudiado la carrera al mismo tiempo que ella, recién se había quedado desempleada. Estaba deprimida. Su hija le propuso que ambas abrieran un despacho. La madre tenía experiencia en derecho penal. La hija sabía que lo aprendería rápido. Rentaron una oficina en Polanco y pusieron manos a la obra. Juntas fundaron Castro & Suárez abogados. "Nos alcanzó para alfombrar el despacho y nada más".

Pronto se hicieron de un buen nombre. Eran respetadas en la Procuraduría de la Ciudad de México. Comenzaron a litigar también en el resto del país y crecieron rápidamente. "Descubrí que el derecho penal era mi vocación. Me gustaba estar en contacto con la gente, ayudar a aliviar su dolor y sufrimiento. Como agradecimiento, por cada asunto bueno que nos cayera, tomábamos uno probono".

Así transcurrieron 12 años, hasta que la relación entre la madre y la hija comenzó a desgastarse. "Crecimos a la par; la nuestra no era la típica historia del papá que impulsa a su hijo y le hereda el despacho. Entre nosotras empezó a surgir la competencia, y no fue de mi parte. Me sentía asfixiada".

Ana Katiria Suárez se fue a Barcelona. Se inscribió a la maestría en Ciencias Penales y Criminología. "Necesitaba poner tierra de por medio. Eso marcó mi vida definitivamente, porque me fui bajo amenaza de perderlo todo".

A su regreso, decidió abandonar su despacho. "No tenía nada. Viví meses en el vestidor de mi hermana, con mi computadora y dos maletas. Fue durísimo, pero gocé de una inexplicable sensación de libertad".

Ana Katiria Suárez trabajó en una campaña política en Colombia y se asoció con algunos amigos para abrir un restaurante. Volvió al litigio a través de recomendaciones y se convirtió en una de las maestras mejor evaluadas por los alumnos de La Salle. Estaba recobrando el buen ánimo cuando leyó en la prensa sobre el caso de Yakiri Rubí Rubio, "que me forjó como defensora de género".

Yakiri había sido secuestrada, golpeada, violada y apuñalada. En su intento por defenderse, mató a uno de sus agresores. La acusaron de homicidio. "Me impactó el caso y ni lo pensé: le mandé un mensaje a su papá, que pedía ayuda en las redes sociales".

"Desde el primer día en Santa Martha, junto a la familia de Yakiri, me sentí en peligro, pero me avoqué al caso como si Yaki fuera mi hija. Dos veces atentaron contra mi vida y yo no sabía ni por qué. Para mí, lo único importante era la integridad y la vida de esa mujer".

Al principio, Suárez asumió la defensa sola, pero feministas, abogadas y otras mujeres profesionales le ofrecieron ayuda, y la aceptó. "Me enseñaron cómo era el litigio con perspectiva de género, cómo modificaba el caso que una mujer hubiera sido agredida por el hecho de ser mujer. Me hervía la sangre. Estaba y está claro que en este país una mujer no vale nada".

Para protegerse, Ana Katiria Suárez se acercó a los medios de comunicación. También para transmitir los detalles del asunto con la claridad necesaria. La abogada se reunió o habló con funcionarios públicos de distintos niveles, desde lo ínfimo hasta lo alto. "Me tacharon de feminista radical, pero yo me desconecté de lo socialmente aceptado. Nunca me ha interesado lo que opinen de mí. Me niego a pertenecer al grupo de penalistas famosos que tiene todo en sus manos para ayudar a una chava como Yakiri, pero no se tocan el alma por nadie".

Suárez obtuvo la libertad y la sentencia absolutoria de Yakiri. Después, tomó una mayoría de casos probono en un despacho que abrió ella sola. Escribió En legítima defensa, publicado por Random House Mondadori, y creó la asociación Voces Humanizando la Justicia, "con el propósito de conectar la psicología con el derecho penal, porque creo que hay que observar al ser humano más allá del tema jurídico".

"A la fecha he sido una perseguida del Estado, pero mientras más me hostiguen, llegaré más lejos. Lo único que hacen es darme más cuerda".

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