El Globo

El cubrebocas: la payasada del rechazo

Algo en la desviada concepción de algunos líderes les hace creer que su poder, fortaleza, credibilidad o liderazgo se ven afectados por utilizar el cubrebocas.

En poco más de siete meses de pandemia, las posiciones científicas y el aprendizaje global acerca del comportamiento del virus, ha ido modificándose. Tuvimos que esperar la aparición de segundos brotes o de contagios numerosos después de la primera ola, para saber, en China y Europa, que el Covid-19 no se vence fácilmente. La reapertura económica a pesar de la urgencia por la recuperación, demostró con claridad que el turismo, la aviación comercial, los hoteles, las convenciones (prácticamente desaparecidas en el mundo desde hace cinco meses) se convirtieron en puntos de contagio inevitable.

Las actividades a puerta cerrada, las escuelas, los centros comerciales, los cines, se fueron sumando a la extensa lista de eventos de encuentro y convivencia que fueron proscritos en aras de la salud.

Los encierros y contingencias en el mundo, si bien reducidos tras los 70 o 90 días, demostraron, sin duda, que se convirtieron en el mejor instrumento para contener los contagios y para reducir las tasas de letalidad y mortalidad.

A pesar de la evidencia, a pesar del enorme aprendizaje que estos meses debieran haber representado para la humanidad, subsisten líderes empecinados en negar la ciencia y las pruebas contundentes.

Ante las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud en torno a la aplicación de pruebas como mecanismo para aislar y trazar líneas de contagio, países grandes, con economías potentes, se resistieron a la aplicación generalizada de pruebas (Reino Unido, Estados Unidos, Brasil y México).

Más aún, sus líderes, en una actitud cínica e irresponsable invitaron a la población a no usar el cubrebocas como una herramienta para reducir y prevenir contagios.

Donald Trump –a quien nadie en el planeta podría describir como un líder serio, congruente o comprometido con nada más allá que sus propios negocios– desestimó, degradó y despreció la importancia del virus durante meses consecutivos. Se negó rotundamente a usar el cubrebocas y exigió que en todos sus eventos de proselitismo político, la gente asistiera sin él. La semana pasada lo utilizó en público por primera vez, y calificó su acto –en plena contradicción con meses de mensajes en contra– como un acto patriótico. Resultado: Convención Republicana cancelada, estados completos de la Unión que ordenan el uso mandatario del cubrebocas.

Boris Johnson, errático y voluble, pasó de medidas débiles y flexibles, a la alarmante curva en ascenso que provocó una tardía cuarentena, por supuesto, sin cubrebocas como líder.

La desgracia de la coincidencia de la pandemia con su anhelado Brexit, ha llevado a la Gran Bretaña a la crisis más severa en términos económicos y sociales desde la Segunda Guerra Mundial. Forzado a medidas más enérgicas, extendió la cuarentena, cedió poderes y controles a líderes locales y enfrenta la urgente necesidad de replantear el Brexit con una Unión Europea que dispuso miles de millones de euros en paquetes de emergencia. En la cumbre europea la semana pasada, todos los jefes de Gobierno, sin excepción, usaron cubrebocas y se saludaron con el protocolario codo y a distancia.

Jair Bolsonaro es la peor caricatura de esta sui géneris colección –espero– porque ha dado positivo tres veces a la prueba, ha cargado niños y besado simpatizantes en reuniones públicas –absoluto acto de irresponsabilidad– y corrido a tres ministros de salud. Resultado, Brasil tiene casi de dos millones y medio de casos y se acerca a los 100 mil muertos cuando el presidente sigue jugando a la inconsciencia.

Andrés Manuel López Obrador, después de desdeñar y minimizar los efectos de la pandemia, se ha visto forzado por las circunstancias a reconocer que la enfermedad es grave y afecta a muchas personas; la semana pasada anunció el fallecimiento de una prima –como para decir que él y su familia también lo han sufrido. Al día siguiente, en un acto solemne de irresponsable frivolidad, declaró "no hay evidencia científica de que el cubrebocas funcione", después de que el vapuleado secretario de Hacienda, Arturo Herrara, declarara que el cubrebocas será fundamental para la recuperación económica.

Y será, a pesar de la insulsa e infantil afirmación del Presidente mexicano. El mundo vivirá con cubrebocas para asistir a todo evento público, consumir en un centro comercial o un restaurante o incluso volver a subirse a un avión o a atender una función teatral.

Algo en la desviada concepción de estos líderes les hace creer, erróneamente, que su poder, fortaleza, credibilidad o liderazgo –el de todos, muy disminuido– se ven afectados por utilizar el cubrebocas. Si le parece, platicamos en noviembre, porque si todos los pronósticos y encuestas aciertan, Joe Biden será electo presidente de Estados Unidos, con un uso elevado de cubrebocas, poca asistencia a eventos públicos y una postura de enorme conciencia y responsabilidad ante la pandemia. Veremos.

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