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La muerte de nuestra democracia

El control que López Obrador quiere tener sobre todas las fuerzas de la sociedad se parece mucho más al corporativismo de Cárdenas, que a la democracia del México del año 2000.

"La democracia es la peor forma de gobierno, si se descuentan todas las demás". Winston Churchill

En 2018, dos politólogos de Harvard, Levitsky y Ziblatt, escribieron el libro Cómo mueren las democracias. Es relevante para los tiempos actuales porque la noción de que la democracia es la mejor forma de gobierno no está muy en boga en el mundo hoy. Esta es una crisis que el mundo no tenía desde los años 1930, cuando florecieron muchos regímenes de corte nacionalista y autoritario, cuyos fines de expansión territorial y hegemónica terminaron en la guerra más cruenta que haya sufrido la humanidad.

Levitsky y Ziblatt detectan una serie de puntos comunes para las democracias enfermas o agonizantes. La polarización en posiciones políticas, al grado en que no hay ninguna posibilidad de acuerdos mínimos entre las partes en disputa; la dificultad que han tenido los regímenes democráticos para producir economías estables y prósperas; la confianza disminuida en los procesos electorales, por las reclamaciones de fraude electoral, con frecuencia sin evidencia; la obsesión por eliminar al rival para allanar el camino al poder; y la erosión de la tolerancia cuando la polarización de los políticos se transmite a toda la sociedad, y las posiciones ideológicas distantes entre ciudadanos reducen el diálogo e incitan a la violencia y el caos.

Desde 2006, la firma de consultoría británica Economist Intelligence Unit publica un índice sobre la democracia en el mundo. La más reciente edición, de 2019, dice que solamente 22 países tienen una democracia plena, 54 tienen democracias defectuosas, 37 tienen regímenes híbridos entre la democracia y el autoritarismo, mientras que 54 son regímenes autoritarios. El caso de México es dramático: La democracia mexicana recibía una calificación de 6.67 en 2006, y en 2019 fue de 6.09, un deterioro de casi 10 por ciento. Las calificaciones de los tres países más democráticos de la región fueron: Uruguay, 9.71; Costa Rica, 9.41; y Chile, 9.12. Estos tres son los únicos países que pueden presumir una democracia plena. Colombia, a pesar de su elevado puntaje (8.53) es una democracia defectuosa. México, en la región, es la democracia defectuosa con el puntaje más bajo, igual puntaje al de Honduras, que no fue calificada como una democracia sino como un régimen autoritario.

Los Estados Unidos también aparecieron como una democracia defectuosa. De hecho, su puntaje de 7.96 es inferior al de Colombia y al de las democracias plenas de la región latinoamericana. El índice global se redujo desde 5.48 puntos en 2018 hasta 5.44 en 2019, principalmente por retrocesos en el África Subsahariana y claro, en América Latina.

Los consensos básicos de las naciones del hemisferio americano, plasmados en las constituciones, se han deteriorado. Las ideas de libertad, de individuos capaces de resolver su propio destino y con poderes legales para enfrentar los abusos del Estado, se diluyó en conjuntos de normas obtusas diseñadas para perpetuar en el poder a grupos de interés. Una historia que era muy latinoamericana, pero que también es hoy la narrativa de países avanzados como Estados Unidos.

A finales de enero de este año, la revista New Yorker publicó una serie de ensayos sobre el futuro de la democracia. Destaca el texto de Jill Lepore, historiadora, docente e investigadora en Harvard. Menciona que Mussolini decía que Italia y Alemania eran las mejores democracias de su tiempo, y que Hitler igualmente presumía haber construido una "hermosa democracia". La periodista estadounidense Dorothy Thompson, contemporánea de ambos dictadores, escribió: "Si los fascistas se van a llamar democracias, entonces tenemos que buscar un nombre distinto para lo que tenemos". La era de la posverdad que vivimos hoy se parece enormemente a esas épocas de oscuridad. El control que Trump y López Obrador quieren tener sobre todas las fuerzas de la sociedad se parece mucho más al fascismo de Mussolini y al corporativismo de Cárdenas, que a la democracia de Atenas, o a la de México en el año 2000.

Si estamos decepcionados, animémonos. Como población, tenemos que retomar el control de las instituciones del Estado. Nuestra democracia era imperfecta, pero ya casi podríamos dejar de decirle democracia. Solamente esperemos que su muerte signifique el nacimiento de otra democracia, mucho más robusta y menos efímera.

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