La Aldea

Plan México

 

1

El instrumento fundamental para reactivar la economía y reconstruir la Europa de la posguerra en el siglo XX fue el ambicioso y extenso Plan Marshal. Un enorme proyecto de inversión, de crédito y financiamiento, que arrancó fábricas, negocios, estableció vías de comunicación derruidas después del conflicto e inyectó miles de millones de dólares para levantar a Europa. Tuvo fases, varios años de implementación y resultó un éxito rotundo, incluso cuando los funcionarios originales de su planeación con Truman y Eisenhower ya habían dejado su responsabilidad en el gobierno.

La llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, sus repetidas amenazas respecto al TLC, su insistente anuncio de deportar a millones de indocumentados, coloca a nuestro país en una delicada situación económica. De cumplirse los anuncios, de concretarse con millones de mexicanos de regreso a sus estados, México enfrentaría una crisis de dimensiones aún imprevisibles, por la incapacidad de incorporar a esa joven mano de obra al empleo formal de la economía, además de perder de un tirón miles de millones de dólares en remeses vitales para sus hogares y comunidades.

El gobierno de México, bajo el liderazgo del presidente Peña Nieto, podría aprovechar esta insospechada y desventajosa oportunidad, no solamente en términos políticos, al asumir una enérgica defensa de productores, exportaciones, trabajadores e inmigrantes. Es decir, enfrentar con decisión y energía, no tiene que ser con un tono rudo o grosero, pero con firmeza y convicción, nuestra negativa a aceptar términos y condiciones desfavorables para México y nuestros connacionales.

Pero más allá de lo político está lo realmente trascendente que son los ingresos, el empleo, la sustentabilidad de millones de mexicanos que dependen por encima de un 80 por ciento de los ingresos obtenidos en Estados Unidos. Entidades mexicanas como Zacatecas, Michoacán, que subsisten en buena medida gracias a las remesas.

Ahora imaginemos un Plan México, un ambicioso proyecto global, que reciba a nuestros paisanos, los destine a proyectos de infraestructura donde no solamente se genere empleo y absorba mano de obra, sino que además impulse proyectos de desarrollo en México. Carreteras, autopistas, siembra y pizca masiva de productos agrícolas que puedan ser apreciados en otros mercados internacionales. Los números de impulso en la Secretaría de Agricultura hablan de balances muy positivos para lo que hoy se produce en México, tanto en calidad como en cantidad.

El Plan México vincularía a la iniciativa privada mexicana, potente empresariado que pudiera dirigir sus inversiones a sectores estratégicos, con la garantía gubernamental y del Congreso de contar con concesiones y servicios a mediano plazo, para que se paguen las inversiones iniciales y permitan márgenes decorosos de ganancia.

El Plan México podría buscar proyectos y estrategias de financiamiento internacional con bancos europeos y asiáticos, interesados en invertir a mediano y largo plazos en México.

El crédito mundial sería el camino que junto con la inversión privada nacional, se convertirían en las dos fuentes principales de financiamiento para impulsar el desarrollo.

No es descabellado pensar, apenas aparecen algunas señales preocupantes, que el gobierno de Trump será regresivo en materia de comercio internacional: ya confirmó que el 21 de enero, día uno de su administración, anunciará formalmente que Estados Unidos se retira del TPP, lo que le arrebata todo el atractivo a un acuerdo que anhelaba tener acceso directo al mercado más grande del mundo.

México debe diseñar planes y estrategia innovadoras que le permitan echar a andar iniciativas generadoras de empleo, constructoras de patrimonio e infraestructura, e impulso frontal a la economía. Sabemos bien que las reformas estructurales empezarán a producir riqueza en algunos años, y no tenemos mucho tiempo para esperar. Hay que acelerar el paso.

Ha llegado el momento de mirar hacia dentro. México no puede ni debe esperar todo de Estados Unidos. En la era digital, en La tercera ola de Toffler, donde el conocimiento y la información están al alcance de todos, debemos asumir que tendremos que resolver nuestros problemas de empleo, seguridad, crecimiento, reforma educativa, universalidad en salud desde dentro.

Sin descartar lo que un buen proceso de negociaciones, con expertos de alto nivel, puedan obtener en la mesa con los norteamericanos.

México tiene tareas pendientes, muchas, pero especialmente este gobierno le debe a la ciudadanía un combate frontal, transparente, decidido y efectivo –no de discurso y retórica electorera– en contra de la corrupción. Y de su mano, en contra de la impunidad. Si no se castiga y se sanciona de acuerdo al marco jurídico existente, estamos condenados a seguir con la larga y vergonzosa colección de gobernadores ladrones, amparados por un poder federal omiso, inactivo, pasivo y presumiblemente cómplice a los ojos de la ciudadanía.

Puede ser una oportunidad histórica de relanzar nuestro país al siglo XXI. El Plan México hace un viraje en nuestra centenaria y dependiente relación con Estados Unidos, para buscar el fortalecimiento hacia otros mercados, socios y potenciales aliados. China, Corea del Sur, Japón, Perú, Europa, Canadá de forma muy señalada y casi compartida, pueden estar en el horizonte de nuevos socios a mediano y largo plazos.

Pero más allá de lo externo, el Plan México abocará su convicción y energía, en erigir fábricas, plantaciones, cooperativas, armadoras con tecnología propia, industria que capacite y entrene a una mano de obra expulsada del mayor mercado del mundo.

Twitter: @LKourchenko

También te puede interesar:
Lo que viene
Lecciones americanas
¿Cómplices?

COLUMNAS ANTERIORES

Guerrero arde
Ocultar los fracasos

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.