La Aldea

Derrota moral

La oposición sin duda está derrotada, y lo sigue estando hasta la fecha; pero la oposición tiene tanta validez moral como el propio Presidente y su partido o movimiento.

La afirmación realizada por el Presidente de la República en su Informe de Gobierno el pasado domingo, en torno a que "la oposición está moralmente derrotada", encierra una serie de distorsiones y falacias que tienen profundo impacto en quienes lo escuchan y siguen fielmente.

Es incuestionable la superioridad política demostrada por el Presidente desde su victoria electoral. Mucho se ha comentado del brutal golpe propinado a sus opositores, en opinión de algunos incluso mortal para otras fuerzas políticas. A 14 meses de aquellas elecciones que lo convirtieron en Presidente electo (julio 2018) las fuerzas de oposición permanecen difusas y desdibujadas, sin plan de acción, programa ni discurso. La derrota, sin duda, es política, pero no moral.

El Presidente apabulla a la oposición todos los días con sus mensajes matutinos, sus diatribas constantes contra los conservadores, sus cifras dudosas y sin sustento, sus decisiones verticales. El hecho, como él afirma, de que la oposición carece de validez moral por oponerse al gobierno es una falacia.

La oposición tiene tanta validez moral como el propio Presidente y su partido o movimiento, porque no por pensar distinto o sostener ideas y principios políticos diferentes son inmorales. La moralidad de la oposición no es inferior a la del Presidente, ese es el peligroso juego de los buenos y los malos en el que no podemos caer.

Aquí no hay correctos e incorrectos, limpios y puros versus sucios y corruptos. Es una trampa, no se trata de buenos y malos. Aquí hay políticos que hacen las cosas de una forma, que sostienen un proyecto económico, social y programático en una dirección y con determinados argumentos, y otros políticos que hacen las cosas de otra forma, con otras medidas y estrategias e incluso con visiones diferentes. Unos proyectos políticos y funcionarios públicos son más eficientes que otros, dan mejores resultados que otros.

La diferencia no es moral ni ética, aunque el Presidente se empeñe en repetirlo todos los días.

Él no es –y disculpas anticipadas a sus seguidores– superior moralmente a los otros. López Obrador es un político que toma unas decisiones y pone en marcha una serie de estrategias –que por cierto muchos deseamos que sean exitosas por el bien de México– que lo diferencian de otros partidos, proyectos y líderes.

El eje de su moralidad superior radica en el indiscutible combate a la corrupción, partiendo del supuesto de que este gobierno y Presidente no sustraen recursos, no desvían fondos ni hacen negocios, y que han extirpado por completo esas prácticas del gobierno. Vamos a comprobarlo. Vamos a observar institucionalmente que nadie desvíe un solo centavo de los miles de millones de pesos que se distribuyen en programas sociales. Donde tampoco exista el clientelismo político y electoral, como todos los partidos que han ostentado el poder en el pasado han hecho de diversas formas y con distintos métodos. Esa también es corrupción.

Más allá, si partimos del supuesto de que el Presidente es honesto –afirmación que no pongo en duda–, comprobemos entonces o que proceda la autoridad contra aquellos de sus antecesores que no lo fueron. Si no es pura retórica, discurso "engañabobos" –palabra del propio Presidente– de los buenos y los malos.

Este discurso es extremadamente riesgoso, porque otorga un baño de pureza a todo su equipo de gobierno, cuyo desempeño en la práctica aún está por evaluarse y medirse, aunque a él, esto último, tampoco le agrade. ¿Qué pasa con aquellos de sus colaboradores que han sido señalados –en más de una ocasión– por conductas, prácticas y evidencias que apuntan hacia actos de corrupción? ¿Esos fueron malos, pero ahora son buenos porque están con él? Riesgoso y resbaladizo discurso.

La oposición sin duda está derrotada, y lo sigue estando hasta la fecha, pero en el terreno político, electoral, incluso legislativo. Y lo está por incapacidad de reconstrucción, por torpeza discursiva, por pasividad que raya en el pasmo, por carencia de ideas, figuras, propuestas. Pero no moralmente. Aquí no hay buenos ni malos. Hay políticos efectivos, hábiles, maestros del discurso, hay otros efectistas, estratégicos, conciliadores. Hay de todo. Pero no hay figuras superiores por una ética y una moralidad impoluta. Eso, en política, no existe.

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