Luis Wertman Zaslav

Manejo de expectativas

Los avances de un lustro no son suficientes para cantar victoria y el gobierno entrante deberá acelerar políticas para que la posición de México en el mundo se amplíe.

Un dicho muy citado afirma que debemos tener cuidado con lo que deseamos, porque corremos el riesgo de que se nos cumpla. En lo económico ocurre algo parecido y siempre es una advertencia para actuar con cautela.

Es un hecho que, en los escritorios de las corredurías y las firmas de análisis financiero, México es una de las economías más prometedoras para la siguiente década. Con una deuda baja, una prospectiva única de desarrollo e indicadores macroeconómicos estables, nuestro país entrará en un periodo en el que podría, por fin, consolidar un desarrollo sostenido.

En el pasado hemos tenido otros lapsos que auguraban crecimiento y estabilidad. Recordemos el llamado ‘milagro mexicano’, ocurrido a mediados de los años cincuenta y que duró hasta principios de los 70, gracias al modelo de ‘desarrollo estabilizador’ que impulsó prácticamente a todos los sectores productivos del país durante tres sexenios y medio. Luego, vino el famoso boom petrolero de los años ochenta, en el que nos avisaron que debíamos estar preparados “para administrar la abundancia”. La diferencia fue que el primero estaba cimentado en una buena administración y el segundo fue una historia de despilfarro.

Después de la crisis del petróleo, lo que vino fue una sucesión de administraciones que seguían un guion internacional que justificaba el libre comercio en ciertos sectores, el proteccionismo en otros, y una globalización que se sostenía en la creencia de que los mercados tienden a acomodarse solos como las sandías. Cuarenta años más tarde, eso no ocurrió ni en los 90, ni en el arranque del nuevo siglo, porque caímos en la peor debacle (bautizada como el ‘efecto tequila’), sufrimos una recuperación que trajo un cambio de partido en el poder, que gozó de una racha histórica de ingresos por petróleo, que —otra vez— dilapidó, para dar paso a un sexenio de guerra simulada, a uno de corrupción acelerada, hasta que una mayoría decidimos que era suficiente y momento de cambiar de rumbo. En este periplo lo que sí sucedió fue un aumento en la desigualdad, una mala privatización de funciones del Estado y sistemas administrativos caducos.

Sin embargo, los avances de un lustro no son suficientes para cantar victoria y el gobierno entrante deberá acelerar —no solo establecer— políticas complementarias de desarrollo social, atención a las causas que provocan la violencia, e inversión económica, pública y privada para que la posición de México en el mundo financiero se amplíe.

Ya quedó claro, al menos para los mercados, que nuestro país es un socio comercial confiable, un actor fundamental del bloque económico más poderoso de occidente y un país con muchos recursos naturales y humanos para atender a un planeta que en los siguientes años podría entrar en un nuevo ciclo de consumo y transformación comercial.

En ese sentido, nadie espera sorpresas en el manejo financiero, ni en la forma en que se ha orientado el gasto, particularmente hacia segmentos de la población que habían estado olvidados, pero que hoy por hoy empujan históricamente las ventas de bienes y servicios. Ese mercado interno, que en ningún otro momento había podido apreciarse con tanta claridad, necesita fortalecerse. Tal vez no tengamos una mejor oportunidad que los siguientes años para lograrlo.

Eso significa el surgimiento de una nueva clase media, paralela a la que consiguió sobrevivir a tantas crisis y turbulencias, que abra las oportunidades que antes estaban reservadas para ciertos sectores por origen o por conexiones con la estructura de poder. Si algo podremos celebrar acerca de este cambio de época es que la balanza pudo equilibrarse y la formación de una nueva ciudadanía está en marcha.

Pero eso también representa un desafío para que México no regrese a un modelo de concentración de la riqueza y expanda los beneficios sociales, educativos y de salud a la mayor parte de la población, con servicios públicos universales y gratuitos. Igual como ocurre en los casos de éxito en naciones que son punto de referencia para quienes están de acuerdo y quienes están en contra.

Dudo que estemos en un escenario en el que se repetirán los grandes errores de la administración de la abundancia. Pienso que estamos más cerca de un ‘nuevo milagro’, que no está basado en la fe o en la suerte, sino en el convencimiento de que este es el camino que debemos tomar para ocupar el sitio que merecemos en el mundo y, además, corregir muchos años de injusticias y de abusos, a través de una mejor organización social y de nuevos valores y principios.

El autor es comisionado del Servicio de Protección Federal.

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