Desde el otro lado

El lopezobradorismo tiene fecha de caducidad

Morena es una amalgama de tribus y grupos unidos únicamente por la figura de López Obrador. Su arrastre popular y fortaleza, es lo que ha impedido que los morenistas se destacen entre sí.

En exactamente cuatro meses iremos a las urnas. Ciento veinte días después, Andrés Manuel López Obrador habrá concluido su mandato presidencial. De todo ello no existe duda, aunque no hace mucho tiempo algunos tejían especulaciones sobre un posible intento reeleccionista. Asimismo, todo indica que Claudia Sheinbaum, la candidata designada por él, será quien lo suceda en el cargo. Lo que permanece incierto es cómo perdurará el lopezobradorismo, en caso de hacerlo, sin la presencia directa de López Obrador en la Presidencia.

Me parece que hay razones para pensar que el lopezobradorismo va a perdurar más que, digamos, el echeverrismo o el salinismo, que no son más que referentes de grupos y políticas públicas de sus respectivos gobiernos. Ni Luis Echeverría ni Carlos Salinas lograron construir bases sociales de apoyo propias, los sexenios de ambos terminaron en crisis y sus sucesores pronto se distanciaron de ellos. Imposible que cualquier ‘ismo’ perdurara en condiciones así.

Caso distinto es el cardenismo, que sí logró sobrevivir la presidencia de Lázaro Cárdenas. La profundidad de las reformas que impulsó y la estructura política que instituyó hicieron que su movimiento perdurara. Y aun en este caso, como argumenta Alan Knight, “la estructura institucional del cardenismo permaneció, pero pronto se perdió su dinámica interna”, pues quienes lo sucedieron llevaron al país en un sentido muy distinto (“Cardenismo:”, Journal of Latin American Studies, 1994).

El presidente López Obrador también ha promovido, y sigue impulsando, reformas que han llevado sus políticas públicas y su visión sobre el Estado a la Constitución. Además, tiene en Morena un brazo político y carga sobre sus hombros a las candidaturas del partido. Eso garantiza que el lopezobradorismo perdure al menos durante el próximo sexenio.

Pero, ¿más allá del próximo sexenio? ¿Puede convertirse algo parecido al peronismo? Parece que esa ha sido la intención del presidente desde el inicio del gobierno, si no antes. El reto que enfrenta, sin embargo, es que el lopezobradorismo no está tan vertebrado como el peronismo, ni siquiera como el cardenismo, que se afianzó en la estructura corporativa del Partido de la Revolución Mexicana (PRM).

Morena es una amalgama de tribus y grupos unidos únicamente por la figura de López Obrador. Sin una estructura clara, coexisten en su seno personalidades tan diversas como Eruviel Ávila, Marcelo Ebrard y Gerardo Fernández Noroña. Los distintos grupos que comparten espacio en el partido son tan heterogéneos, si no más, que esas personalidades. López Obrador es el único punto de convergencia; su arrastre popular y fortaleza, es lo que ha impedido que los morenistas se destacen entre sí.

El peronismo cuenta con un anclaje aún más fuerte y perdurable, ya no digamos que el lopezobradorismo, sino incluso que el cardenismo. Desde sus orígenes, las grandes centrales obreras, quizá las más poderosas de América Latina, que aún siguen poniendo de cabeza a los gobiernos opositores, le han dado soporte. En Argentina, sindicalismo y peronismo son dos facetas de un mismo movimiento.

Además, Juan Domingo Perón ocupó la presidencia en tres ocasiones y contó, en su primer mandato, con el respaldo de Evita, la “Jefa espiritual de la Nación”. El peronismo se erigió sobre una historia de poder mucho más extensa y, al mismo tiempo, más violenta. Aunque a lo largo de su carrera política López Obrador enfrentó el poder del Estado, Perón fue derrocado en un golpe militar, su partido fue proscrito y él tuvo que vivir en el exilio, en un contexto de violencia política. El trauma fue más profundo y, por ende, el mito más grande.

El lopezobradorismo tampoco encuentra sus cimientos en divisiones tan hondas, irreconciliables y riesgosas como las que sostienen a Trump y el trumpismo. Tanto el nativismo como el populismo son movimientos que remontan al siglo XIX y que han resurgido en diversas formas a lo largo de la historia de Estados Unidos. El trumpismo se sustenta en los pilares de los conservadurismos nacionalista y cristiano, y representa uno de los bandos en la guerra cultural que actualmente se libra con virulencia en Estados Unidos. Temas como el rechazo al aborto o a la homosexualidad, reivindicaciones raciales, resentimientos sociales, y rechazo a la migración, que borda en la xenofobia, son algunos de los elementos que definen y alimentan, a veces de manera violenta, el trumpismo.

El liderazgo social del presidente López Obrador es indiscutible. Su registro en la historia lo tiene seguro. Sin duda, será una referencia nostálgica para muchos de sus seguidores. Sin embargo, sin una estructura institucional que lo sostenga o una pugna social y cultural que lo alimente, creo que el lopezobradorismo como tal tiene fecha de caducidad. Aunque perdurará por algún tiempo, no creo que vaya mucho más allá del próximo sexenio, durante el cual la huella del presidente todavía estará fresca.

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