El Globo

Oficial: Biden, presidente electo

La votación de anoche en el Colegio Electoral de Estados Unidos devolvió, en alguna medida, la razón y la confianza en las instituciones.

N o que lo dudáramos, a pesar de que había múltiples simpatizantes de Trump –de clóset– que se negaban a aceptar el aplastante resultado del pasado 3 de noviembre. Pero la votación de anoche en el Colegio Electoral de Estados Unidos devolvió –en alguna medida– la razón y la confianza en las instituciones.

Más de 6 millones de votos obtuvo de ventaja el candidato demócrata el pasado 3 de noviembre y, hay que decirlo una y otra vez, sin en el menor asomo de fraude, manipulación de votos o desvío de conteo o cualquier otro artilugio. Y lo debemos repetir porque el señor Trump invirtió las últimas seis semanas al día de hoy en impugnar, desprestigiar y desacreditar un proceso electoral que, si bien está lleno de fallas y errores por el vetusto y anacrónico sistema electoral estadounidense, respetó todos los votos emitidos y protegió los millones de votos por correo que los republicanos intentaron eliminar para torcer el resultado.

¿Qué nos queda? Un daño enorme. Un país dividido, confrontado. El presidente más dañino y perjudicial de la historia: un auténtico hampón que asaltó la Casa Blanca aprovechando sentimientos antimigratorios, desempleo, crecimiento del comercio internacional bajo el fangoso y falaz discurso populista.

Dañada la democracia americana al proyectar una sombra perversa sobre la credibilidad en las elecciones. Dañada también por la distorsión del orate de la peluca platinada, al considerar que los servidores públicos del gobierno eran 'sus' empleados, y no funcionarios públicos que obedecen al mandato de la Constitución. Gravemente perjudicada la Unión Americana en su imagen y presencia internacional: disminuido su rol frente a sus aliados (Unión Europea, OTAN, acuerdo comercial del Pacífico, acuerdo nuclear con Irán, acuerdo por el cambio climático-París, etcétera). Trump deterioró seriamente el rol internacional de Estados Unidos frente al mundo. Tomará años en recuperarse lo perdido.

Al interior del país, una economía afectada por la crisis y por la pandemia, desempleo en crecimiento, paquetes económicos detenidos en el Congreso, programas sociales y de salud congelados ante la falta de liderazgo político.

Pero, por encima de todo, la destrucción de toda ética política americana. El desempeño del Partido Republicano y de muchos de sus altos rangos durante estos cuatro oscuros años de Trump sólo es comparable al más vulgar y bajo cinismo de la política moderna. No les importaron los atropellos de Trump, su continuo acecho a los valores del respeto y la democracia; no les importó aplastar a migrantes, separar a familias, incendiar el divisionismo racial, perder toda sensibilidad para con las minorías. Felices aprobaron la toma conservadora de jueces, cortes, tribunales y hasta el balance derruido de la Suprema Corte.

Los republicanos en su mayoría, aunque hubo notorias excepciones que rechazaron el mandato autoritario de Trump para desconocer las victorias de Biden y la limpieza en las elecciones de sus estados, como el gobernador de Georgia o algunos pocos senadores.

Los republicanos se plegaron a la popularidad desenfrenada de su presidente, para cerrar los ojos ante los excesos, para cuestionar victorias y transparencia, para respaldar los descabellados argumentos del abogado Rudolph Giuliani, quien pasará a la historia como un mercachifles legaloide y tramposo, que derrumbó al héroe del 9/11.

Viraje conservador al aparato judicial, que frenará reformas, iniciativas de vanguardia, el respeto a múltiples derechos sociales y civiles que ahora volverán al litigio.

La principal tarea del presidente electo Biden, lo ha dicho él mismo, será "sanar y curar" a una nación dividida. ¡Vaya tarea! Pero, sobre todo, deshacer lo hecho, desmantelar el aparato de autodestrucción y caos que Trump dejó sembrado en el Jardín de la Rosas en la Casa Blanca.

Nos quedan cinco semanas para su despedida final. Como con la pandemia, no podemos bajar la guardia. Apenas ayer, William Barr, procurador de Justicia de Estados Unidos, anunció su salida del gabinete en la búsqueda desesperada por recuperar una mínima cuota de credibilidad y prestigio. El peor secretario Justicia de que se tenga memoria en tiempos recientes. Fue, literalmente, empleado y subalterno de Trump –cuando la Constitución señala su independencia y autonomía- incondicional absoluto que permitió sus constantes violaciones al cargo y a la ley. Todo se acabó entre ellos, cuando la semana pasada, en entrevista televisiva, Barr declaró el histórico "no tenemos evidencia de fraude en la elección", lo que sepultó, casi por completo, los sueños megalómanos de su jefe para quedarse contra la ley y el mandato popular en la Oficina Oval.

Ya pasó con el secretario de la Defensa, y en las semanas que vienen veremos más de estas dimisiones desesperadas por abandonar un barco que se hunde. La administración Trump se derrumba en medio del descrédito, la falta total de profesionalismo y la improvisación que los definió desde el primer día .

Fuera de sus cabales, el presidente perdedor que se va por la puerta de atrás y que no entregará el poder en la toma de posesión –se lo garantizo– provocará todavía algunos escándalos como condenas de muerte, indultos a criminales –a su propia familia– y conflictos con China y otras regiones. No se irá en silencio. Lo que urge es que se vaya.

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