Fuera de la Caja

Mucho ruido

Con todas las bondades que le puedan encontrar al tema del mínimo, no está de más recordar que nuestro problema relevante en el mercado laboral es la informalidad.

La Comisión Nacional de Salarios Mínimos decidió elevar este referente en 20 por ciento para 2020. Será el tercer año de incremento importante al salario mínimo, después de que en el gobierno de Peña Nieto se eliminó su uso como ancla en contratos de todo tipo, desde pensiones hasta multas, pasando por alquileres. Esta costumbre, iniciada en los años setenta, impidió que el mínimo creciera cerca de la inflación, como sí lo hacía el salario medio, y por ello se fue construyendo el mito de la pérdida de poder adquisitivo.

En realidad, el mínimo nunca tuvo mucha utilidad. En un país en el que las leyes son sólo recomendaciones, abundan quienes ganan menos del 'mínimo' desde que éste se empezó a utilizar. Al igual que ocurrió con la seguridad social, que debería haberse extendido a todos los trabajadores, el mínimo no era lo menos que podía ganar un empleado. Ya son pocos los que recuerdan, pero antes de 1980 las cosas eran bastante peores que hoy. Por ejemplo, en la década de los setenta, menos de 31 por ciento de los trabajadores en México estaba afiliado al IMSS o ISSSTE, lo que implica una informalidad de casi 70 por ciento, mayor que la actual. Aunque el mínimo entonces parecía una cantidad importante, sólo ese 30 por ciento podía llegar a ese nivel, y no mucho más que eso.

Con las crisis de los ochenta, producto de esa economía ficticia de la década previa, el mínimo se fue rezagando, porque arrastraba todos los contratos que le comento. La formalidad fue creciendo muy lentamente, y la casilla de 'un salario mínimo' en el IMSS se fue quedando vacía. Así como antes de 1982 menos de 30 por ciento de la población podía llegar a ese nivel, después de 1990 muy pocos ganaban un mínimo, la mayoría empezó a ganar más. En pocas palabras, el salario mínimo nunca ha servido de mucho en México, más allá de alimentar retórica.

Con los tres incrementos importantes que ha tenido, ahora el mínimo sí empezará a tener impacto, me parece. Ya veremos a una cantidad no menor de trabajadores en esa casilla del IMSS, aunque el salario medio no necesariamente se moverá mucho. Por cierto, en este 2018 el salario medio de cotización en el IMSS ha crecido 2.8 por ciento en términos reales, que no está mal, pero palidece frente a los dos primeros años de Vicente Fox, cuando creció 4.2 por ciento. De hecho, el promedio de crecimiento del salario medio de cotización en ese sexenio, en términos reales, fue de 2.6 por ciento. Elevar el mínimo no implica mayor salario promedio, sino mayor concentración de trabajadores en los niveles más bajos del IMSS.

Con todas las bondades que le puedan encontrar al tema del mínimo (y que, viendo las redes sociales ayer, son casi infinitas), no está de más recordar que nuestro problema relevante en el mercado laboral es la informalidad, donde está casi 60 por ciento de los trabajadores. Ahí no hay mínimo, ni pensiones, ni servicios de salud (ahora menos, sin Seguro Popular). Esa informalidad tiene su origen tanto en la falta de uso de la ley que ya comentamos, como en la ínfima productividad de nuestros trabajadores. Cerca de 20 millones, de los 54 que hay disponibles, no pueden generar valor agregado equivalente a tres salarios mínimos. Por eso, la remuneración máxima que pueden obtener está entre 1.5 y 2 salarios mínimos, no más. (Datos de 2014, antes de los incrementos importantes).

El fuerte incremento al salario mínimo es un ejemplo de buena solución a un problema equivocado. Dudo que cause dificultades, dada la caída de demanda que impide efectos inflacionarios, y porque apenas se convertirá en restricción real. Pero también dudo que tenga beneficios asociados. Habrá que esperar un par de años para saberlo.

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