Desde el otro lado

Una marcha por la democracia sin impacto

Aunque se espera que la marcha del domingo reúna a miles de manifestantes en decenas de ciudades en el país, es poco probable que impacte la realidad política actual.

Este domingo se celebrará la marcha Nuestra Democracia No Se Toca, a la que convocaron más de 100 organizaciones sociales. El objetivo es tomar las calles en defensa del voto libre y la democracia, ante la intervención del gobierno en las elecciones, el uso de dinero público, y los intentos de captura del INE, el Tribunal Electoral y hasta la Suprema Corte por parte del presidente, entre otras amenazas percibidas. Aunque se espera que la marcha reúna a miles de manifestantes en decenas de ciudades en el país, es poco probable que impacte la realidad política actual.

Para contextualizar, vale la pena ver lo que ha pasado en las últimas semanas con los reportajes de Latinus y de Propublica. Como es habitual, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha negado cualquier acusación de que su familia esté obteniendo beneficios indebidos de su gobierno o de que su campaña en 2006 haya recibido dinero del crimen organizado. Aun así, es evidente que por un tiempo perdió el control de la agenda pública y que la conversación digital se le volcó en su contra.

En el pasado, tales reportajes habrían tenido un impacto inmediato y significativo en la opinión pública. Sin embargo, hoy la situación es diferente. A juzgar por el seguimiento diario de aprobación presidencial publicado en El Economista, el presidente tiene cierta razón cuando dice que esas publicaciones le hicieron “lo que el viento a Juárez”. En el último mes, su aprobación no ha caído ni un punto, pese a lo mucho que se ha escrito y comentado sobre estos asuntos.

Lo mismo puede esperarse de la marcha por la democracia. No dudo que en la mañanera del lunes el presidente luzca irritado y critique con furia a la marcha y a sus organizadores. Pero el hecho fundamental es que ignorará todos los reclamos, pues sabe que nada de lo que pase este domingo moverá su aprobación, las preferencias electorales o las evaluaciones sobre el funcionamiento de la democracia.

En el ámbito de la opinión pública, el debate sobre la erosión democrática no resuena con la fuerza que tiene entre los analistas críticos a los que preocupa una posible regresión autoritaria. Esas críticas, al igual que muchas otras dirigidas al presidente López Obrador, simplemente topan con pared entre quienes lo respaldan, que son una mayoría de los mexicanos. Algunos datos de una encuesta reciente de TResearch ilustran este fenómeno.

Este estudio muestra que si bien entre quienes no aprueban la gestión del presidente predominan las opiniones negativas sobre el funcionamiento de la democracia, entre quienes lo respaldan tan solo el 3 por ciento piensa que funciona mal o muy mal. El 96 por ciento de ellos piensa, además, que el presidente es un auténtico demócrata, una opinión muy distinta a la de sus detractores. Entre sus seguidores, pues, no se percibe un problema ni se vislumbran riesgos en relación con nuestra democracia.

La misma situación se observa al preguntar a la población si considera que la democracia estaría en peligro en caso de que Claudia Sheinbaum gane las elecciones. Solo 2 por ciento de quienes aprueban al presidente López Obrador ven ese peligro. Por el contrario, nueve de cada diez de ellos creen que la democracia estaría en peligro en el hipotético caso de que Xóchitl Gálvez ganase la Presidencia. Las opiniones están claramente polarizadas y cristalizadas.

Las encuestas registran esta división de opiniones a partir de la aprobación presidencial en prácticamente todos los temas de la agenda pública. Ese es el caso con la propuesta de someter el nombramiento de los jueces al voto popular o los llamados a darle mayoría en el Congreso a quien gane la Presidencia: apoyo casi unánime a esos planteamientos entre quienes lo apoyan y rechazo entre quienes no lo hacen.

Es un hecho que la realidad se ha fragmentado. Desde la plataforma de la mañanera, el presidente ha logrado dividir al país en dos bandos que no se comunican entre sí. Desde el inicio del sexenio, su estrategia ha sido desplazar posiciones hacia los extremos, galvanizar apoyos y consolidar una suerte de ‘ejército’ de leales a partir de vínculos emocionales perdurables. No ha tratado de sumar apoyos tanto como de consolidar una base que todo le cree y frente a la cual puede desacreditar cualquier crítica. Los riesgos para el país de esta polarización han sido ampliamente advertidos, pero en nada han cambiado el cálculo del presidente.

En esta guerra de narrativas cada bando termina escuchando únicamente el eco de su propia voz. Por ello, dudo mucho que la marcha de este domingo cambie el balance de opiniones sobre nuestra democracia o el curso de acción del presidente. Sin embargo, el registro histórico de la marcha quedará para la posteridad. Desde esta perspectiva más amplia, el éxito de la marcha no está descartado.

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