Opinión

Crecimiento digno

Una de las lecciones de la pandemia es que nada de lo que conocíamos nos preparó para enfrentar una contingencia mundial como ésta.

Medimos con variables que forman parte del pasado, aunque siguen siendo la mejor referencia para evaluar el comportamiento de las economías y pronosticar su desempeño en un futuro próximo; sin embargo, una de las lecciones de la pandemia es que nada de lo que conocíamos nos preparó para enfrentar una contingencia mundial como ésta.

Tomemos, por ejemplo, el desempeño de las bolsas de valores y su rentabilidad a pesar de que el planeta se detuvo. Con sus variaciones, las entidades que cotizan han tenido un comportamiento más que favorable y algunos sectores hasta histórico.

El desarrollo de las vacunas que hoy sirven para tratar de ganarle la carrera a la enfermedad y las restricciones que impone, también fue un factor económico inusitado, que ya provocó desde jaloneos entre reguladores, hasta una nueva forma de diplomacia sanitaria para prestar dosis a socios y aliados.

Las fórmulas que usamos para establecer los parámetros financieros y económicos muestran un panorama poco alentador, pero si se les mira con cuidado y se analizan sectores específicos, estamos probablemente ante un cambio de paradigma en la manera en que evaluamos el crecimiento.

Hace poco más de un año los metros cuadrados en las viviendas, el teletrabajo, el acceso a tecnología para estudiar, la posibilidad de contar con agua potable constante y sistemas de salud pública y privada eficientes, no estaban dentro de las prioridades con las que se establecían la rentabilidad de los mercados.

Probablemente eran consideradas por organismos internacionales que miden el desarrollo, pero no parecían tener un peso mayor cuando corporaciones y gobiernos discutían cambios legales o modificaciones a los preceptos económicos que hacían que los sistemas financieros fueran considerados sanos.

Bastó un virus y la enfermedad desconocida que provoca para que esas otras variables, las que afectan a una mayoría de la población mundial pasaran a un primer plano. Mientras podía considerarse que el presente sería estable, el futuro podía predecirse; ya no.

Ahora enfrentamos dilemas que bien pueden ahondar las diferencias que vivíamos antes de la pandemia y que nos sorprenderían otra vez sin preparación para la siguiente crisis, sea sanitaria o climática. Necesitamos nuevas herramientas y nuevos acuerdos sociales para evitar daños mayores y para resolver los que nos dejará esta experiencia.

Economía y desarrollo humano no pueden ir separados por más tiempo. Hablar de rentabilidad, de ganancias, de cuotas de mercado, seguirá siendo relevante, pero no a costa de la desigualdad y el desequilibrio de la humanidad.

Cuestiones como el acceso universal y gratuito a la salud, la modernización de los sistemas públicos y privados de medicina, la vivienda, la educación y el trabajo dignos, no son retóricas o entran en la casilla nada más de lo social, también son factores primordiales para hacer negocios en las siguientes décadas.

Antes de esta crisis internacional, los mercados podían funcionar con porcentajes de la población que pudieran pagar bienes y servicios, aunque eso significara la marginación de partes significativas de una sociedad. Ampliar la base de personas que puedan aspirar a los satisfactores básicos para llevar una vida digna, con justicia y paz, es invertir eficientemente en ese elemento tan difuso que llamamos porvenir, igual que en otro que no debemos perder de vista: nuestra propia supervivencia.

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