Fuera de la Caja

Cerrando por miedo

Macario Schettino opina que el momento de cerrazón que se vive en Occidente no es sólo un tema de movimiento de personas, sino también es un asunto económico.

Como hemos comentado en otras ocasiones, Occidente vive un momento de miedo e irracionalidad. En esas circunstancias, las sociedades buscan cerrarse, evitar el contacto con los otros, reducir lo más posible las interacciones. Este fenómeno es evidente en el tema de la migración, yo creo, porque ha sido algo muy publicitado en las elecciones de cada país. A partir del Brexit, el tema más importante en los países europeos ha sido la migración. En Holanda y Francia, el año pasado, los promotores de cerrar las fronteras no alcanzaron a ganar, como tampoco lo lograron en Suecia este fin de semana. Pero los partidos impulsores de esas medidas lograron incrementar su presencia. En Austria, quedaron muy cerca de la mayoría. En Italia, formaron gobierno con el otro extremo del espectro político y han cerrado ya sus fronteras a los migrantes.

Sin embargo, la cerrazón no es sólo un tema de movimiento de personas, también es un asunto económico. Las comunidades no sólo culpan a los migrantes de la pérdida de empleos (y de las costumbres y la paz, puestos a inventar). También se oponen al comercio, porque creen que se debe a esa actividad el que ahora ganen menos, o no tengan empleo. Y es que la oposición a la migración y al comercio no están tan alejados, y muchos partidos políticos combinan ambas cosas en su plataforma.

Precisamente por eso hemos insistido en que Trump no es la causa, sino el síntoma de la cerrazón estadounidense. No de todos, claro, pero de los suficientes como para dividir la elección y dejar en unos pocos votos la decisión. Así pasó en 2016, igual que en el Brexit.

Ayer le decía que, en mi opinión, 2008 es el año de inflexión. Es alrededor de la crisis que cambian las cosas, no porque ahora producir sea más difícil, o porque se hayan implementado inmediatamente medidas para reducir la desigualdad. Es porque la crisis rompió la creencia en un sistema político-económico, y abrió el espacio al miedo.

De hecho, esto puede verse con el volumen de comercio mundial. El comercio total de mercancías en el mundo, en comparación con el valor agregado producido, alcanzó su máximo en 2008: 27 por ciento. Al año siguiente, con la crisis, el comercio se redujo al 22 por ciento, pero hubo una recuperación, y para 2011 ya estábamos cerca del récord previo: llegamos a 26 por ciento. Sin embargo, a partir de ese momento viene la cerrazón. La caída es paulatina, pero constante. En 2017, el comercio mundial representó 23 por ciento del PIB. Y en este año, aunque la OMC es optimista y espera un crecimiento de 4.4 por ciento en el comercio, la estimación del crecimiento del PIB es muy cercana a ello: 3.9 por ciento. Si ambas metas se cumplen, seguiremos en ese 23 por ciento de comercio.

Pero es muy posible que no sea así. La guerra comercial de Trump amenaza seriamente estos flujos. La aplicación arbitraria de la excusa de seguridad nacional para bloquear el comercio de acero y aluminio ya se ha convertido ahora en aranceles generalizados a centenares de miles de millones de dólares en importaciones de China. Las respuestas de los países afectados también cuentan, y las exportaciones estadounidenses se verán disminuidas.

Los datos, aunque sean escasos y recientes, parecen confirmar que tenemos una reacción social en contra de los demás. De hecho, muchos lo han interpretado como una disputa entre globalistas y localistas. Esa faceta es sólo el reflejo del miedo frente al otro. Hay también el miedo a los datos, que aparece como posturas anticientíficas. Y el miedo interno de la sociedad, aparente en la construcción de grupos por identidades. En el fondo, es eso: miedo.

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