La Aldea

¿Perversidad?

López Obrador no quiere ni cercanamente ser Chávez, ni Lula, ni Kirchner, ni ninguno de estos ejemplos inacabados de auténticos líderes de una nueva izquierda. Quiere ser el nuevo Fidel, pero exitoso.

Después del vacío mensaje presidencial del domingo pasado, han estallado en redes y en las páginas editoriales de múltiples medios la búsqueda de explicaciones. ¿Por qué? ¿Por qué el constante rechazo del presidente a la ciencia, los hechos y la realidad irrefutable? ¿Por qué la negativa inamovible a proteger al empleo, a la empresa, a la industria, al consumo? ¿Por qué la insistente postura de regalar dinero como una herramienta para ayudar a los más necesitados, cuando de facto, no genera empleo, ni incentiva la economía?

Circulan versiones variadas. Algunas que prefieren calificarlo como un incapaz repleto de conceptos ideológicos que le impiden ver la realidad sin el tamiz de los prejuicios.

Otros que van más allá, y que pretenden descubrir una auténtica estrategia de torcer este país hacia las izquierdas latinoamericanas, hacia un Estado todopoderoso, que construye pistas, presas, termoeléctricas, trenes, al tiempo que distribuye comida y becas a estudiantes y madres solteras. Un modelo bolivariano, más cercano al chavismo afirman algunos teóricos.

Versiones más ligeras, que rechazan la pesadilla de un Estado chavista al estilo Venezuela, afirman que es un exceso considerar siquiera que en la mentalidad del presidente pudiera concebirse algo semejante, porque representaría no sólo el desmantelamiento total del actual Estado mexicano, el postrevolucionario de libre mercado y economía abierta construido en las últimas décadas. Sino además, destruir a la empresa, a la maquinaria productiva del país, a industrias tan potentes como el turismo, como la manufactura, como la creciente agricultura de exportación. Quienes se niegan a ver un plan oculto en cínicas afirmaciones como "nos viene como anillo al dedo", señalan que es la tozudez del presidente, la necedad como sistema, fortalecido al paso de más de dos décadas de opositor invencible. Pero que no está loco, ni demente, ni quiere convertirse en Chávez o en Lula.

Sería un desastre, una tragedia. Un proyecto de país bombardeado por una quimera de socialismo tercermundista, sin instituciones ni contrapesos.

Déjeme ir un poco más allá. Andrés Manuel López Obrador no quiere ni cercanamente ser Chávez, ni Lula, ni Kirchner, ni ninguno de estos ejemplos inacabados de auténticos líderes de una nueva izquierda, con sentido y compromiso social, humanista como tantas veces se autodefine.

La vanidad es más grande. Quiere convertirse en López Obrador, el patriarca y fundador de una nueva izquierda eficiente, comprometida, que respete los derechos humanos –especialmente sólo de los más necesitados, los demás no importan mucho porque son fifís, conservadores y neoliberales- que prodigue bienestar en aquellos que han sufrido por décadas. Es el gran redentor que quiere ganarse un sitio en la historia como el 'moderno' líder de todas las izquierdas, porque su "modelo será ejemplo en el mundo entero". De ese tamaño es su osadía. A todos los ve con desdén, a los Chávez y sus ocurrencias radiofónicas, a Lula y la irresistible corrupción que lo hundió junto a sus discípulos, a Kirchner y su frivolidad matrimonial.

López Obrador aspira a más, pretende tener éxito, tener una economía funcionando, generando riqueza, conservando las ganancias del petróleo –idea vieja- refinando crudo para autoconsumo de gasolinas, autosuficiencia energética –otra idea vieja- y con Estado potente, presente, paternalista, que lo puede todo y lo resuelve todo.

¿Quiere eliminar a la iniciativa privada? No necesariamente. Su plan contempla que sucumbirá ante la desaparición de los grandes contratos, las grandes obras, los miles de millones que, a su juicio, provenían sólo de prebendas y beneficios de los gobiernos 'neoliberales'. Sí pretende eliminarla como factor de poder. Esto de reunirse a dialogar con ellos para convencerlos de invertir y no sacar sus capitales de México, es sólo un montaje de opereta hasta que las circunstancias le permitan ir más allá.

La crisis, el derrumbe de la economía, los daños por el virus, la pandemia, el sistema nacional de salud derruido a su mínima capacidad, son sólo los componentes que se precipitaron de forma convergente para la coyuntura ideal: la cuarta transformación será el renacimiento de un nuevo México. Todo en manos del Estado, que por el momento su brazo ejecutor descansa en el Ejército: construye, reparte, opera hospitales, interviene zonas de emergencia, instala equipos médicos, importa personal médico desde Cuba. ¡Cuidado!

El nuevo Fidel, pero exitoso. El fundador de una nueva corriente de izquierda global, que tenga éxito, que sea aliado de los Estados Unidos porque le sirve y le resuelve problemas sensibles –excepto el narcotráfico hasta ahora.

Deseo de todo corazón estar equivocado y que la realidad me desmienta.

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