Retrato Hablado

'Las redes son arenas políticas, un deporte de combate'

Pablo Rendón dice que 'estamos muy casados con nuestras opiniones, tanto que no permitimos ni la más mínima discrepancia con respecto de lo que nosotros decimos'.

Pablo Rendón es hijo de un cardiólogo y una química bióloga parasitóloga, profesora de preparatoria. Como es de suponerse, el tema de la salud fue algo recurrente en su casa, de modo que estaba convencido de que, cuando llegara el momento, iba a estudiar medicina. "No me lo permitió mi vocación de hipocondriaco", dice muchos años después Pablo Rendón, cuando la pandemia de coronavirus nos ha vuelto un poco hipocondriacos a todos.

Rendón pertenece a una familia conservadora de Chilpancingo. Algunos de sus miembros han estado vinculados al PAN y otros al PRI. "Yo soy la oveja chaira de la familia", dice.

-¿O sea?

-O sea que no comparto muchos de los ideales de mi familia, pero eso es algo que propiciaron mis propios padres. Mi papá atendía a la gente sin importar si tenían o no tenían dinero para cubrir la consulta. A veces le pagaban con un queso o con una artesanía guerrerense. Además, viajábamos mucho por el interior del estado porque no había cardiólogos. Íbamos con frecuencia a Iguala. De hecho, él era el único en Chilpancingo y también atendía pacientes en las ciudades aledañas.

Cuando Pablo Rendón tenía apenas 15 años, su padre murió de un infarto y la vida de su familia cambió por completo. Estaban acostumbrados a una vida acomodada que de pronto no pudieron permitirse. "Y ya sabes, como yo era el hermano mayor, me tocó llevar el peso del hombre de la casa".

Como su madre ya no podía pagarle la colegiatura de la escuela privada, de monjas, a la que asistía, Rendón entró a la preparatoria pública, el CBTIS en el que daba clases su madre. Años antes, algunos maestros de secundaria le habían aconsejado que estudiara comunicación. Eso, y el hecho de que se sentía un 'bicho raro' en Chilpancingo, una ciudad ajena a la vida cultural, lo fueron impulsando: "Había una sola librería, bien surtida, la Educal, y yo me la vivía ahí. También había un Blockbuster en el que descatalogaban muy pronto las películas de arte y las mandaban al cesto de las usadas. Así formé mi colección".

Ahora, Rendón recopila discos de vinilo. "Me hice tarde al hábito de la lectura, pero desde niño estuve muy influenciado por la cultura pop, algo que me ha dado cierto bagaje para entender un montón de referencias tuiteras".

No sólo demoró en encontrar placer en los libros, también en conocer la capital, la gran Ciudad de México. No fue su culpa. En los noventa, sus padres evitaban a toda costa pasar por la ciudad. Era un lugar feo y peligroso. Había secuestros. Muy a la fuerza, le permitieron a su hijo visitarla para ir a conciertos con sus primos. "Y, ya sé, supercliché, me quedé con uno de mis tíos en la colonia Roma, caminé por Álvaro Obregón, y me sentí muy a gusto". Después hizo el examen de admisión para la UAM Xochimilco y ya no se quiso ir.

Entonces sí, Pablo Rendón estaba seguro: quería ser periodista. Y se le daba. "Modestia aparte, redactaba bien", cuenta. Sin embargo, consiguió un lugar en el Festival de Cine de la UNAM para hacer su servicio social, buscando patrocinios, y su jefe le ofreció trabajo como encargado de las redes sociales de Macabro, el conocido festival de cine de terror.

Gracias al buen trabajo que hizo en Macabro, Rendón fue invitado de nuevo al FICUNAM como responsable de sus redes sociales. Hasta la fecha, también elabora contenidos digitales para la página del festival.

Poco después, fue entrevistado para laborar en el Festival Internacional de Cine Morelia, también como encargado de redes, sobre las que opina: "Creo que las redes nos han convertido en una generación bastante homogénea, por decirlo de alguna manera. Los sentires de todos son bastante parecidos; no sé si es algo que hayan hecho los algoritmos de Twitter y las otras redes sociales, o al menos así lo percibo. Han creado una especie de sesgo del consenso, de modo que, aparentemente todos opinan parecido a uno.

-¿Cómo? ¿Y la polarización en las redes?

-También existe y no es algo que yo veo necesariamente mal. Está bien polarizarse, está bien que en una democracia exista el disenso. El sesgo es justo la falsa sensación de consenso y la creencia de que mi percepción es igual a la tuya. Estamos muy casados con nuestras opiniones, tanto que no permitimos ni la más mínima discrepancia con respecto de lo que nosotros decimos. Y eso es algo que veo recientemente en las redes, que antes eran lugares mucho más sanos, más divertidos y más juguetones. Hoy, las redes sociales son arenas políticas, no encuentro otra forma de definirlas. Tuitear, por ejemplo, se volvió un deporte de combate. Se trata de ver quién da el mejor golpe. Pelearte en Twitter puede generarte muchos seguidores porque de inmediato llegan los asiduos a ver el último enfrentamiento, la última pelea. Se generó un fandom tuitero de violencia. Tampoco, insisto, creo que esté mal, pero lamento que la gente entre a las redes sociales con las tripas por delante, que las discusiones carezcan de sustento, que carezcan incluso de una idea, que sean pura verborrea y que todos se ofrendan a la primera, a la mínima provocación. Lamento que pelear y ofender resulte redituable.

-No se le da gusto a nadie en las redes.

-No lo creas. Yo estoy convencido de que no quiero darle nunca gusto a nadie, pero ahí está la gente que se dedica justo a eso, a darle gusto a su audiencia, y le sacan provecho, les abre espacios. Yo prefiero que mi vida en las redes se mantenga cerca de los proyectos culturales y lejos de los proyectos políticos.

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