Retrato Hablado

'El artista requiere de silencio tras la creación'

Dolores Heredia es una mujer discreta, celosa de su vida privada. Por eso rechaza la faceta social de los actores, todo aquello que los 'adorna', comenta María Scherer.

Siete de diez hermanos nacieron en tierra de firme; los tres primeros, en altamar, sobre el barco donde Amado Heredia y Rosales y Amelia Lerma Díaz se ganaban la vida.

Él recorrió el continente en barcos cargueros mientras ella retocaba fotografías en la Kodak de Mazatlán, donde se conocieron y se enamoraron. A ella no le importó irse, todo lo contrario. Como su madre es Dolores Heredia, siempre yéndose. La fuga le da esperanza, confía. "Me mantiene".

La extraordinaria belleza y la calma de La Paz atraparon a los Heredia. Don Amado los llevó ahí, contratado para dragar y mantener a raya los barcos del puerto. La familia nunca tuvo casa propia en la ciudad. En una de sus frecuentes mudanzas, les ofrecieron una casita del Sagrado Corazón de Jesús que pertenecía a la comunidad de sacerdotes italianos, muy cercanos a ellos, y que unas monjas recién habían desocupado.

Don Amado fue designado sacristán de la iglesia. Sus hijos crecieron cuidándola. Tenía un teatrito de ladrillo, cuyo deterioro no nublaba su hermosura. También había canchas de basquetbol y tenis, un salón de juegos y un patio grande. "Es probable que mi relación con lo místico haya surgido ahí", cuenta, aunque más adelante, Dolores Heredia experimentó un tajante rechazo a la religión de su familia.

–"Un buen día me voy a ir"–, le dijo Dolores, de siete años, a su madre. Y lo repitió varias veces; tantas que, asegura, creció con el único deseo de partir.

Uno de los hermanos mayores jugaba al teatro. A ella le gustaba porque sentía que no estaba allí, sino en otro lado. Dolores Heredia se incorporó a un modesto grupo de teatro con el que viajó por todo el estado, actuando en parques, prados y kioskos, hasta que, rozando la mayoría de edad, emigró a la Ciudad de México, y en 1986 se incorporó en el Centro Universitario de Teatro.

En un abrir y cerrar de ojos, estaba filmando películas. Sus padres estaban orgullosos; ella, feliz. Para su suerte, fue expulsada de la escuela. Era demasiado rígida para ella, que trabajaba para poder estudiar y vivir en la capital. Pero a los alumnos se le exigía un absurdo estudio de tiempo completo.

Unos meses después, Heredia tropezó con El Fauno, un grupo de teatro compuesto principalmente por bailarines y aspirantes a actores, que ensayaban a su propio ritmo. "La disciplina la establecíamos nosotros. Cada uno decidía qué instrumento quería tocar, los horarios de clase y todo lo demás". Después fue invitada para entrar a la Compañía Nacional de Teatro y, prácticamente al mismo tiempo, actuó en su primer cortometraje.

El cine fue un notable descubrimiento. "Estoy convencida de que el cine es mi lenguaje, es en donde me expreso mejor, donde curiosamente me siento más cerca del espectador, aunque para muchos actores esto es una contradicción".

Mientras la actriz participaba en la obra ¡Ay Carmela! en el Teatro Helénico, se incorporó ahí mismo un espectáculo de Teatro Sunil, una compañía suiza de clownería. Daniele Finzi Pasca, su cofundador, montó una serie de funciones para un solo espectador. Se escogía, con el telón cerrado, a una persona del público, quien se convertía en el protagonista de la historia. Heredia fue aquel espectador en la primera función. "Era un obra entrañable, conmovedora. Terminé llorando. Fue muy extraño y hermoso porque la única indicación que daba Daniele era que no actuaras, que fueras tú misma. No sabía que yo era actriz".

Se casaron y se mudaron a Suiza, y juntos hicieron un teatro completamente distinto a lo que Heredia conocía. "La filosofía de la compañía era acariciar el alma del público. Nos entrenábamos buscando qué necesitábamos como artistas para desarrollar herramientas que nos permitieran establecer una relación directa con el espectador. Esa fue mi segunda formación como creadora y como ser humano".

Heredia viajó por todo el mundo con la compañía Finzi Pasca, que ha elaborado espectáculos para el circo Cirque du Soleil y para los Juegos Olímpicos de Invierno. En ese momento, era muchísimo más pequeña.

La vida itinerante agotó a la actriz. "No teníamos más casa que nuestra maleta. Extrañaba mis cosas, mis libros. Algo me pedía tierra. Daniele y yo nos separamos. Fue profundamente doloroso y al mismo tiempo liberador, porque pude irme otra vez".

Mientras Heredia vivía en Europa se alzó el Ejército Zapatista. "Me impactó muchísimo y cada vez que venía, pensaba que se estaba gestando un cambio, que en ningún otro lugar había tanta vida como en México".

Por ese tiempo emprendió su dimensión de activista, a la que añadió después su simpatía crítica por López Obrador, como consejera fundadora de Morena, y se adicionó al movimiento feminista.

Conforme hizo más cine, a Heredia le costó retomar el teatro. No ha encontrado en otro espacio el territorio fértil que pisó con Finzi Pasca. "Todavía me siento un poco huérfana". Esa sensación se difuminó con el nacimiento de su hija.

Desde su ruptura con Finzi Pasca, Heredia se cuestionó sobre lo que otros consideraban que es ser actor. Conversó con varios de sus colegas, "y en este trayecto descubrí que en realidad no me gusta ser actriz; me gusta mi trabajo, pero no el concepto que tiene la mayoría de las personas".

Heredia es una mujer discreta, celosa de su vida privada. Por eso rechaza la faceta social de los actores, todo aquello que los "adorna". "Que tienes que ser por fuerza una persona extrovertida, que tienes que andar a la moda, que tienes que ir a los estrenos y a las alfombras rojas, que tienes que hacerte publicidad y tener millones de seguidores para que miren todo el tiempo. Todo eso me revienta. A mi me encantaría poder, apenas suena "corte", ser un ser humano normal, con una vida normal, y que todo este tinglado que nos rodea y nos desorienta, y lo digo con todo respeto frente a quien ama todo eso, desapareciera".

–Vives de ser actriz, sin embargo, quieres actuar cada vez menos.

–Lo ideal para mí sería hacer una película al año, pero una en la que me arriesgue. Además, soy cada vez más selectiva. Creo que el artista requiere del silencio después de la creación, pero a nosotros no se nos permite. Podemos hacer dos o tres proyectos a la vez o uno tras otro porque vivimos de esto. Yo prefiero reducir mi vida, buscar cierta austeridad y, sobre todo, no estar tan expuesta. No es lo mío; quiero disfrutar de mi propia vida.

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