La Aldea

La obsesión por el pasado

Los hechos se juzgan en el contexto cultural, político y social en que sucedieron. Basta de la revisión histórica estéril, sesgada, acomplejada.

La reciente gira de la esposa del presidente por diferentes capitales europeas pone en evidencia, una vez más, la obsesión de este gobierno por el pasado.

La señora Gutiérrez Müller viajó –según la Cancillería– como esposa del presidente y como integrante del Consejo Honorario de la Memoria Histórica y Cultural de México. Es decir, no se aclara si hay o no una representación oficial, toda vez que la propia Dra. Gutiérrez ha rechazado en varias ocasiones la identificación como primera dama de México.

Pero más allá de las formas, el propósito del peregrinaje histórico fue solicitar al Vaticano unas disculpas inexplicables por la evangelización –suponemos– puesto que ese Estado e institución no fue responsable ni partícipe de la Conquista, y al mismo tiempo pedir en calidad de préstamo un par de códices muy valiosos de nuestras culturas prehispánicas.

El viaje siguió a Viena, capital de Austria, para solicitar el celebérrimo penacho de Moctezuma, expuesto en un museo étnico en esa capital, para conmemorar los 500 años de la caída de Tenochtitlan.

Austria ha negado por décadas el retorno de la pieza, supuestamente perteneciente al emperador azteca.

Pero esto abre, una vez más, el debate sobre la trascendencia de las medidas y de las cartas, y del peregrinar de la señora esposa del presidente.

Esta obsesión ociosa por regresar al pasado y pretender reescribir la historia con la mirada del presente, un anatema por cierto para historiadores y científicos de la historia.

Los hechos se juzgan, dicen los expertos, en el contexto cultural, político y social en que sucedieron. Es imposible aplicar una mirada de derechos humanos a acontecimientos del siglo XVI, puesto que ni el concepto ni la defensa o derecho jurídico de lo que hoy entendemos como derechos humanos existía en el mundo.

El Vaticano como Estado o institución, no formó parte de la conquista, ni siquiera en los hechos de la evangelización forzada y en muchos casos sangrienta. Fue la Corona española de ese siglo, la que impulsó a las congregaciones religiosas de los dominicos, los franciscanos y otras quienes encabezaron la catequesis y la conversión religiosa.

Más aún, la Corona española no es el Estado español moderno de hoy en día; la conformación de reinos, la división territorial, la concepción del mundo era radicalmente distinta.

¿Para qué la disculpa? ¿Para qué la obsesión de reescribir y reconocer unos hechos de hace 500 años? ¿A quién le sirve? ¿A quién le ayuda? En términos prácticos, a nadie. Es inútil. Otro símbolo vacío y carente de significado.

México debiera apuntar la mirada hacia el futuro, hacia la construcción de una nación democrática, igualitaria, equitativa, que encuentre su lugar en el mundo del siglo XXI y hacia delante; que prodigue y extienda la salud y la educación a todos sus habitantes, como dice la Constitución.

Un país plural, abierto, tolerante, incluyente, multiétnico, productivo y que sea capaz de distribuir la riqueza de manera más igualitaria.

Este gobierno está concentrado en mirar al pasado, corregir la historia, resarcir heridas a pueblos y comunidades que han desaparecido. Es un despropósito. No tiene sentido ni utilidad nacional. Construyamos mejores lazos e intercambio comercial con la España de hoy, aliada natural, inversora abundante; contribuyamos a estrechar lazos diplomáticos, comerciales, industriales.

Lo mismo con Austria y con Alemania. No tiene sentido ya buscar explicaciones a un país cuyas dinastías reinantes han desaparecido casi por completo: los borbones de hoy, no son ni cercanamente los austrias de la conquista.

Es absurdo.

Tendríamos que pedirle a Estados Unidos que se disculpara por invadirnos –en dos ocasiones– y arrebatarnos más de la mitad del territorio: ese hecho histórico fue profundamente más trascendente para nuestra nación independiente, que alguien se haya llevado o enviado el penacho a las cortes europeas.

O a Francia, exijamos disculpas por la invasión de Napoleón III y sus fuerzas en respaldo a la monarquía impuesta con un heredero de los Habsburgo.

México es una nación rica con un pueblo vigoroso, llamado a una posición destacada en el mundo por su cultura, su posición geográfica, su potencial económico. Si los líderes de hoy son incapaces de valorar ese potencial y apuntar a un Estado moderno, productivo, industrializado, tecnologizado y prefieren seguir escarbando en los anales de la historia, estamos condenados a permanecer anclados a las contradicciones del pasado.

Basta de revisión histórica estéril, sesgada, acomplejada. La Conquista respondió al contexto y a los tiempos colonialistas de los Estados europeos del siglo XVI.

Discutamos mejor el modelo energético que este gobierno impone a contrarreloj, generando electricidad con carbón y contaminando el planeta. Discutamos el tren y una refinería que será muy pronto, el mayor elefante blanco de nuestra historia. Discutamos cómo combatir la pobreza con eficiencia, o cómo fortalecer la vida democrática.

Del penacho y las disculpas, ya estuvo bueno.

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