El Globo

Más tregua y rehenes, ¿y luego?

La guerra y el control territorial como único recurso sólo producirán más tensión, conflicto, sangre y la renovación generacional del encono y la venganza.

Dos días más de tregua y cese al fuego acordaron ayer Hamás y el gobierno de Israel gracias a la intervención de varios actores, entre ellos el gobierno de Qatar.

La tregua de cuatro días hasta ahora ha sido efectiva y útil.

Se han intercambiado, hasta ayer, 58 rehenes (hombres, mujeres y niños), que han podido reunirse con sus familias, a cambio de 117 prisioneros palestinos de cárceles en Israel.

Adicional a esta cifra, Hamás ha liberado a 19 extranjeros, rehenes que provenían de otros países y nacionalidades.

Al tiempo que este intercambio sucede y se detienen las bombas y los disparos, la Unión Europea realiza una cumbre para la paz permanente, en Barcelona, con la asistencia de ministros de la Liga Árabe de Naciones, junto a representantes europeos.

Con un día de trabajos, la iniciativa europea se enfoca en empoderar y fortalecer a la Autoridad Nacional Palestina –el gobierno palestino de Cisjordania– y hacer a un lado a Hamás, grupo radical islámico al frente del gobierno de Gaza.

Todo indica que la negativa rotunda del gobierno de Israel a dialogar o negociar absolutamente ningún término con quienes califica y considera como un grupo terrorista, cerrará el paso para que Hamás y sus representantes sean parte de un potencial acuerdo.

Esta sola condición somete al proceso a enorme presión. El mundo árabe no es monolítico y existen múltiples posturas y expresiones, como en cualquier otro posicionamiento geopolítico.

Jordania, Egipto y, eventualmente, Qatar y Arabia Saudita –todos más cercamos a diálogos continuos y acuerdos vigentes con Occidente– podrán ejercer presión para que Hamás se haga a un lado y permita a la Autoridad Palestina asumir control y formar gobierno en Gaza.

Pero hay otros actores, como Irán, Siria, Líbano –posiciones más radicales y con interpretaciones más conservadoras y rígidas del islam–, que pueden manifestarse en contra de un acuerdo en este sentido.

Israel se ha propuesto la eliminación absoluta de Hamás, con el evidente uso de violencia desproporcionada –incluso sobre población civil en Gaza– para destruir por completo a un grupo terrorista que bien puede rearmarse y reagruparse después del conflicto.

El gobierno de Netanyahu quiere cancelar esa posibilidad. Es, tal vez, su única carta de sobrevivencia política al interior de Israel.

Pero los radicales pueden no aceptar la tutela de Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, a quien consideran un simpatizante de Estados Unidos e Israel.

La disyuntiva no es sencilla. Israel no accederá a un nuevo gobierno con militantes de Hamás en Gaza, y probablemente los palestinos de la Franja rechacen a los palestinos de Cisjordania.

Por lo pronto, la Unión Europea, con la valiosa diplomacia de Qatar –un nuevo interlocutor para Occidente– y Egipto, ha construido el espacio para el diálogo, extendido el cese al fuego y prolongado el intercambio de rehenes por prisioneros.

Es un avance, mínimo en opinión de los radicales islamistas, pero muy significativo para detener la metralla incesante que ha destruido Gaza con miles y miles de pérdidas humanas.

Arabia Saudita y Washington tendrán que ofrecer garantías y beneficios a Irán y también a Gaza para su reconstrucción.

Israel deberá comprometerse a reducir sus asentamientos en las fronteras con Gaza –condición casi imposible para el actual gobierno y sus aliados radicales en el Parlamento israelí– y, más aún, retirar algunos, permitir cruces, reconstruir aeropuerto y puerto en Gaza, para que esa región pueda subsistir económica y comercialmente sin la dependencia asfixiante de Israel.

No se ve fácil, pero tampoco el futuro político de Benjamin Netanyahu al interior de Israel. Nuevas elecciones y la caída del primer ministro parecieran casi obligadas al término del conflicto. Y esto, de forma trascendente, abre luces de esperanza para la construcción de un gobierno más dialogante y pacificador en Israel. La guerra y el control territorial como único recurso –posición actual de los radicales en la Knesset– sólo producirán más tensión, conflicto, sangre y la renovación generacional del encono y la venganza.

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