Fuera de la Caja

Autorretrato

El desequilibrio de las ideas es producto de una mente enferma, que no puede priorizar, y que, en el fondo, no tiene mayor interés en nada de lo anunciado.

Solo, aislado, encerrado. Acompañado nada más por sus subordinados. Hablando como un híbrido de maestro rural y pastor evangélico, diserta acerca de esa historia de Bronce que tan popular era cuando su niñez. Desprecia la Constitución, al grado de no presentarse en la ceremonia anual, la única que reúne a los tres poderes federales y a los gobernadores. Pero, curiosamente, quiere modificarla.

Lanza su lista del mercado: quiere que haya en la Constitución lo que ya hay (indígenas, pensiones, becas, salud, educación, empleo); quiere que se establezca un poder único en la Presidencia (judicial, electoral, autónomos); quiere eternizar la mediocridad (austeridad, salarios); quiere que se hundan las finanzas públicas (salarios crecientes, pensiones al 100 por ciento, vivienda). Quiere, finalmente, aventar en la Carta Magna todos sus prejuicios y sueños infantiles: trenes de pasajeros, fracking, agua, vapeadores, fentanilo, toros.

El desequilibrio de las ideas es producto de una mente enferma, que no puede priorizar, y que, en el fondo, no tiene mayor interés en nada de lo anunciado. Nada más quiere seguir viviendo en Palacio. Ya hasta olvidó que tiene una candidata presidencial, a la que ha borrado por completo. A esa mente sin orden, sin profundidad, no se le puede pedir atención a los detalles. Lo que propone no tiene sentido, es inviable, es contrario a la República.

No tiene sentido incluir lo que ya está incluido, ni lo que debe estar en leyes secundarias. Es inviable incrementar pensiones, cuando en este 2024 el costo de las mismas se financia por completo con deuda. El déficit de este año es la misma cantidad que lo que se pagará por pensiones. Cualquier incremento significa más deuda. Es también inviable jugar al trenecito, pelearse con la tecnología, o con el agua. Y es peligroso para la República el ataque al Poder Judicial, al sistema electoral, a los organismos autónomos, y entregar más poder a los militares.

Ninguna de las propuestas merece mayor atención. Si acaso, como en párrafo previo, hay que evidenciar la inviabilidad de alguna. No cuenta con los votos en el Congreso para impulsarlas, no perdamos el tiempo en discutirlas.

Porque eso es lo que quiere, que se hable de él. Lo que quiere es recuperar la iniciativa, la atención pública, el control del discurso. No puede, como lo mostró al día siguiente, cuando tuvo que regresar a la acusación proveniente de la DEA. No parece darse cuenta de que todo se acaba, y un conjunto de propuestas absurdas, como las proferidas en el viejo local del Congreso Liberal, que le podían creer muchos hace 20 años, es ahora evidencia de su locura. Él solo, por su gusto, ha cometido el mayor error en política: ha hecho el ridículo.

Cada día confirma que se ha convertido en un pasivo para Claudia Sheinbaum, de quien era el único activo. Lo único que tenía esta candidata era la aprobación presidencial, la popularidad, que se afanaba en capturar, imitando, copiando, adulando al personaje. Estará ahora en la angustia de tener que rebelarse, de tener una personalidad propia, que hace décadas no tiene.

Mención aparte ameritan los medios de comunicación, que prefirieron reportar el acto onanista en lugar de enfatizar las palabras del ministro Pérez Dayán en Querétaro, o el claro discurso, ése sí presidencial, de Xóchitl Gálvez en Washington. Lamentable.

Supongo que la presión desde el poder explica en parte ese comportamiento, que tal vez acabe siendo benéfico para la sociedad. Exponer el ridículo de un hombre enfermo tal vez sea lo que necesitamos para regresar a la sensatez. Él, que tuvo todo, no sólo ha fracasado, se ha perdido. Ya a nadie le interesa, es pasado, es polvo, es nada.

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