Fuera de la Caja

Relaciones, autoritarismo y pobreza

Los programas sociales deben funcionar de forma transparente y promover el intercambio; de otra forma, lo que se construye es una clientela.

Alan Fiske propuso hace algún tiempo que podemos entender mejor las relaciones entre personas clasificándolas en cuatro grupos: 1. Relaciones de comunidad, en donde todo mundo aporta lo que puede y cada quien toma lo que necesita; 2. Relaciones de intercambio, en donde las personas intercambian bienes o servicios, si se ponen de acuerdo; 3. Relaciones igualitarias, en donde debe haber exactamente lo mismo para cada uno, y 4. Relaciones de autoridad, en donde uno ordena a otro.

Las relaciones de comunidad son las que ocurren, por ejemplo, al interior de la familia. Cada uno de los miembros aporta lo que puede, y cada uno toma lo que va necesitando. Salvo en casos extremos, no se anda uno peleando si uno de los hijos comió más galletas que el otro. Las relaciones de igualdad las aplicamos cuando no queremos que los bienes o servicios tengan un precio. Por ejemplo, es la forma en que se asignan los trasplantes de órganos, en donde hay que anotarse en una lista y esperar, pero también es lo que creemos que debe ocurrir con los votos (cada persona un voto).

Las relaciones de autoridad tienen que ver con el poder (coercitivo, económico o persuasivo), que implica que una persona le indica a otra qué debe hacer. Finalmente, las relaciones de intercambio ocurren cuando los dos involucrados se ponen de acuerdo en qué se intercambia a cambio de qué.

Confundir esos cuatro ámbitos lleva a problemas serios. Ponerle precio, por ejemplo, a lo que ocurre al interior de la familia y querer intercambiar las cosas de forma 'pareja', suele crear problemas. Si uno invita a una persona a cenar, recibirá con gusto una botella de vino, o una canasta de fruta, pero se sentirá molesto si el invitado llega con un billete de 200 pesos como regalo. La cena es un momento de comunidad, no de intercambio. Lo mismo ocurre cuando le queremos poner precio a algo que debe repartirse de forma igualitaria. Pagar por los votos, o por tener un trasplante antes que otros, es inaceptable.

La inmensa mayoría de los bienes y servicios que se producen en una sociedad debe entrar en la relación de intercambio. Al hacerlo, como platicamos ayer, generamos riqueza, porque cada uno de los involucrados gana. Hay algunas cosas, sin embargo, que queremos que todos tengan, en alguna medida, y entonces conviene que intervenga el gobierno para garantizar que, en esa medida, la repartición sea igualitaria, pero sin evitar que siga existiendo la relación de intercambio. Es el caso de la educación, la salud o la seguridad, que queremos que exista para todos.

Lo que no es posible es que la sociedad entera funcione como una comunidad, y cada uno "aporte según su capacidad y tome según su necesidad", como dice algún texto de san Pablo, que luego retomaron los marxistas. Cuando se ha intentado que la sociedad sea una comunidad, el resultado ha sido el bloqueo del intercambio, el ascenso de las relaciones de autoridad (dictaduras) y, eventualmente, las relaciones de igualdad: lo poco que hay se reparte mediante grandes filas, como se vio en la URSS, Europa del Este, Cuba o Venezuela.

Transformar relaciones que deben ser igualitarias, como el voto, en un asunto de intercambio, dando dinero a cambio del voto clientelar, tiene un resultado similar. Refuerza las relaciones de autoridad y, al reducir el intercambio normal, genera pobreza.

Los programas sociales deben existir para equilibrar las condiciones en que cada uno inicia su vida. Deben funcionar de forma transparente y promover el intercambio. De otra forma, lo que se construye es una clientela, se fortalece el autoritarismo y se debilita el intercambio, provocando con ello pobreza. La historia nos lo ha mostrado decenas de veces.

COLUMNAS ANTERIORES

Ya se van
Engañados

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.