La Aldea

Vacunas pirata

Estalló el escándalo de vacunas contra el Covid-19 falsas, copias no autorizadas que contenían vaya usted a saber qué y que aparecieron en México por razones aún desconocidas.

Para nadie es un secreto que México es un paraíso para la piratería. Artículos pirata de todo tipo, desde contenidos y películas –copiadas y videograbadas para su distribución en todo mercado sobre ruedas– (¿se acuerda de la campaña "tenemos un papá pidata"?) hasta ropa, bolsas, zapatos, ¡medicinas!, y ahora, hasta las ansiadas y perseguidas vacunas.

Mediciones a nivel internacional señalan a China como el emperador de la duplicación, robo de propiedad intelectual y piratería industrializada. Nadie sabe con certeza porqué no se mide, y el gigante asiático no es precisamente un ejemplo de transparencia y respeto al derecho internacional. Pero si así fuera, México sin duda ocuparía el segundo lugar mundial en esos delitos: robo de propiedad intelectual, duplicidad de marcas, robo de patentes, piratería.

Existen farmacias ambulantes en tianguis y mercados que ofrecen trágicamente medicamentos falsos, caducos y sin permiso. Nadie supervisa bajo el riesgo de quien los consume.

La semana pasada y esta estalló el escándalo de vacunas contra Covid-19 falsas; copias no autorizadas que contenían vaya usted a saber qué, y que aparecieron en México por razones aún desconocidas.

¿De dónde salieron? ¿Se produjeron en México o llegaron de fuera? ¿Se les colaron a las aduanas? Nadie sabe. Nadie responde. Nadie investiga.

Primero fue detectado un cargamento en Tamaulipas de vacunas Sputnik de fabricación rusa, hipotéticamente con destino a Honduras. Ya apareció ahí un empresario de origen pakistaní con sede en ese país centromericano –peor aún, relacionado con el actual presidente– como un presunto responsable del cargamento.

Luego aparecieron otras vacunas aparentemente de la misma marca rusa, que se habían usado en Campeche. Es decir, alguna autoridad sanitaria local o federal recibió las vacunas como buenas y procedió a su aplicación en la población de ese estado.

El que estemos acostumbrados, ahora incluso gravemente desde el propio gobierno, a pasar por encima de las leyes, no significa que no deje de causar asombro, alarma y escándalo a nivel internacional.

¿A quién se le puede ocurrir hacer negocio con la salud de las personas? ¿A quién le surge la perversa idea de crear un producto pirata para hacerle creer a personas reales, enfermas o sanas, que ya fueron vacunados con un producto ficticio? Hacen falta muchos criminales organizados para ello: producir, envasar, duplicar el envase, el sello, la etiqueta, introducirlos en el sistema nacional de salud para producir la impresión de absoluta regularidad, y todo lo demás que se le pueda imaginar. Esta es una red de delincuentes, no es producto de una sola persona o fábrica clandestina. Y lo señalamos así, porque hoy vivimos bajo el discurso –ficticio también– de que no hay corrupción, de que ya fue eliminada y desaparecida. Si entró por aduanas, tuvieron que corromper a alguien, mire usted, hoy en manos del Ejército. Si se produjo en México, para insertarlas en la red de vacunación estatal en Campeche, pues fue necesario también que algún funcionario participara.

Pero no termina ahí: seguramente ya sabe usted de las pruebas anti-Covid también piratas que se utilizan en clínicas y centros comerciales. Denunciadas ya como inútiles e inservibles, parece que alguna autoridad busca culpables.

Le anticipo mi pronóstico: no encontrarán a nadie.

Aquí los únicos casos que a la Fiscalía General o capitalina interesan son los políticos, porque son los más redituables en materia electoral. Abrir un expediente, asignar investigadores, dedicar un agente del Ministerio Público a encontrar a los criminales que falsifican vacunas, suena tan lejano como irrelevante.

¿Por qué es México un paraíso pirata? Porque no se persigue, acusa, consigna ni encarcela a nadie.

La debilidad multicitada de nuestro frágil Estado de derecho produce estas y otras muchas desviaciones. Hace unos días un diario internacional prestigiado, señaló que 30 por ciento del territorio nacional es controlado por el crimen organizado. De inmediato el presidente de la República salió a negar este señalamiento, aduciendo que era falso.

Había otros datos.

Ya es de risa, trágica por cierto, porque si algo ha distinguido a este gobierno más allá de la improvisación, la ocurrencia y el desmantelamiento del patrimonio nacional, es la no persecución judicial al crimen organizado. Bajo la absurda creencia de que combatir el crimen produce muertos y sangre, todo culpa de los anteriores, aquí nos damos las manos y nos abrazamos. Ya no se porten mal, los voy a acusar con sus mamacitas.

Es de película.

Viva el crimen, viva la piratería, viva el narcotráfico, viva la delincuencia. Todos somos mexicanos, y nos amamos, y no hay crímenes de género, ni violencia intrafamiliar, ni bloqueos de carreteras o de vías, ni control de puertos y casetas o garitas. Todo eso es un mito que la transformación vino a corregir. Pero en la calle, en los mercados, subsiste la droga, la piratería, el ajuste de cuentas entre cárteles, y todo lo de siempre. ¿Cuál transformación?

COLUMNAS ANTERIORES

Guerrero arde
Ocultar los fracasos

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.