La Aldea

Lecciones de crisis

Desde Palacio quieren construir corifeos de acólitos que aplauden la ineficacia, la improvisación y la carencia de información.

Hoy se cumplen tres semanas del fatídico operativo en Culiacán. Tal vez, en opinión de muchos analistas, las peores tres semanas de la administración en curso. No sólo por la debacle en el operativo, las versiones sucesivas y contradictorias, la verdad a cuentagotas, sino por el creciente clima de inseguridad y crimen al alza, que el gobierno se rehúsa a reconocer.

Estas tres semanas de tropiezos, confrontaciones, insultos y agravios abiertos a los medios y a los periodistas, han exhibido una faceta del comunicador presidencial –el presidente de la República– que no habíamos observado en plenitud. Aquí un breve registro:

1. El presidente es el principal comunicador de su gobierno. Desbordante evidencia en estos 11 meses. Todo el aparato se recarga en su ejercicio matutino, en su capacidad amplia o estrecha, según el caso, para explicar lo sucedido y las acciones de su gobierno. Planes, estrategia, decisiones, investigaciones, nutrición de los mexicanos; no hay tema que el presidente no aborde. Existe una excesiva confianza en su habilidad para responder a todos los temas, lo que con frecuencia provoca yerros, versiones no sustentadas, verdades a medias, malinterpretaciones de sus dichos y las versiones difundidas por los medios.

Es demasiado. No hay vocero, él se encarga no sólo de las facultades ejecutivas, de comandante en jefe, sino también las de comunicación. Nadie le ayuda, más allá de la preparación en el circo de comparsas cada mañana.

2. Cuando sale mal –las últimas tres semanas lo comprobaron varias veces– se enoja, pierde el equilibrio, extravía la templanza, se acaba el jefe del Estado y aparece el líder opositor que machaca una y otra vez con sus temas de siempre. Condena, fustiga, señala, insulta –perros sin bozal, conservadores, adversarios, etcétera. No hay un jefe del Ejecutivo evaluando la realidad para ofrecer respuestas, soluciones, estrategias, medidas de protección ciudadana. Hay un caudillo defendiendo su pensamiento por encima de la realidad que lo contradice.

3. La comunicación es un desastre. No hay una versión clara, contundente de ningún hecho. Culiacán se explicó de 12 o 14 formas y enfoques distintos, por el propio presidente, por el general secretario, por Durazo. Se tardaron 10 días en construir una narrativa medianamente lógica de los hechos, con una línea del tiempo incoherente. Un rosario de mentiras, o verdades a medias, encubiertas y repetidas que, pensaban, se convertirían en realidad. No fue así. Hubo cuestionamientos serios, de fondo, incluso por los habituales porristas en la conferencia de cada mañana. Evidenciaron las contradicciones que sólo ponen de manifiesto la incapacidad para comunicar articuladamente más allá de la prédica matutina. Es más complejo que salir a pronunciar homilías aleccionadoras.

4. La Presidencia utiliza bots y trolls para difundir sus mensajes, propagar sus campañas de apoyo irrestricto e incondicional al presidente, para acallar la crítica, para subordinar el debate en redes al apoyo incondicional. Esto quedó evidenciado con los trágicos sucesos de Culiacán y los días subsiguientes. Los ofensivos e insultantes #hastags contra la prensa, demuestran ese uso. La presentación del reporte por parte del funcionario (Alejandro Mendoza) unos días después acerca del comportamiento en redes, demuestran además, que el gobierno hace lo que prometió no hacer: espiar la conversación ciudadana en redes, desde el aparato gubernamental; seguir cuentas, ubicar críticas, designar adversarios falsos, que nadie pudo comprobar. Tumbaburros no es Luis Felipe Calderón Zavala, aunque exista conocimiento y relación. Es nuevamente, construir las teorías de la conspiración sin sustento ni argumento.

5. El presidente utiliza –con extrema habilidad– recursos y herramientas discursivas distractoras para desviar la atención y la discusión hacia temas más favorables a su gestión: las gasolineras supervisadas, el arranque de obras, etcétara. Cuando la economía está en cero: estancada, paralizada, sin inversión ninguna y con industrias en franca caída: automotriz, construcción, turismo, etcétera. Y cuando la inseguridad golpea cada semana con crímenes y escándalos sangrientos que nadie contiene, ataca, investiga. Washington quiere meter la mano en el combate al crimen desde hace meses, y la tragedia sangrienta de los LeBarón, en Sonora, les abre la puerta.

6. La secretaria de Gobernación –¿existe?– debe permanecer en los actos decorativos y de protocolo, pero con la boca cerrada. Cada vez que hace una declaración mete al gobierno, al presidente, a la Corte, a todos, en problemas.

7. Si el presidente se enoja porque lo cuestionan, el sexenio va a ser muy largo y muy áspero con los medios, como lo fue con Peña en la segunda parte de su administración –aunque ahora pretendan olvidarlo– y como también fue con Calderón por el tema de la guerra al crimen. La crítica y el cuestionamiento son esenciales en una sociedad democrática. Desde Palacio quieren construir corifeos de acólitos que aplauden la ineficacia, la improvisación y la carencia de información.

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