Fuera de la Caja

Tercer Fracaso

En tres ocasiones hemos intentado llevar a México a la modernidad, y en las tres hemos fracasado, asevera Macario Schettino.

Ayer comentaba con usted cómo lo que López Obrador y seguidores llaman cuarta transformación es en realidad el Tercer Fracaso de México. En tres ocasiones hemos intentado llevar a México a la modernidad, y en las tres hemos fracasado.

Cuando digo "modernidad" me refiero a construir un país con un Estado fuerte, limitado por la ley y responsable frente a sus ciudadanos. En esto, sigo el planteamiento de Fukuyama en El Origen del Orden Político. Como él muestra, no hay forma de tener un país exitoso sin avanzar en estas tres características. Si lo quiere en términos más comunes, nos referimos a un país con instituciones sólidas, Estado de derecho y mecanismos de intermediación entre la población y el gobierno, que en Occidente han tomado la forma de la democracia liberal.

Las Reformas Borbónicas no aspiraban a tanto, recuerde que hablamos del fin del siglo XVIII. Se trataba entonces de centralizar el poder y hacer eficiente la administración. Son reformas promovidas por la familia Borbón, que tomó la Corona de España en 1713. Los cambios resultaban muy dañinos para quienes tenían intereses creados en Nueva España: la burocracia local, la Iglesia y los comerciantes. Fueron ellos los que se rebelaron en toda América, y en México acabaron organizándose para apoyar a Iturbide y lograr la Independencia. A esto siguieron 50 años de estancamiento económico.

Las Reformas Liberales, impulsadas por Juárez y culminadas por Porfirio Díaz, fueron el segundo intento modernizador. Como el anterior, provocaron reacciones, entre otras de los pueblos que perdían la propiedad colectiva de la tierra (como antes había ocurrido con la Iglesia, usando la misma ley). Sin embargo, el derrumbe de este segundo intento tiene más que ver con la incapacidad de encontrar un mecanismo sucesorio eficiente. Al ser Díaz un dictador personal, no hubo forma de sucederlo pacíficamente, y las guerras civiles destruyeron buena parte de lo avanzado. Después de la renuncia de Díaz, vivimos 30 años de estancamiento económico.

Las Reformas Estructurales, promovidas inicialmente por Carlos Salinas (y por eso el Nafta, como garante externo del cambio), no pudieron continuarse sino hasta Peña Nieto, por la incapacidad del PRI de apoyar a presidentes de otro partido. Por esa razón, reformas que llevaban 15 o 20 años de ser discutidas acabaron aprobándose en 18 meses, generando una reacción muy fuerte en contra. Los maestros perdieron el control del presupuesto, los petroleros su negocio (cada año nos extraían 120 mil millones de pesos en pérdidas por refinación), varios empresarios monopólicos resintieron la pérdida de sus rentas, y la mitad sur del país, que desde la aprobación del Nafta no podía crecer.

Todos estos grupos promovieron la respuesta, encabezada por López Obrador. De lo que se trataba era de echar abajo las Reformas, y regresar a ese sistema en el que todos estos grupos extraían rentas de los demás. Eso justamente han hecho: revertir la educativa, detener la energética, reagrupar a los rentistas (en el Consejo Asesor Empresarial), recuperar el control sindical (alrededor de Napoleón Gómez Urrutia).

Como en las otras ocasiones, lo que debemos esperar es un largo periodo de estancamiento, del cual ya tenemos el primer año, y los próximos dos están prácticamente garantizados. No puede ser de otra manera, porque precisamente las reformas, empezando con el Nafta, fueron la base del crecimiento de los últimos 25 años. Ese crecimiento, que muchos ven escaso, promedió 1% anual, per capita, en dólares PPP, aún considerando que la mitad del país no se movía. Como sea, ya no lo veremos más.

Cada año de estancamiento implica menor abasto energético, menos infraestructura, y por lo mismo menos productividad. Es decir: cada año de estancamiento abona al siguiente. Parece una condena al fracaso.

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