En algún evento, un expresidente comentaba que lo más importante para gobernar era estar preparado para lo inesperado. Agregaba que eso exigía contar con un equipo confiable y capaz de reaccionar frente a una crisis, porque en un sexenio siempre habrá al menos una circunstancia grave, que aparece de la nada.
Recordé esta charla por lo que ocurre con el nuevo virus (nueva cepa, para ser preciso) que apareció en la región de Wuhan, China, a fines del año pasado. La velocidad a la que se ha propagado supera lo ocurrido con el SARS hace casi veinte años, si bien la tasa de mortalidad es mucho menor. Aunque la reacción económica no fue inmediata, ya hay señales de un desajuste importante en los flujos comerciales y de servicios, que se extiende a través de las expectativas al resto de los mercados.
Cuando el SARS, la crisis de salud inició en noviembre de 2002 y finalizó a mediados de 2003. El impacto fue notorio en la actividad económica. Estados Unidos, por ejemplo, salía de la recesión de 2001 (marzo-noviembre), pero tuvo una recaída, que no alcanzó a ser recesión, de noviembre de 2002 a junio de 2003. La tasa de crecimiento de la industria manufacturera en ese país, cercana al 4%, casi llegó a cero, para después recuperarse. El impacto en México de esa caída implicó que nuestra recesión prácticamente cubrió desde marzo de 2001 hasta agosto de 2003. El precio internacional del crudo cayó al inicio del SARS, creció de nuevo y volvió a caer, para tomar una tendencia ascendente a partir de abril de 2003.
En pocas palabras, una crisis de salud como la que estamos viendo puede tener una duración de más de seis meses, y provocar desequilibrios en los mercados que tendrán impacto en nuestra economía. Ya el cierre de enero fue una señal clara del tamaño del problema: el índice de transporte marítimo Baltic Dry cayó al nivel más bajo desde 2016, los precios de petróleo han caído 15 por ciento, y las bolsas de Estados Unidos, 3 por ciento.
El indicador adelantado de industria de Estados Unidos, publicado ayer lunes, afortunadamente va en sentido opuesto, y podría ser señal de recuperación en las manufacturas. Gracias a ello, las bolsas regresaron al crecimiento, pero no el precio del crudo.
Se trata de una situación inesperada, una crisis externa, que esperamos que sea controlada en unos meses, como ocurrió con el SARS, pero que producirá desequilibrios relevantes. En aquel entonces, China apenas empezaba a notarse en el mundo (recuerde que ingresa a la OMC en noviembre de 2001), de forma que el rechazo a sus productos y viajantes no fue significativo. Hoy, con el racismo y xenofobia rampantes en Occidente, seremos testigos de muchos problemas. En lo relativo al comercio, sin embargo, el golpe a China, si esta crisis se extiende, puede ser muy grave. No creo que sea fácil saber si esto provocará una caída comercial global, o relocalización de producción. Ni creo que de ahí pueda deducirse que México captará parte de esa producción, como se ha afirmado con la firma del TMEC.
Los desajustes internacionales nos toman en un momento de debilidad interna, como usted sabe. Las decisiones del actual gobierno han destruido buena parte del andamiaje institucional construido en el último cuarto de siglo, provocando una caída muy importante en inversión. No tenemos garantizado el abasto de energía, ni hay condiciones laborales de gran atractivo. Nos hemos hecho más dependientes del petróleo, que ahora sufre una caída severa en demanda.
En pocas palabras, es justo el momento en el que el Presidente necesita tener un equipo confiable y capaz de reaccionar. Lo poco que hemos visto de ese equipo no ofrece esperanzas. Pero estaría feliz de equivocarme.