Retrato Hablado

'Este país va a cambiar cuando la gente se interese en los demás'

Un pañuelo de Bordando por la Paz y la Memoria “nos brinda un espacio que necesitábamos para expresarnos y a las personas que han perdido a un ser querido les permite sentir su miedo en compañía”, dice Tania Andrade.

Me muestra un pañuelo blanco. Está bordado con letras rojas. En caso de conocerlo, el bordado indica el lugar y la fecha donde se halló el cadáver, porque muchos se han quedado sin nombre. Del lado izquierdo se lee el de las personas que lo cosieron. Algunas agregaron un motivo gráfico, una aplicación o una frase.

Tania Andrade vive en un departamento pequeño. No tiene un sitio con las condiciones requeridas para resguardar los pañuelos. Entre mil 200 y mil 400 están almacenados en cajas, debajo de su cama. "Emocionalmente es tremendo tenerlos ahí, debajo".

Con su hermana gemela y otros, Andrade fundó Bordadoras por la Paz y la Memoria. No iba a quedarse de brazos cruzados frente a la violencia que no ha dejado de crecer en México. "Los pañuelos están hechos para combatir el olvido", explica. Se han expuesto en varios estados de la República y en Estados Unidos. Doscientos de ellos fueron donados al MUAC y 200 más están por encontrar su espacio.

Antes de bordar, Tania y Elia Andrade organizaban pintas de fuentes. Chorros rojos brotaban de ellas. La gente se paraba en seco al verlas. Las imágenes son realmente impresionantes. "Vamos a cambiar este país cuando la gente se mire entre sí, cuando se una, cuando se escuche, cuando se interese por los demás. Yo pienso que va a ser posible; cada pañuelo es una promesa de justicia".

La madre de las hermanas Andrade se desmayó en el parto, cuando le dijeron que había dos niñas en su vientre. Fueron prematuras, de seis meses y medio. Ellas se recuperaban en terapia intensiva mientras su madre se reponía de la preeclampsia. Cuenta Tania que eran idénticas. "Ya no, porque la vida nos ha hecho marcas".

En su condición de mujer soltera, crió a las niñas por sí misma. La ayudaban sus padres, abuelos de las gemelas. También pasaban mucho tiempo solas. "Mi hermana y yo crecimos apartadas del mundo. Sólo me importaba ella y a ella sólo le importaba yo".

Las niñas estudiaron en una escuela católica. Ahí aprendieron a temerle a Dios, y también le temían a su madre, estricta, ocupada siempre. A los 20, Tania se fue de la casa: "Estaba cansada de tener miedo de la vida. Honestamente, creo que a mi mamá le aterraba tener hijas adolescentes y embarazadas. Hablaba mucho del estigma de ser madre soltera".

Se sentía libre y alegre, pero los empleos que conseguía no daban para la renta y para pagar los materiales de la carrera de comunicación gráfica en la extinta ENAP. Después de malvivir un par de años en esas condiciones y de abandonar la universidad por un semestre, le pidió a su madre que la acogiera de nuevo.

Poco después se casó, obtuvo un empleo mejor remunerado y se embarazó de su hija mayor. "De adolescente pensaba que ser madre y ama de casa era lo peor que me podría suceder. Y de pronto, me encuentro con que fue una segunda oportunidad, no en el sentido de trascender a través de mis hijos, sino que tuve que explicarme el mundo para explicárselos a ellos después. Por eso empecé a pintar fuentes, a bordar, a no quedarme viendo cómo se descomponía mi país sin hacer nada".

Un padre de familia fue herido en un intento de secuestro, afuera de la escuela de sus hijos. Fue entonces cuando las hermanas, estremecidas, crearon la iniciativa Paremos las Balas, Pintemos las Fuentes. "Lo primero que teníamos qué hacer era visibilizar lo que estaba pasando, la violencia que crecía, pero además queríamos provocar encuentros entre las personas".

Las primeras tres pintas ocurrieron en abril del 2011. En mayo, tras la convocatoria de Javier Sicilia para marchar de Cuernavaca a la Ciudad de México, convocaron a la segunda. Pintaron 21 fuentes en la Ciudad de México. "Era muy impresionante y todo sucedía a plena luz del día, pero no había conversación con los demás. Al mismo tiempo, quisimos trabajar con los nombres. (Felipe) Calderón hablaba de daños colaterales, pero eso eran personas, vidas, familias".

A partir del archivo de otra iniciativa, llamada Sobre Vacío (se enviaban sobres a Los Pinos con los remitentes de las víctimas), empezaron a escribir los nombres de las víctimas en el piso, con gis, pero había cada vez más muertos cuya identidad se ignoraba. En la convergencia de diversas iniciativas con el Movimiento por la Paz y la Dignidad, surgió la idea de los bordadores.

Bordando por la Paz y la Memoria, una víctima, un pañuelo, dice Andrade, "es una acción poderosa. Nos brinda un espacio que necesitábamos para expresarnos y a las personas que han perdido a un ser querido les permite sentir su miedo en compañía".

Todos los domingos, desde hace siete años, los bordadores se instalan en el Jardín Centenario, en el centro de Coyoacán. "Es abrumadora la cantidad de gente que pasa y te cuenta que está rota porque perdió a un ser querido. Es mucho más común de lo que yo pensaba, y es estrujante".

Hay varias "células" de bordadores en distintos estados. El primero de diciembre de 2012, iban a ser exhibidos todos los pañuelos en el Zócalo; iba a ser día en que se verían cara a cara todos los integrantes de la iniciativa. Construirían un memorial con sus lienzos blanco y rojo y a partir de entonces lo itinerarían. Pero hubo un conato de violencia y los colectivos se dispersaron. Se recuperaron algunos pañuelos, se perdieron muchísimos otros. El proyecto de los bordadores, no obstante, perdura.

"Tengo la convicción de que mi hermana y yo sobrevivimos porque éramos dos, porque estábamos juntas en la incubadora, porque nos abrazamos. Creo que cuando las personas nos acompañamos y nos amparamos podemos sobrevivir y ése es el sentido de Bordando por la Paz y la Memoria. Quisiera no tener que decirlo, pero lo hago con tristeza: todavía hay tanto por bordar..." .

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