Fuera de la Caja

Los adelantados

La culpa es de López Obrador, que abrió la sucesión desde la elección intermedia, cuando se esfumó su sueño de reelección.

Este fin de semana se cumplen ocho de las elecciones en Estado de México y Coahuila. Prácticamente al otro día, Morena inició un proceso abierto para la selección de su candidata. Digo abierto porque llevaban ya dos años fingiendo, pero en esa segunda semana de junio decidieron que los interesados dejaran sus cargos públicos, salieran a recorrer el país, y esperaran a inicios de septiembre, cuando una encuesta decidirá que Claudia Sheinbaum será la candidata presidencial de la coalición de López Obrador.

Aunque hay otros aspirantes, los únicos que realmente compiten por esa candidatura son ella y Marcelo Ebrard, quien no goza del favor presidencial. Por eso López Obrador golpeó sin misericordia al entonces canciller desde la elección intermedia, mientras señalaba con claridad su afecto por Claudia. Con eso, publicidad y mañaneras, le dio a Sheinbaum el margen que hoy muestra en los seguimientos diarios. En las cinco semanas que faltan no parece que pueda revertirse la ventaja.

En esta semana, además, se cumplieron cuatro de que Xóchitl Gálvez anunciara su interés en competir por la coordinación del Frente Amplio por México, antesala de la candidatura presidencial. Aunque algunos considerábamos que sería algo importante, prácticamente nadie la contaba en ese proceso, ni siquiera ella misma, que prefería competir por la Ciudad de México. Muchos colegas creen que fue la negativa de López Obrador a recibirla en una mañanera lo que la convenció. Lo ignoro.

La irrupción de Xóchitl, lo hemos comentado antes, es el equivalente a las olas rosas de las manifestaciones del 13 de noviembre y el 26 de febrero. No se esperaba, y sorprendió tanto a los organizadores como al gobierno, e incluso a medios nacionales y extranjeros. Creo que en este mes, nadie todavía reacciona adecuadamente.

Los partidos del Frente Amplio tenían ya candidaturas propias, que han sido desplazadas. No alcanzan a convencerse de la posible candidatura de Xóchitl, y no la están ayudando. El Presidente tampoco puede procesar lo que ha ocurrido. Surgió alguien que destruye su discurso, que tiene altas probabilidades de triunfo por venir de fuera del sistema político, y que seguramente acabará con su entenada. Los ataques que le propina todos los días le han servido a Xóchitl para ser más conocida, pero son también claras amenazas, más porque provienen de alguien que no tiene brújula moral.

Tampoco los medios terminan de procesar lo que ocurre. Algunos buscan mantener su cercanía con el gobierno actual (ideológica, de negocios, la que sea), mientras otros quedan atrapados en los viejos cánones periodísticos, muy poco útiles en los últimos 15 años, no sólo en México. Las casas encuestadoras, que han publicado poco en todo este sexenio, apenas empiezan a medir un fenómeno de cuatro semanas, muy dinámico. Tampoco es magia.

Ambos procesos, el de la coalición de López Obrador y el del Frente Amplio, se encuentran al margen de la ley, como sabemos. No son precampañas, porque ocurren antes de que puedan llamarse así, pero en el espíritu de la ley no deberían estar ocurriendo. La culpa es de López Obrador, que abrió la sucesión desde la elección intermedia, cuando se esfumó su sueño de reelección. Aceleró el proceso hace dos meses, no sé si porque sentía que perdía el control o la salud, y con ello obligó a la oposición a hacer lo mismo.

Ya estamos en territorio desconocido. No es lo que esperaba López Obrador (o Claudia Sheinbaum), ha cambiado (disminuido) las posibilidades de Ebrard, ha reducido notoriamente a los partidos y ha puesto a las autoridades electorales en serias dificultades. De aquí a las fiestas patrias, no imagino sino convulsiones. Espero que ambos procesos terminen razonablemente bien, y que después del Grito podamos ya tener una idea más clara de lo que ocurrirá en los siguientes nueve meses.

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