Luis Wertman Zaslav

Problemas de unicornios

Si las compañías más disruptivas vuelven a pensar dentro de la caja, las que no lo son tienen la posibilidad de decir ‘se los dije’, reforzando reglas que llevan años sin cuestionarse.

Siempre debe celebrarse el éxito de una nueva tecnología que llega para beneficiarnos y hacer que veamos y hagamos las cosas de otro modo, más sencillo, con menos costos y de forma segura; cuando la empresa que la desarrolla además rompe paradigmas, estamos ante una buena noticia y un caso de éxito.

Esa ruta es la que siguen compañías que hoy, popularmente, se les considera ‘unicornios’, por la innovación que aportan a sus industrias y, en general, a nuestras vidas. Se les busca con más ansiedad que paciencia, porque son el modelo de empresa que parece definir este cambio de época en el que vivimos ahora.

No obstante, algunas corporaciones que nacieron como estos especímenes fantásticos, únicos, transformadores, aparecen como advertencias de lo que significa el progreso en estos tiempos y lecciones sobre la cautela con la que deberíamos conducirnos cuando anunciamos que el futuro por fin ha llegado a nosotros.

Casos como los de Uber, WeWork o Theranos hoy son motivo de series de televisión por sus reconocidas fallas, errores y malas políticas, y no como las soluciones que fueron alguna vez de problemas con los que nos habíamos acostumbrado a convivir, porque no había otra opción.

Ahora esas tres empresas, y algunas más, tienen modelos más tradicionales, enfocados en mantener la estabilidad y la rentabilidad para sus accionistas; no tanto en transformar o ser agentes de cambio en sus mercados. Ofertan lo mismo, digamos, con la diferencia de que ahora está involucrada una aplicación o un dispositivo (salvo en el caso de Theranos, que resultó un fraude absoluto).

Eso hace retroceder también los avances que se pueden lograr en momento de crisis o de cambios inesperados. Si las compañías más disruptivas vuelven a pensar dentro de la caja, las que no lo son tienen la posibilidad de decir ‘se los dije’ y reforzar reglas y comportamientos que llevan años sin cuestionarse.

Por ejemplo, miro el tráfico de las últimas semanas y temo que la conquista del trabajo a distancia, preferentemente desde casa, se haya desvanecido porque muchas empresas están regresando al modelo presencial solo para ver a sus colaboradores en sus cubículos. Lo que podía ser una buena práctica, basada en la confianza de que cada quien hará lo que le corresponde mientras está vía remota, podría revertirse precisamente por la suspicacia de sus jefes por saber si en verdad están cumpliendo con sus horarios y funciones.

Cuando ya gritábamos a los cuatro vientos que la era en la que el empleado ponía condiciones y la falta de mano de obra calificada en muchos trabajos era producto de nuevas conquistas laborales para privilegiar el tiempo libre, la convivencia con la familia y el uso de la tecnología para la productividad a distancia, parecería que estamos regresando paulatinamente a la jornada de nueve de la mañana a cinco de la tarde, con los consecuentes traslados que hacen de la vida en las ciudades un desgaste que no se puede evitar. Espero equivocarme.

Porque si retornamos a un esquema tradicional, en el que volveremos a saturar edificios, calles, colonias y metrópolis completas, entonces habremos perdido una de las pocas ventajas que trajo la pandemia que ya lleva dos años y contando. Adicional a ello, el uso de la tecnología y la facilidad que aportó para conectarnos a cualquier lugar del mundo para hacer negocios, sufrirán un retroceso para que los viajes, las juntas y las reuniones en persona recuperen el sitio que perdieron.

Para varias ramas industriales será una gran noticia, pero no estoy tan seguro que lo sea para el resto de nosotros. Un balance entre trabajo y vida personal era urgente y tuvimos que llevarlo a cabo por la fuerza cuando este virus nos confinó. Ahora que estamos en la etapa que podría ser la última de esta emergencia sanitaria, estamos subiendo de nuevo a nuestros autos, manejando varias horas para llegar a la oficina o a cualquier punto, y congestionando las avenidas a la salida para dormir en casa para empezar otra vez la rutina al día siguiente.

Lo más delicado es que la fortaleza que obtuvieron muchas y muchos profesionales para poner condiciones que les permitieran ese balance estaría en riesgo no solo por la idea antigua de que la productividad se mide mejor en persona, sino por las condiciones de una economía mundial que está afectada por un conflicto bélico y una inflación inusualmente alta que llena de nerviosismo a las empresas, hace que el mercado laboral sea inestable, y coloca a muchos profesionales en una etapa de prudencia laboral hasta que vengan tiempos mejores.

Ojalá no sea el caso, pero por el bien del planeta, de nuestras ciudades, de nuestra propia vida, debemos defender estos modelos que surgieron por la necesidad de controlar la pandemia y actuar con inteligencia para que ese equilibrio que pedimos en lo general, sea un hábito en la vida diaria de cada uno.

El autor es director general de Seguridad Privada de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.

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