Retrato Hablado

'La sexualidad es capaz de reflejar todas las tensiones del ser humano'

César Galicia encontró que podía responder preguntas sobre sexualidad, en un formato ligero y gracioso, y de manera anónima, en plataformas como Curious Cat.

Hace apenas un mes que César Galicia se asentó en la Ciudad de México. Nunca se sintió cómodo en Puebla. Era "el raro": por asmático, porque no jugaba futbol, hasta porque usaba anteojos. Sabía que iba a irse de allí. En una ciudad tan conservadora, había que picar demasiada piedra para alcanzar el éxito como sexólogo.

Unos años atrás, César Galicia encontró que podía responder preguntas sobre sexualidad, en un formato ligero y gracioso, y de manera anónima, en plataformas como Curious Cat. "Cuando una persona se te acerca para preguntarte algo sobre su sexualidad es porque por dentro ya vivió un proceso de espanto y probablemente sufrió mucho dolor".

Siguió con Twitter y con un canal en Youtube, Sexplaining, también sobre educación sexual. "Manejaba teoría densa de manera lúdica, con memes y referencias a libros y películas. Quería entretener, divertir e informar, sustentando siempre mis contenidos de manera sólida".

César Galicia estudió psicología en la Universidad Iberoamericana de Puebla y la maestría en el Instituto Mexicano de Sexología. Mientras completaba su formación, fue manifiesto que existían pocos sexólogos para la demanda de atención. Así, dispuso ofrecer consultas a distancia. Hasta hoy, la mayor parte de sus pacientes son mexicanos en el extranjero. "He tenido pacientes en todos los continentes, con excepción de África. La terapia fuera es carísima, y cuando no estorba la barrera del lenguaje, entorpece la barrera cultural".

Recientemente, tradujo El dilema de la pareja, el más reciente libro de Esther Perel, una psicoterapeuta reconocida mundialmente por sus reflexiones alrededor a las relaciones de pareja. "Soy su fan. Ella es una de las grandes referencias que tengo de lo que quiero hacer, en todos sentidos".

Es asombroso que César Galicia esté donde está. Su vida entera y su familia –padre ingeniero, madre contadora, una hermana– comenzó a venirse abajo cuando la empresa constructora de su padre tuvo contratiempos y tuvo que salir a buscar trabajo en ciudades próximas –Pachuca, Orizaba–, y después a otras más lejanas, Tijuana, Ensenada, Monterrey. Los niños tuvieron que dejar su escuela para entrar en una más modesta. A César no le importó. Pasaba los recreos en solitario, leyendo en la biblioteca.

La nueva escuela estaba más cerca de su casa, en una colonia de clase media, pero rodeada de otras menos favorecidas. En esas calles, Galicia se juntaba con amigos que no eran la mejor influencia, a jugar "maquinitas". "Ellos asaltaban de repente. Pertenecían a pandillas o estaban en situación de franco abandono".

En la secundaria, Galicia se relajó aún más. Su madre cayó en una depresión severa tras el abandono de su marido. "Yo dejé de verlo; le agarré mucho odio". Pero a su madre no la veía mucho más. El muchacho salía a las siete de la mañana para ir a la escuela, pasaba el día en la calle y regresaba a casa a las once de la noche. Su promedio bajó de golpe. Lo echaron de la escuela. Luego, probó una droga tras otra: aire comprimido, LSD, mota, crack, cristal, coca. "Estaba en un hoyo gigante. Me acosaban, no tenía amigos".

Su madre sospechó de la gravedad de la situación y salió del letargo. Prohibió a su hijo salir de la casa sin supervisión. "Me llevaba a las fiestas, me esperaba afuera y me recogía. Reaccionó justo como debía reaccionar". Rescató a su hijo y se redimió a sí misma.

En la preparatoria, Galicia encontró otros asideros: el punk y una misión de jesuitas. Pensó en el retiro como unos días lejos de casa, propicios para consumir alguna droga. Pero no. "La primera noche, un sacerdote, que odié al principio, nos habló de su vida; había trabajado con maras y con enfermos de VIH, había defendido los derechos de migrantes, se había confrontado con criminales. Mientras lo escuchaba, y se sacudían dentro de mí un montón de cosas, pensé que ese hombre estaba igual de marcado que yo, que había sentido tanta rabia como yo y que, sin embargo, había hecho algo para cambiar el mundo, para hacerlo un lugar mejor. Me pregunté qué estaba haciendo yo además de odiar la vida y odiarme a mí mismo. Cuando terminó de hablar, lloré una noche entera. Estaba conmocionado. Por primera vez, alguien me ofreció sentido".

Decidido a convertirse en "una mejor persona", el joven se involucró con la acción social jesuita. Sus calificaciones mejoraron y se inscribió en la Iberoamericana para estudiar psicología. En realidad, hubiera querido ser filósofo, pero su padre le advirtió que, en ese caso, le condicionaría el apoyo económico. "Psicología me permitía leer y pensar, y, sobre todo, me parecía lo suficientemente práctica para ayudar a las personas, aun sin tener contacto directo con ellas".

Durante su formación, se inclinó por la teoría sobre sexualidad, "porque se trata de un tema tan animal, tan biológico, tan hormonal y al mismo tiempo tan espiritual que es capaz de reflejar todas y cada una de las tensiones del ser humano".

Encontró su primer empleo en un centro educativo donde se impartían diplomados, uno de ellos sobre educación sexual, a cargo de una de sus profesoras, que le permitió cursarlo sin pagar.

Por supuesto, los libros constituyeron el mejor recurso para salir adelante.

-¿Nunca dejaste de leer?

-Nunca. Ni siquiera cuando me drogaba, me cuenta, mientras enrolla una de sus mangas para mostrarme un tatuaje que se ha hecho en el hombro. "El segundo es un verso de Los perros románticos, de Roberto Bolaño. Como a tantos, la lectura fue lo que me salvó".

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