Lourdes Aranda

Cuando el cuerpo de las mujeres es el campo de batalla

Lourdes Aranda escribe que el Nobel de la Paz de este año merecía ser objeto de mayor atención; sin embargo, la poca atención que recibió es sintomática de los tiempos que corren.

El anuncio del Premio Nobel de la Paz 2018 pasó desafortunadamente sin pena ni gloria. Es una lástima. Los dos galardonados –Denis Mukwege y Nadia Murad– son dos defensores de los derechos humanos ampliamente reconocidos por luchar contra el uso de la violencia sexual hacia las mujeres y niñas como arma de guerra en conflictos bélicos.

Denis Mukwege (de 63 años) es un médico, hijo de un pastor cristiano, fundador del Hospital de Panzi, una clínica de Bukavu (Congo), que ha atendido a miles de mujeres y niñas que han sufrido violaciones multitudinarias. Los agresores les introducen en las vaginas cualquier tipo de armas u objetos (vidrios, pegamento, aguarrás, cloro) que es necesario que les reconstruyan el aparato reproductivo y el urinario. Para él, "la violación en una zona de conflicto es la voluntad de destruir al otro y a las generaciones futuras a través de la mujer". El tipo de agresiones que sufren las víctimas tiene componentes físicos como mencioné u otras heridas que afectan de manera permanente sus vidas y traumas psicológicos, que provocan vergüenza entre las víctimas y dañan los lazos familiares de comunidades enteras.

El "Dr. Milagro", como también es conocido, realiza procedimientos quirúrgicos especializados, con un enfoque holístico, que en sus palabras "es un proceso de sanación para que […] puedan recuperar su dignidad". Por ese motivo, el hospital ofrece a sus pacientes ayuda psicológica, asistencia legal y apoyo para que puedan reintegrarse a sus comunidades sin estigmas. Mukwege defiende de manera apasionada la igualdad entre hombres y mujeres y sus acciones han inspirado a numerosos grupos a expresarse contra la violencia de género en la República Democrática del Congo, un país donde se calcula que desde 1996 ha habido más de 40 mil supervivientes de ataques sexuales.

Por su parte, Nadia Murad es una activista joven (de 25 años), que sobrevivió al secuestro y la violación de militantes del Estado Islámico (EI) en Irak. Como reconoció el Comité noruego, "ella misma es víctima de crímenes de guerra". Murad ha sufrido doblemente por ser mujer y por practicar el yazidismo, una religión minoritaria ancestral, rechazada y temida (se les acusa de adorar al demonio). En 2015, Murad denunció ante el Consejo de Seguridad de la ONU que los guerrilleros yihadistas usan el rapto como botín de guerra y como forma de exterminio. Hoy se calcula que más de 3 mil mujeres y niñas yazidíes han sido sometidas a distintos tipos de abusos sistemáticos. Desde entonces, Murad ha emprendido una campaña mundial para denunciar el tráfico humano. Asimismo trabaja de la mano con la abogada Amal Clooney para que los tribunales internacionales juzguen a los líderes del grupo terrorista. En 2016, la ONU la nombró su primera embajadora de buena voluntad para la dignidad de los supervivientes de trata de personas.

El otorgamiento del Nobel a estos dos activistas es muy oportuno. Este año se cumple el décimo aniversario de la adopción de la Resolución 1820 en el Consejo de Seguridad de la ONU, que estipuló, después de la limpieza étnica en la entonces Yugoslavia, que la violencia sexual en un conflicto armado es un delito de guerra. El mensaje de este reconocimiento es también dar visibilidad a la recurrencia de la violencia de género, un problema que en fechas recientes fue cuestionado, cuando el Congreso de EU votó a favor de un candidato a juez de la Corte Suprema de Justicia denunciado por agresiones sexuales.

En suma, la elección del Comité noruego del Nobel de este año no pudo haber sido más acertada. Incluso ha servido para devolver credibilidad a los premios, en un momento en que la Academia Sueca quiere pasar la página sobre el escándalo de acoso sexual que forzó a posponer el anuncio del premio de Literatura.

El Nobel de la Paz de este año merecía ser objeto de mayor atención y publicidad por parte de los medios y redes sociales, como la tuvieron en su momento las campañas #BringBackOurGirls (2015) o #MeToo (2017). Sin embargo, la poca atención que recibió es sintomática de los tiempos que corren. La ambivalencia en la opinión pública internacional es mala señal. Lo más lamentable es que la violencia contra mujeres y niñas ha aumentado y no sólo en situaciones de guerra: ONU Mujeres estima que una tercera parte de las mujeres en el mundo ha sufrido violencia sexual. De ahí la importancia de alzar la voz, de celebrar los avances y de no perder de vista que las personas no tenemos asegurados nuestros derechos fundamentales todo el tiempo ni en todas partes.

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