El Globo

¿Qué parte no entiende?

López Obrador sigue sin entender la gravedad de su discurso, la innecesaria confrontación con un gobierno que le ha brindado un trato respetuoso y cordial.

Y sigue sin entender. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en su constante narrativa de confrontación con Washington, embistió ayer a la DEA (Drug Enforcement Administration), acusándola de “abusiva, prepotente y sin permiso”.

La DEA informó que había penetrado el cártel de los hermanos Guzmán (hijos del Chapo), lo que hoy se conoce como Los Chapitos, para entender, comprobar y trazar las rutas de producción e introducción de fentanilo a Estados Unidos.

El Presidente insiste en que se trata de un tema doméstico para México, pero luego se contradice porque afirma que aquí no se produce fentanilo.

Para Estados Unidos es un tema vital, calificado ya como “seguridad nacional”. En 2022, 108 mil estadounidenses perdieron la vida como resultado de sobredosis en las que el fentanilo estuvo involucrado con otras sustancias.

AMLO se enoja, lanza diatribas, acusa a los americanos, exige explicaciones al Departamento de Estado. Todo esto, justo una semana después de una cumbre de coordinación de acciones conjuntas entre ambos gobiernos para controlar, reducir y neutralizar la producción y cruce de fentanilo a territorio americano, además (agregados del gobierno mexicano) de controlar, disminuir e impedir el tráfico de armas a México.

La conclusión de la cumbre –tal vez la más aterrizada en tareas y objetivos concretos entre ambos países en lo que va de este sexenio– consistió justamente en la formación de dos grupos especiales a cada lado de la frontera para atender estos temas.

Apenas seis días después, AMLO se les va encima con una sarta de calificativos, y dice que ese es trabajo del Ejército, la Armada, la Guardia Nacional y la Fiscalía también –así lo dijo–.

Y entonces las preguntas obligadas son ¿por qué no hacen el trabajo?, ¿por qué no hay embargos, incautaciones, laboratorios desarticulados y grupos arrestados?, ¿por qué no hay acciones concertadas y estrategias?, se deben preguntar en Washington.

En su explosiva conferencia de ayer, López Obrador pareciera defender al Cártel de Sinaloa. Parafraseando sus afirmaciones, uno pudiera inferir que se molesta porque otros –externos, americanos– vienen a comprobar lo que él tanto ha negado: “Aquí no se produce fentanilo”. Pues la DEA acaba de probar que sí.

¿Será esa la causa del enojo?, ¿o será lo que el propio Presidente llama intromisión injerencista de Estados Unidos?

Lo que no entiende el Presidente mexicano es que este ya no es un tema exclusivo de la estrategia nacional contra el crimen organizado –en franco crecimiento y desarrollo, según las cifras oficiales– o de la eficacia a cinco años de distancia de ‘los abrazos y no balazos’.

Este se ha convertido en el tema principal de salud pública para la Unión Americana en materia de estupefacientes, sobredosis y consumo de drogas.

Dos caminos están claramente trazados: la continua negativa de aquí no pasa nada, o la colaboración para contener una avalancha de precursores químicos que matan con extrema facilidad a adictos y consumidores.

Después de la aplaudida reunión de la semana pasada, a pesar del desaire y la delegación americana de segundo nivel que recibió a “todo el gabinete mexicano de seguridad”, en palabras del canciller Ebrard, parecía el primer paso hacia un inicial entendimiento en la materia: trabajemos juntos.

Ayer, después de los ajos y batracios que pronunció el Presidente mexicano en contra de la DEA, Ken Salazar –embajador estadounidense– llegó corriendo a Palacio Nacional a “apagar el fuego”. ¿Fue llamado por su amigou el presidente López Obrador?, ¿asistió de motu proprio al escuchar las candentes declaraciones? No lo sabremos, pero lo cierto es que cada vez resulta más difícil una relación bilateral que se tensa, se hace áspera y llena de recovecos incomprensibles, con un gobierno que se niega a trabajar de forma coordinada.

Un canciller que instruye a sus cónsules a hacer campaña en contra de los republicanos radicales “antimexicanos” –intromisión mayúscula en política interior estadounidense– o un Presidente que un día sí, y otro también, fustiga y lacera una relación esencial para México.

Los motivos pueden ser políticos, ideológicos o hasta electorales, para incendiar a su base morenista, pero en los hechos, este gobierno ha dañado sensiblemente una relación de socios y vecinos, que ha costado muchos años construir, pulir, buscar mecanismos de colaboración y exigir respeto e igualdad.

López Obrador sigue sin entender la gravedad de su discurso, la provocación continua de sus palabras, la innecesaria confrontación con un gobierno que, en los hechos, le ha brindado un trato respetuoso y cordial, a diferencia del antecesor que nos maltrató con creces. Con Trump sí fue a hacer caravanas y besamanos, con la ficticia esperanza de acuerdos benéficos, que concluyeron con decenas de miles de migrantes latinoamericanos atrapados en territorio mexicano.

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