El Globo

Fraude americano

Trump está empecinado en reelegirse y parece dispuesto a todo con tal de conseguirlo.

Para quienes pensaban que los fraudes electorales eran sólo posibles en democracias débiles o en proceso de consolidación, aparecen claras señales de manipulación y fraude abierto y descarado en los comicios presidenciales de Estados Unidos.

La sombra no es nueva. Se remonta a las elecciones del año 2000, cuando el colegio electoral de Florida –acusado de composición sesgada y parcial– otorgó la polémica victoria del recuento a George W. Bush, por encima de Al Gore, candidato demócrata.

Ese estado de la Unión era gobernado entonces por Jeb Bush, hermano del candidato republicano, ambos hijos del expresidente George H.W. Bush (1988-2002). La historia registra que el voto popular fue abrumadoramente obtenido por Al Gore, mientras que el voto electoral se inclinó a favor de Bush. Una historia idéntica a la de 2016 en que Trump derrotó a Hillary Clinton por la misma vía.

Ya entonces se hablaba de que Jeb Bush, gobernador de Florida, había sido artífice de una serie de maniobras de presión ante el colegio electoral del estado, recuento o desaparición de algunas urnas en casillas de diferentes condados, para garantizar la victoria de su hermano. Hay libros al respecto y amplia investigación que apunta a lo que se llamó "las elecciones más sucias en la historia de los Estados Unidos".

Lo cierto es que hoy, en pleno 2020, ante el descenso gradual pero consistente de Donald Trump en las encuestas a nivel nacional, se orquestan una serie de maniobras para impedir la victoria demócrata y amarrar, en lo posible, la reelección del señor Trump.

Hay constancia mediática y denunciada ante autoridades estatales de los siguientes métodos implementados por los republicanos:

•Rediseño de distritos –en marcha desde 2019– para debilitar y dividir concentraciones de voto demócrata y producir nuevos equilibrios con condados republicanos.

•Inhibición de voto demócrata entre minorías étnicas, raciales, religiosas, de género y hasta de edad. Buscan impedir que las personas mayores, los hispanos, los afroamericanos puedan votar en noviembre.

•Impedir, incluso bajo impugnación jurídica, el voto por correo de forma adelantada, lo que incrementa históricamente la participación ciudadana y la dispersión del voto. Más personas participan y un mayor número de votos son contabilizados: a mayor participación, de minorías, de poblaciones o condados alejados, menor posibilidad de reelección para Donald Trump.

•Registro tramposo y equívoco de votantes. Confundir al elector acerca del sitio donde debe emitir su voto, el listado donde fue registrado, la dirección, incluso el partido (los votantes pueden –o deben en algunos estados– registrar su preferencia electoral o, declararse independientes) provoca baja participación, desánimo y rechazo al sistema por parte del elector que se siente manipulado.

•Cierres anticipados de casillas; aperturas tardías; instalación incompleta de material electoral, etcétera.

Pareciera que el Partido Republicano –responsable y líder de estos mecanismos– hubiese contratado a uno de los grandes 'mapachistas' de nuestro oscuro pasado electoral mexicano. Alguno de los artífices del viejo PRI, expertos en operaciones múltiples y variadas para defraudar procesos electorales.

Es totalmente inverosímil lo que hoy está siendo denunciado en diferentes estados de la Unión Americana, como una maquinaria en marcha para desviar el resultado electoral, o por lo menos, para construir versiones de acusación y ataque para desconocer un eventual resultado adverso.

Trump está empecinado en reelegirse, y parece dispuesto a todo con tal de conseguirlo.

Si a esto agrega usted el complejo aparato de intervención y hackeo digital, puesto en marcha por agentes extranjeros –señaladamente rusos según la investigación del fiscal especial Robert Muller– en 2016, que ayudaron a garantizar el triunfo para Trump –según la misma investigación– Estados Unidos enfrentará los comicios más turbios, riesgosos y controversiales de su historia. El Partido Demócrata deberá convertirse en auténtico vigilante de los procesos en cada casilla, de cada condado en todos los estados, de ello dependerá el resultado. De lo contrario, confiados y tranquilos por encuestas y movilizaciones de campaña –como es su costumbre– se los van a llevar al baile, una vez más.

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