Lourdes Aranda

2019: los peligros del año en que vivimos

El aspecto más preocupante es el retroceso acelerado de las democracias, la erosión del Estado de derecho y de las garantías a los derechos fundamentales, escribe Lourdes Aranda.

Contrario a los deseos que expresamos por optimismo o simplemente cortesía, 2019 inicia con muchos nubarrones. Hay conflictos internacionales irresueltos o latentes que podrían reactivarse o deteriorarse más, como el de la península coreana, la guerra en Siria o Ucrania. Otros peligros se relacionan con la descomposición del sistema internacional, que se ha vuelto más inestable, menos predecible y más peligroso en los últimos diez años, por los reacomodos que ocurren en los países más influyentes.

El aspecto más preocupante es el retroceso acelerado de las democracias, la erosión del Estado de derecho y de las garantías a los derechos fundamentales, así como la pérdida de confianza de los Estados en las instituciones multilaterales. La retórica populista ha rendido buenos dividendos. Numerosos actores pasaron de los márgenes de sus sistemas políticos a construir nuevos consensos mayoritarios. Es una tendencia generalizada en el mundo, si bien se reconocen peculiaridades en distintas latitudes.

Europa ha sido punta de lanza. Como resultado de la crisis financiera de 2008, el continente ha dado marcha atrás a la integración de su mercado común y de sus instituciones políticas supranacionales. En tres meses, el Reino Unido dejará de pertenecer a la Unión Europea sin que haya todavía una negociación clara y satisfactoria. Los partidos nacionalistas en los países europeos se han fortalecido en las elecciones internas en Italia, Hungría y Polonia, pero también en Francia e incluso en Alemania y España, donde eran prácticamente inexistentes hace cinco años. En mayo, los partidos proeuropeos liberales y los nacionalistas se enfrentarán en las elecciones al Parlamento europeo. Es de esperar que los segundos alcancen su mayor representación hasta la fecha en esa institución europea.

En China, Xi Jinping inicia una nueva época. El año pasado se eliminaron los límites a los periodos presidenciales, lo que le abre la puerta a que se mantenga de manera indefinida en el poder, con un poder y fuerza ilimitados. Por su parte, en Rusia, Vladimir Putin asienta su liderazgo con acciones temerarias, como el bloqueo a los puertos ucranianos en el mar de Azov. La estrategia de recurrir a una política exterior de prestigio le ha servido en el pasado para ganar popularidad y mantenerse al frente del país, sin embargo la situación económica y la caída de los precios del petróleo pueden afectar su capacidad de acción.

En Latinoamérica han resurgido opciones políticas autoritarias, cuya raíz no es sólo una crisis económica general, sino problemas añejos que no logran superarse: la desigualdad socioeconómica, la violencia, la corrupción y la impunidad. La elección de Jair Bolsonaro en Brasil fue la expresión más clara del descontento en la región, pero también la polarización sobre la crisis humanitaria y migratoria más grave que ha enfrentado el continente, Venezuela. La situación en ese país se agrava conforme aumenta la brecha entre los países que podrían ejercer mayor presión sobre el gobierno de Nicolás Maduro. La supuesta amenaza de una intervención militar de Estados Unidos, la hostilidad creciente de los nuevos gobierno de Colombia y Brasil hacia Venezuela y el reciente retraimiento regional de México hacen difícil su solución en el corto plazo. En consecuencia, continuará el éxodo venezolano hacia otros países donde difícilmente se les recibirá con los brazos abiertos.

Estados Unidos redefine su relación como superpotencia, más allá de las políticas erráticas del gobierno de Donald Trump. El papel de ese país en el Oriente Medio, donde ocurren los conflictos más violentos del mundo, es un claro indicador del cambio de 180 grados de posición. El país norteamericano refuerza su dependencia en aliados tradicionales como Arabia Saudita e Israel para contener a Irán –después de abandonar el acuerdo sobre su programa nuclear–, otorgándoles concesiones que minan su credibilidad en la región y entre sus aliados. Las más notorias han sido ignorar las violaciones a los derechos humanos del régimen saudí y trasladar su embajada a Jerusalén. Al mismo tiempo, Trump se desentiende de la guerra civil siria, del Estado Islámico (EI) y de la crisis humanitaria en Yemen.

En suma, los riesgos de una crisis internacional mayor no sólo no se disipan, se profundizan. Como recuerda la historiadora Margaret MacMillan a un siglo de las conferencias de paz de 1919, mantener la paz –la prioridad en el sistema internacional– requiere más que buenos deseos o ideas; implica voluntad y determinación. Desafortunadamente tanto las primeras características como las segundas son escasas en el mundo de hoy, en el que los líderes están más ocupados con beneficiarse de la inestabilidad, sin reparar en sus costos.

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