Costo de oportunidad

Maíz, ciencia y paciencia

La tierra es el activo de capital que malgastamos más por nuestra insistencia en sembrar maíces de baja productividad.

En una columna en días pasados, escribí sobre mi admiración de la biotecnología, lo cual llevó rápidamente a algunos fans que tengo a decir que estoy “maiceado” por las empresas biotecnológicas del mundo. Ojalá fuera el caso. Son negocios pujantes, que invierten en asuntos públicos significativamente, y que en países como México, no logran mayores resultados.

El activismo antibiotecnológico progresa en lugares como México, en donde tenemos la idea de que las 56 razas de maíz criollo nativo son el activo ambiental más importante que tenemos que preservar para las generaciones futuras. Un extraordinario ecólogo, el Dr. Sarukhán, ha convencido a la comunidad ambientalista mexicana que este es el caso, y que los maíces biotecnológicos no pueden cultivarse en México por ser centro de origen de las 56 razas. Todo el país –sí, hasta mi pavimentada calle en la colonia Guerrero– es zona de veda para la siembra de los maíces biotecnológicos.

El paradigma de Sarukhán, un excelente científico, pero que no es biotecnólogo, es que en los ecosistemas abiertos el riesgo de que las 56 razas pierdan diversidad genética por adoptar genes traídos de otras especies es muy alto. La realidad es que hemos importado estos maíces, y seguramente se han sembrado en suelo mexicano semillas diseñadas para Nebraska o Iowa durante los últimos 30 años. Las 56 razas nativas ahí siguen.

La tierra es el activo de capital que malgastamos más por nuestra insistencia en sembrar maíces de baja productividad. Hay que revisitar los números, pero no han cambiado enormemente del lado mexicano. La productividad promedio de una hectárea de maíz en México es de tres toneladas; la productividad típica es de media tonelada. Si pudiéramos producir 12 o 15 toneladas por hectárea como en Estados Unidos, podríamos producir maíz en la cuarta o quinta parte de la tierra que utilizamos hoy. Esa tierra podría destinarse para producir cultivos de más alto valor agregado, para el pastoreo o para la conservación de bosques y selvas.

En la medida en que el sector agrícola sea más rentable, menos incentivos tienen los habitantes del campo para expandir la frontera agrícola o para sembrar cultivos ilegales. Este es un mensaje que el sector agropecuario no ha podido transmitir a la opinión pública. Siguen prevaleciendo ideas como que los productos biotecnológicos hacen daño a la salud, o que este es un tema de codicia de las empresas que se dedican a la producción de alimentos. En lo único que tiene razón el lobby antibiotecnología es que sin maíz no hay país. El asunto es que no solamente es importante el maíz nacional para la construcción de país; también lo es el importado.

Nuestra obsesión en contra del maíz biotecnológico ya nos está generando problemas comerciales con Estados Unidos. Estos asuntos, junto con la política energética, pueden acabar en un panel de controversia bajo los tratados. La última joya de política comercial de la actual administración es que quieren imponer un arancel a la exportación de maíz blanco, para propiciar el consumo del maíz nacional. IMCO hizo una nota de política pública donde explica que eso es una mala idea. Le recomiendo a la secretaria Buenrostro de Economía y al subsecretario Suárez de Sader leerla. En estos días supe que también están considerando impuestos a la importación de maíz del mundo. Las cadenas de proteína animal son las que más sufrirán por esto. El Consejo Nacional Agropecuario (CNA) estima que 42 por ciento del PIB agroalimentario en México no existiría de no ser por las importaciones de maíz.

El comunicado conjunto del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) y la oficina de la Representante Comercial de ese país (USTR) es que la posición mexicana “no está anclada en la ciencia”. Tienen razón. El maíz que se produce en casi todo el mundo ya tiene aspectos biotecnológicos de una u otra forma.

El cómo ha evolucionado la tecnología para modificar los genes, es una ciencia fascinante. Recomiendo leer la biografía de Jennifer Doudna, la científica estadounidense responsable del descubrimiento del papel del RNA en la construcción de las cadenas de ADN, y quien fue clave para las vacunas de COVID con ARN mensajero, como Pfizer y Moderna. El libro es de Walter Isaacson y se llama “The Code Breaker”. CASPR/CRIS es la tecnología que ha permitido reordenar los genes de seres vivos para que se expresen de manera diferente. El maíz biotecnológico hoy es más cisgénico que transgénico. Esto implica que no tengo que traer genes de otras especies para hacer nuevos maíces biotecnológicamente mejorados.

México tiene que entender y aprovechar esta tecnología para poder preservar sus activos genéticos. Si no lo hacemos, y seguimos en la lógica de las prohibiciones absurdas, aunque esté prohibido prohibir, perderemos oportunidades y nos comerán el mandado.

El autor es asesor en Agon Economía Derecho Estrategia, consejero MUCD.

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