La Aldea

Cazafantasmas

Justificados o no, todos los ataques y señalamientos a los presidentes de los últimos 20 años representan el natural ejercicio de la investidura y del poder.

La crítica le resulta insoportable al gobierno en turno. Sus oficiosos voceros, en prensa o al frente de instituciones del Estado, pregonan a diestra y siniestra que son víctimas de una campaña de desprestigio, de desbordante satanización en contra del presidente, del gobierno y de sus acciones: "Como nunca antes –afirman– se había criticado a un titular del Ejecutivo federal"; como nunca antes se había 'desatado' una campaña de desprestigio y encarnizada descalificación contra el presidente.

Mucho me temo señores, señoras funcionarias –vea usted el sainete de Notimex y su directora operando campañas de ataque en contra de periodistas– que la realidad, una vez más, terca y obcecada, los desmiente.

Vicente Fox y Marta Sahagún fueron criticados desmesuradamente, por sus acciones y omisiones, por su frivolidad y por dilapidar el más valioso capital político en siete décadas de gobierno unipartidista. Fueron criticados por aquella broma de 'la pareja presidencial' que nadie había elegido, por la irresponsable inconciencia de pensar que el famoso cambio llegaba sólo con su arribo al poder. Ni cambio ni transformación profunda del aparato del gobierno tuvo lugar durante su administración. Una extendida colección de ocurrencias y buenas intenciones que no pasaron de eso. Incluso, recuerden bien, hasta a su vida personal llegaron los medios con ventilar los antidepresivos del presidente, o la vida conyugal de la primera dama en su matrimonio previo. Todo fue objeto de crítica y señalamiento.

El gobierno de Felipe Calderón no estuvo exento de muy severas acusaciones y críticas: desde la militarización del país, la famosa guerra contra el crimen supuestamente declarada por el presidente, hasta las decenas de miles de víctimas como resultado de esa estrategia. Un programa de televisión matutino, con extensa sátira política, sostuvo en su programación diaria a un comediante de baja estatura disfrazado de militar que imitaba sarcásticamente al jefe del Ejecutivo todos los días. El cierre de la Compañía Luz y Fuerza fue objeto no sólo de amplias protestas y manifestaciones, sino de señaladas críticas desde los medios y académicos. El presidente espurio, como decían los simpatizantes del hipotético legítimo, fue objeto de intensas campañas de descalificación y escarnio colectivo.

Enrique Peña Nieto fue desde muy temprano en su gobierno 'la piñata favorita de la oposición'. La desafortunada 'casa blanca' le retiró antes de cumplir el segundo año, el halo de 'salvador de México' que él mismo se había construido en medios internacionales. Los trágicos sucesos de Ayotzinapa lo lanzaron al pozo del desprestigio y del abuso de los derechos humanos. Nunca pudo el presidente Peña ni su gobierno recuperar los fastuosos números de respaldo popular que lo acompañaron los primeros 18 meses. No repuntó de forma consistente, y las críticas arreciaron.

Justificados o no, todos esos ataques y señalamientos a los presidentes de los últimos 20 años, representan el natural ejercicio de la investidura y del poder. Nadie es monedita de oro, aunque el respaldo en las urnas haya sido aplastante. Por dos razones básicas: el poder desgasta conforme avanza su ejercicio y la toma de decisiones, que inevitablemente no complace a todos. Y dos, aunque algunos frívolos irresponsables afirman que gobernar es fácil, que no encierra ciencia oculta, lo cierto es que el delicado ejercicio de equilibrios es muy complejo.

Hoy hay quienes afirman que López Obrador es una víctima de politólogos y opinadores, que acusan y apuntan de forma incesante a sus extravíos y dislates. Como si nunca antes los presidentes hubiesen sido blancos de la crítica, la libertad de prensa y el debate democrático del que, por cierto, este mismo presidente es no sólo producto, sino protagonista fundamental de las últimas dos décadas. ¿Recuerda usted al entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal lanzando críticas y señalamientos al entonces presidente?

¿Por qué se asustan hoy entonces? ¿Por qué los señalamientos de la prensa, la preocupación de las editoriales por el rumbo del país, les resultan intolerables, producto de campañas pagadas, orquestados por el lado oscuro de intereses inconfesables? ¿Por qué se ofenden cuando los gestos autoritarios y despectivos del presidente hacia los medios son motivo de análisis y comentarios?

Algunas se atreven incluso a citar a Kapuściński para acusar a los medios de contar con el oído –hoy perdido– del poder. Que le pregunten a Fox, a Calderón o a Peña si ellos sintieron ser bien tratados por la prensa entonces. Todos esperan que su respaldo en las urnas se convierta en loas y aplausos en los espacios informativos y editoriales. Eso nunca sucede, porque es contrario a la naturaleza mediática.

La función del periodismo es estar con los gobernados, no con los gobernantes. Aunque a algunos les sorprenda por considerar su victoria auténtica, legítima, impoluta. Son gobierno, y por mucho que les pese y lancen ataques de bots en redes contra medios y periodistas, serán tratados como gobierno.

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