Fuera de la Caja

Datos fantasmagóricos

Este sexenio muestra una caída en el promedio anual de IED, aun quitando el efecto de la pandemia. Es la primera vez que ocurre desde 1960.

Un fantasma recorre los medios, pero no aparece en la realidad: el nearshoring. La inversión extranjera directa (IED) en el tercer trimestre de este año, publicada el viernes por el Banco de México, es la menor prácticamente desde que ingresamos al TLCAN, hace 30 años. Con la salvedad del tercer trimestre de 2020, en plena pandemia y confinamiento, no hay un dato tan malo en todo ese tiempo.

Llegaron mil 800 millones de dólares entre julio y septiembre, de los cuales apenas 600 millones fueron de inversión nueva. En este componente de la IED, el acumulado de los cuatro trimestres previos (es decir, el año que termina en septiembre) es también uno de los peores en las tres décadas mencionadas, apenas superado por el trimestre final de Calderón y el inicial de Peña Nieto. Pero al estar comparando en dólares corrientes, los datos de hace 10 años, descontando la inflación, son también superiores a lo que hoy ocurre.

De hecho, este sexenio muestra una caída en el promedio anual de IED, aun quitando el efecto de la pandemia. Es la primera vez que ocurre desde 1960. Cada sexenio atraía más recursos que el anterior, aunque en las décadas iniciales era siempre una cantidad pequeña. Incluso el sexenio de Calderón, que sufrió la Gran Recesión, terminó con un incremento de 8 por ciento frente al de Vicente Fox. Con Peña Nieto, el incremento es de casi 40 por ciento en el promedio anual. Hoy, la IED se ha reducido 4 por ciento frente a ese sexenio, cifra que se duplica si incluimos la pandemia (como se incluyen en los sexenios previos todas las vicisitudes sufridas).

En una perspectiva un poco mayor, resulta que la IED se mantiene prácticamente estable desde junio de 2014. En los casi 10 años transcurridos, el promedio anual es de 34 mil millones de dólares, que es casi igual al dato anual al tercer trimestre: 34 mil 700 millones de dólares. En suma, no se percibe incremento alguno en la inversión extranjera en nuestro país. Esto incluye no sólo inversión nueva, sino reinversión de utilidades y cuentas entre empresas. Es todo, pues.

Ocurre que los datos de la balanza de pagos también nos confirman una desaceleración. Las exportaciones de bienes, que crecían 7 por ciento en el primer trimestre de este año bajaron a 1 por ciento en el segundo, y ahora están en cero. Las de servicios, que al inicio del año estaban en 33 por ciento, cayeron a 7 por ciento para junio, y en septiembre están en -3 por ciento. Esto tiene que ver con la fortaleza del peso, pero también con menor demanda por parte del resto del mundo.

En las importaciones, sin embargo, ocurre algo similar: las de bienes crecían 7 por ciento en el primer trimestre, pero caen en el segundo a -3 por ciento, y en el tercero a -5 por ciento; las de servicios pasan de 23 por ciento a 15 por ciento y ahora a 7 por ciento. Pero aquí el efecto del ‘peso fuerte’ es el opuesto, deberían subir, y más si el crecimiento de la economía es, como dice INEGI, superior a 3 por ciento anual. Es decir: el comercio exterior no está respondiendo como debería a una economía con esa dinámica. Ni las exportaciones jalan el crecimiento, ni las importaciones reaccionan a él. Nada sorprendente si, como suponemos, buena parte de ese crecimiento es nada más la construcción del Tren Maya, que además no tenemos idea cómo se está reflejando en las cuentas nacionales. En un cálculo simple, utilizando los datos del PIB, hay un incremento en construcción de 350 mil millones de pesos que supuestamente estaría ocurriendo ahí. Por venir del PIB, se trataría de valor agregado, no del valor de la construcción en sí. Sigo pensando que esos datos son falsos, y ahora con mayor razón, viendo lo que ocurre con las cuentas externas. Espero que después no tengamos una sorpresa.

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