Fuera de la Caja

Protestas y desestabilización

En este momento de nerviosismo global, de tendencias 'comunitaristas', la democracia pierde popularidad y las emociones mandan.

La semana pasada platicamos en esta columna acerca de la historia particular de América Latina, que nos ha llevado a ser el continente más desigual y más violento del mundo, pero también el más populista, en el sentido de contar con líderes políticos que aprovechan la mencionada disparidad para construir apoyo, llegar al poder, y destruir todo. Esto último no porque sea su intención, sino porque para eso da su capacidad. En el recuento, decíamos que Chile parecía ser la excepción.

Pocos días después, frente a un alza en el costo del transporte (metro, específicamente), ocurrieron protestas que, como en Ecuador, fueron mal manejadas por el gobierno. Y también surgió de pronto un intento de desestabilización que superó por mucho lo visto en Quito, e incluso los experimentos separatistas de Barcelona. La destrucción producida por los grupos desestabilizadores no es menor, y la respuesta que han provocado del gobierno, tampoco.

La queja de siempre con Sebastián Piñera ha sido su dificultad para entender a las personas normales, al chileno promedio, que no tiene una fortuna como la suya. Por eso se le complicó su primer gobierno. Pero la alternativa, que los izquierdistas promueven mucho, la señora Bachelet, fue profundamente incapaz, especialmente en su segundo mandato. Esperemos que logren encontrar una solución razonable, es decir, política, sin complicar un proceso de transformación de la economía que los ha convertido en la más adelantada en América Latina.

Del proceso de 'independencia' catalán, la misma conclusión. Quienes quieren separarse de España son, y han sido por décadas, una fracción minoritaria. Tienen todo el derecho de impulsar sus proyectos e ideas, pero no de imponerlos a un grupo mayor al de ellos. Estrictamente, ni siquiera lo tendrían si fueran mayoría, pero mucho menos en el caso actual.

Pero quieren, por medio de la violencia disfrazada de protesta, alcanzar el objetivo que la democracia les niega. Entre ellos, hay grupos francamente desestabilizadores, muy probablemente financiados por alguno de los 5 mil millones de euros que se estima acumuló Jordi Pujol durante las décadas en que fue el hombre fuerte de Cataluña. Le sale más barato distraer que demostrar el origen de su fortuna.

Pero en este momento de nerviosismo global, de tendencias 'comunitaristas', la democracia pierde popularidad, y las emociones mandan. Y, para no pensar, cada uno se envuelve en la última bandera que tuvo, de forma que los izquierdistas celebran el deterioro en Ecuador, Barcelona o Chile, pero se molestan con el resultado de la elección en Bolivia, o las tonterías de López Obrador, o la respuesta global al infame nombramiento de Venezuela en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Cada quien a su comunidad, para no pensar, para sólo sentir. Pero quienes toman decisiones, si bien aprovechan el sentimentalismo de la tribu, lo hacen con la cabeza fría. Para ellos, el poder es lo relevante, y usted y yo somos herramientas, nada más. Es en esa lógica que los mexicanos debemos preguntarnos por qué López Obrador rechazó reunirse con Sebastián Piñera, presidente de Chile, dos semanas antes de aceptar hacerlo con Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, aunque el primero había confirmado la reunión dos meses antes. En un contexto de concentración personal de poder como el que ocurre en México, cualquier acercamiento a Cuba es una pésima noticia. Apenas Hitler, Stalin y Mao lograron competir con Fidel en cuanto a concentración unipersonal de poder. Ha sido transparente el uso que hizo Cuba de Venezuela, y su presencia en Brasil, cuando Lula, y en Bolivia y Ecuador.

No permita que lo impresionen las acciones de desestabilización provocadas por grupos contratados para ello. No acepte que lo regresen a esas 'guerras de liberación' que tanta miseria produjeron. Los poderosos están en otra cosa.

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