Se publicó ayer el Indicador Oportuno de Actividad Económica, que da una idea del comportamiento que tuvimos en agosto y septiembre. Como ya habíamos comentado, todo indica que el tercer trimestre del año reportará un crecimiento nulo. A fin de mes conoceremos el PIB, también en versión oportuna, y por ahí estarán las cifras.
Como también habíamos ya platicado por aquí, en este 2022 se repite la historia de 2021: un crecimiento extraordinario alrededor de Semana Santa, y después una caída, suave pero continua, por el resto del año. En 2021, al comparar contra un año de absoluta caída, como lo fue 2020, el crecimiento anual tuvo valores importantes, pero era simple comparación. Ahora, este tercer trimestre, con crecimiento cero frente al anterior, superará el 2 por ciento anual, pero es también una ilusión.
En los hechos, este estancamiento, cuando aun no se reflejaba el impacto de las mayores tasas de interés, apunta a una contracción durante el trimestre actual, y por lo mismo a un crecimiento anual tal vez inferior a 2 por ciento anual. Ya varios expertos han reducido sus estimaciones para este año, y sobre todo para el próximo, especialmente debido a la esperada recesión global.
Este fenómeno todavía no es tan claro. Sin duda, Europa ya está en recesión, pero en Estados Unidos los datos no son concluyentes. Las ventas al menudeo y el ingreso de los hogares, en términos reales, están cayendo, pero el empleo y la actividad industrial no. En este último caso, hay también un problema de comparación, porque la ruptura de las cadenas productivas afectó a diversos sectores que, aunque producían, no podían terminar las mercancías por la falta de algo: un chip, un espejo, un cable. Cuando estos insumos finalmente llegan, los productos que estaban casi terminados se entregan, y entonces se registran como si hubiesen sido manufacturados en ese momento. Justo eso es lo que nos ocurre con la industria automotriz en México, y me parece que también en Estados Unidos, de forma que debemos tomar con pinzas la información de las manufacturas. Más claro: pueden reportar crecimiento cuando en realidad no lo hay, es apenas el terminado de bienes producidos hace meses, pero incompletos.
Si es correcta esa apreciación, entonces tres de los cuatro indicadores que normalmente se usan para identificar una recesión mostrarían ya tendencia negativa, y en cuestión de meses (pocos) ya estaremos en números rojos: habrá una recesión.
Ahora bien, no todas las recesiones son iguales. La que resultó de la crisis financiera de 2008 fue muy profunda, costosa y rápida. La de 2020, por el confinamiento, lo fue más. La que creo que puede servirnos de referencia es la recesión dot com iniciada en marzo de 2000, con un impacto relevante entre 2001 y 2003. No hubo una gran contracción, pero duró muchos meses. En octubre de 2001, además, China entró a la OMC, y las empresas aprovecharon la recesión para relocalizar su producción (porque en la recesión no se vende, así que es buen momento para ajustes profundos). Antes de eso, decían que Guadalajara sería el “Silicon Valley” mexicano. Después, no quedó nada. Todos se fueron a China.
Hoy, ya están regresando, pero será la recesión de 2023 el momento que aprovecharán para relocalizarse francamente en Norteamérica. Una parte importante puede ubicarse en México, si cuentan con electricidad a buen precio, pero, sobre todo, limpia. Es lo único que necesitamos para revertir el impacto ocurrido hace 20 años, para profundizar en la integración norteamericana, y para colocarnos en un camino de franco desarrollo. La soberanía no viene ni de discursos políticos ni de recursos naturales, nada aporta más a la soberanía que la capacidad de generar riqueza.
Tenemos una de las mayores oportunidades en nuestra historia. Bastaría con aplicar la Constitución en la materia. Bastaría con que el Presidente dejase de violarla.