Fuera de la Caja

Tragedia, farsa, locura

Si Lázaro Cárdenas era un hombre de su tiempo, y Luis Echeverría un personaje anacrónico, López Obrador es un reaccionario. La realidad se lo grita.

Otro aniversario más de la nacionalización de la industria petrolera. Como cada 18 de marzo, se celebra al general Cárdenas, se festeja a Pemex y se anuncia un gran descubrimiento que ni es descubrimiento ni es grande. Ya llevan muchos años así.

Cárdenas consolidó el sistema político que construyó con la nacionalización de la industria petrolera. El petróleo ya había sido declarado propiedad de la nación desde 1917, pero en los años 30 era difícil evitar que las empresas petroleras engañaran al gobierno y extrajeran más de lo que afirmaban, y por lo tanto pagaran menos de lo que debían. Por otra parte, estaba de moda en esa década la idea de que el Estado debía subordinar al resto de la sociedad: eso hacía la Unión Soviética, pero también Estados Unidos, y sin duda el Partido Nacionalsocialista en Alemania o el fascismo italiano. Finalmente, el momento elegido por Cárdenas es realmente de aplaudir. Menos de una semana después de la unificación de Austria con Alemania (la Anchluss), que anunciaba la guerra que iniciaría año y medio después, Cárdenas decreta la expropiación de activos de las empresas.

El régimen político corporativo y autoritario creado por Cárdenas fue exitoso. Logró mantenerse en el poder por cinco décadas sin mucho problema, aunque en ese tiempo limitó el desarrollo nacional (por la captura de rentas, coloquialmente llamada corrupción), e impidió el avance cívico debido al adoctrinamiento escolar, al control corporativo y al uso ocasional del fraude y la violencia. En las últimas dos décadas de ese régimen (1968-1988) el cambio global colocó a México en una situación de mucha fricción, y la necedad de mantenerse en calidad de fósil provocó una crisis económica que duró siete años (1982-1988 completos).

La decisión de Cárdenas fue importante también en el mercado petrolero global. Después de la Segunda Guerra, varios países siguieron el ejemplo y nacionalizaron sus recursos. En los años 70, esto permitió el incremento significativo del precio del crudo, abriendo con ello posibilidades de producción que antes eran incosteables. Gracias a ello pudimos aprovechar mantos ubicados en aguas someras, y obtener grandes cantidades de recursos que, desafortunadamente, sólo sirvieron para posponer la transformación necesaria de la estructura económica y, sobre todo, del marco mental de los mexicanos.

En estos días, la situación es inversa. Ya hemos entendido que estamos alterando el ciclo del carbono con el exceso de consumo de combustibles fósiles, y el cambio tecnológico permite utilizar otras fuentes energéticas. Paulatinamente, la demanda de petróleo se reducirá, y con ella su precio. Actuar como Cárdenas hoy no sería repetir nacionalizaciones o fortalecer monopolios, sino moverse antes que los demás en la dirección más rentable. Un gobierno fuerte, capaz de promover inversiones abundantes en energía, cobrando por ello derechos, sería lo que permitiría sentar las bases de una verdadera transformación.

Ésa es la gran diferencia entre Cárdenas, Echeverría y López Obrador. El primero entendió su tiempo y tomó decisiones que fortalecieron su construcción política; el segundo quiso repetir las acciones del general (expropiaciones, creación de universidades, movilización de sectores), en un mundo ya muy diferente, e inició con ello el deterioro que llevó a la crisis que comentamos.

López Obrador simplemente copia a Echeverría, que fue un fracaso hace 50 años. Como él, quiere controlar todo, repartir dinero, crear universidades, expropiar, imaginando que ahora los resultados serán distintos. Si Marx veía en la repetición de la historia el paso de la tragedia a la farsa, esta tercera ocasión, ¿cómo podría calificarla? ¿El ridículo? ¿La locura?

Si Cárdenas era un hombre de su tiempo, y Echeverría un personaje anacrónico, López Obrador es un reaccionario. La realidad se lo grita, a un ritmo de 500 mil millones de pesos por año. No entiende nada.

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