El Globo

Brexit 2

Parece imposible dejar de reconocer que Gran Bretaña abandonará la UE a un costo comercial, económico y financiero aún difícil de establecer, escribe Leonardo Kourchenko.

De la misma forma que hace una semana, el día de hoy será capital en los esfuerzos del gobierno británico encabezado por Theresa May, para rescatar un plan viable para el Brexit y conseguir el apoyo del Parlamento. En su presentación de lo que se conoce como el Plan B, el día de ayer, llegó incluso a advertir a sus colegas que regresar a un nuevo referéndum podría menoscabar la democracia del Reino Unido y deteriorar la unidad del propio país.

Graves advertencias que si bien son pronunciadas en medio del debate parlamentario en Westminster, dejan claro que no hay más margen de maniobra. O aprueban un plan ahora, este último presentado por la primera ministra, o tendrá que volver a Bruselas y negociar la prórroga de la cláusula 50 –la que establece los mecanismos y tiempos para la salida de un país miembro- o se arriesgan, con todos los momios en contra, a enfrentar la fecha final -29 marzo hasta ahora- sin acuerdo con la Unión Europea.

El peor escenario para el Reino Unido es justamente este último; romper abrupta y tajantemente con la Unión, sin acuerdo aduanal –uno de los puntos clave del acuerdo de salida– sin mecanismos migratorios, incluso, sin intercambio en materia de seguridad. Sume usted a ello, el enorme intercambio comercial y de ciudadanos entre la isla y el continente. Sería un desastre. Sin embargo hay unos radicales a favor de esta ruta, para conseguir –en su estrecha visión– la auténtica y valiosa independencia que la Gran Bretaña ha perdido frente a su alianza con los europeos.

Mientras tanto en Londres el clima financiero, comercial y monetario se mantiene en suspenso. Contratos, inversiones, intercambios están on hold –detenidos, congelados– en espera del desenlace.

El gobierno de la señora May ha resultado insuficiente para satisfacer a todos los sectores. Prácticamente imposible para cualquier gobierno. La sola idea de un nuevo referéndum asusta a muchos, quienes aseguran existen estrategias externas para desestabilizar al Reino Unido, dividirlo y provocar caos. Mientras más sabemos de la intervención rusa en las elecciones estadounidenses (2016), de la conflictiva relación en la OTAN a causa justamente del gobierno del señor Trump, de la compleja, ríspida y con frecuencia tensa relación entre Moscú y Bruselas, no resulta extraño dar cabida a quienes afirman que desde el Kremlin se diseñaron y patrocinaron múltiples esfuerzos para desestabilizar a quienes eran considerados sus oponentes o adversarios.

A estas alturas parece imposible dejar de reconocer que la Gran Bretaña abandonará la Unión Europea, a un costo comercial, económico y financiero aún difícil de establecer.

Lo que ignoramos aún es si esa salida se dará en el marco civilizado de un acuerdo que establezca rutas de colaboración, comercio e intercambio. Si se rompe esa posibilidad, estaremos frente a una confrontación diplomática y comercial sin precedentes en la postguerra.

Jeremy Corbyn líder de la oposición Laborista, ha intentado ya empujar hacia la celebración de nuevas elecciones generales, para aprovechar la coyuntura y derrotar a los conservadores en el gobierno y recuperarlo para su partido. Pero a diferencia de Tony Blair (1997-2007) o sus sucesor Gordon Brown (2007-2009), los últimos dos primeros ministros laboristas, Corbyn representa al sector de izquierda radical en el partido, y su llegada al poder impactaría seriamente el espectro político, económico y social del Reino Unido.

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