Fuera de la Caja

Economía y pobreza

El presidente López Obrador no tiene mucho conocimiento de otras materias diferentes de su interés principal, que es el poder.

Como usted sabe, la economía mexicana perdió una quinta parte de su capacidad de generación de riqueza durante el segundo trimestre de este año. Como comentamos ayer, ese golpe fue del doble de lo que pudo ser, si se hubiese aplicado un programa de contención económica como lo propusieron decenas de economistas, de todas ideologías y escuelas. No ocurrió así, y el impacto de esa contracción se refleja en un incremento considerable de personas en situación complicada.

El Presidente fue capaz de decir que el PIB (o el crecimiento económico) no tienen relación con la pobreza, apenas el jueves pasado. Esta afirmación, que hace un año, con la economía estancada, podía parecer un poco extraña pero digna de consideración, en este momento es insultante. A mayo, la proporción de mexicanos que no podían comprar la canasta que usa Coneval como referencia pasó de 35 a 55 por ciento. Esto significa que pasamos de 45.2 a 69.6 millones de mexicanos en esa condición. No sé cuántos, de esos 24 millones de mexicanos que entraron a la pobreza en abril y mayo, vean las conferencias mañaneras. Tampoco sé cuál es su opinión acerca de la afirmación del Presidente. La mía es que no tiene vergüenza.

En diversas ocasiones hemos intentado en esta columna aportar elementos para comprender mejor lo que está ocurriendo en materia política. Afirmamos que el presidente López Obrador no tiene mucho conocimiento de otras materias, diferentes de su interés principal, que es el poder. Por eso, esta columna considera que la mejor forma de entender sus decisiones es considerarlas bajo esa óptica: el poder, y sólo eso, le importa al Presidente.

Es también un dato claro que no tenía preparación alguna para gobernar, ni un equipo adecuado, de forma que, como otros líderes populistas contemporáneos, vive en una campaña política permanente, tratando de fugarse hacia delante, evitando gobernar y sustituyendo el costo de las decisiones, el esfuerzo de las políticas, con el discurso diario. Desafortunadamente, esa estrategia no funciona, porque no hay manera de soslayar el trabajo cotidiano de la administración pública. Sin personal calificado, sin 'empoderamiento' de los subordinados, sin recursos, la estructura se deteriora, y las decisiones son cada vez menos adecuadas. Eso fue evidente en 2019.

Frente a la mayor amenaza en un siglo, la pandemia, continuar con esa estrategia es suicida, como confirma toda la información disponible. No hay control alguno en materia de salud, la economía cae el doble de nuestro socio comercial, la pobreza crece en 50 por ciento en dos meses, y los flagelos que llevaron al poder a este grupo, inseguridad y corrupción, no se detienen.

El Presidente intenta por todos los medios distraer al respetable. Para eso nos trajeron a Emilio Lozoya, para eso regresaron el avión, para eso se propone el Grito de Nuremberg. Otra vez, en condiciones de estancamiento, como estábamos en 2019, esas ocurrencias tenían algo de sentido. Hoy, no son sólo insultos, es convocar a la tragedia.

¿Espera acaso el Presidente que esos 24 millones de mexicanos que han entrado en la pobreza salgan de ella nada más con el tiempo? ¿Cree que la economía regresará a la senda de crecimiento en respuesta a sus plegarias? ¿Espera que la inmensa presión social que eso significa no se refleje en una mayor violencia? ¿Piensa que sus 200 mil efectivos militares alcanzan para controlar 24 millones de hambrientos?

Cuando uno tiene un martillo, a todo le ve cara de clavo, dice un refrán. El Presidente, que sólo tiene una herramienta, el discurso chocarrero, discriminador, simple, a todos los fenómenos les ve cara electoral.

Está invocando a todos los demonios.

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