El Globo

La dictadura china

En el vigésimo Congreso del PCCh se eliminó, en los hechos, el sistema de transferencia política hacia una siguiente generación, e instaló, de facto, la dictadura de Xi Jinping.

Cuando Deng Xiaoping (1904-1997), el gran líder reformista chino, inició la transformación del gigante asiático hace poco más de 30 años, tenía claro el panorama del liderazgo colectivo.

Después de décadas de férreo, y con frecuencia sangriento, control del revolucionario Mao Zedong (1893-1976), China requería un gradual nivel de apertura hacia nuevas corrientes y liderazgos limitados en el tiempo por un colectivo poderoso: el Comité Político Central.

Con estas ideas en mente, Deng Xiaoping puso en marcha un poderoso aparato de transformación económica, de instalación de un sistema de mercado al interior de la economía socialista de Estado.

Pero, sobre todo, instaló un componente de transformación política que sirviera como instrumento para evitar el culto a la personalidad, el gobierno unipersonal que concentrara todo el poder en un solo individuo. Deng tenía claro que repetir el caso de Mao traería sólo desgracias y desventuras a su nación.

Por las últimas tres décadas, este mecanismo funcionó. A Deng lo sucedió Jiang Zemin, quien encabezó el partido y el gobierno por una década, y después vino Hu Jintao, quien realizó las mismas funciones por otra década.

La semana pasada, y el último sábado y domingo, presenciamos escenas impactantes en el escenario político chino. La celebración del 20° Congreso del Partido Comunista de China eliminó, en los hechos, el sistema de transferencia política hacia una siguiente generación, e instaló, de facto, la dictadura de Xi Jinping.

Xi lleva 10 años en el poder. Tocaba el turno del paso de estafeta a una nueva generación, para enfrentar los nuevos tiempos y enfocar nuevas estrategias del gigante asiático en un mundo convulsionado, de confrontaciones económicas (China-EU) y militares (Rusia-Ucrania).

Xi Jinping se ha caracterizado por un liderazgo duro, sin apertura, sin tolerancia a otras corrientes del partido, con el regreso a métodos de censura, control, persecución y reducción creciente de libertades sociales: de expresión, de ideas, de reunión, de manifestación pública.

Ahí están los casos de Hong Kong y su gradual transición a un régimen centralizado de control absoluto operado desde Pekín. O el de otras provincias que exhibieron, especialmente durante la pandemia, el absoluto poder y control gubernamental con el cierre de estados y provincias completas durante las etapas de expansión del Covid-19.

La escena más aplastante del congreso sucede cuando el exlíder y copresidente del congreso, Hu Jintao, sentado a la derecha de Xi Jinping, es invitado a salir de la sala por dos oficiales del partido, quienes se aproximan al estrado y lo invitan a abandonar el congreso.

La especulación en la prensa y los medios chinos fue la “delicada salud de Jintao”, quien “se había sentido mal” antes de iniciar la sesión.

El retiro en público, frente a más de 4 mil funcionarios del partido y, especialmente, a cámaras de televisión y medios internacionales –invitados por primera vez al Congreso del Partido Comunista– difunde un mensaje claro e inequívoco: aquí hay un solo líder supremo, que cierra la puerta a otras corrientes del partido y que controla todas las posiciones.

El nuevo Comité Político, presentado el domingo, incluye a siete hombres de lealtad incondicional a Xi Jinping. Son subordinados totales que clausuran dos importantes corrientes en ascenso al interior del partido: las mujeres, que fueron eliminadas por completo, y los jóvenes, corriente asociada o encabezada por el “expulsado” Hu Jintao.

El mensaje de Xi es claro: conmigo y sólo conmigo.

Varios mandos medios e intermedios del gobierno y del partido fueron marginados del congreso, lo que significa su muerte política al interior de China.

Li Keqiang, hasta ahora número dos y hasta ayer primer ministro, ni siquiera tuvo un lugar en el Consejo Político, lo que es leído por Occidente como su caída en desgracia.

Hu Chunhua, fuerte candidato para ocupar una posición importante en el comité, incluso como un probable sustituto de Xi Jinping, por formar parte de la quinta generación, fue eliminado del consejo y del gobierno.

Al más radical estilo estalinista (quien desaparecía, envenenaba o fusilaba a quienes representaban otras corrientes o expresaban la más mínima crítica), Xi Jinping ha realizado una purga en los altos mandos del Partido Comunista y del gobierno.

La notable ausencia del venerable Jiang Zemin (96 años) y el retiro público de Hu Jintao (79 años) establece la dictadura de Xi, quien permanecerá al frente, por lo menos, cinco años más, aunque muchos consideran que se han sentado las bases para un liderazgo de por vida.

Toda corriente de apertura o de conciliación, de incorporación a otras fuerzas emergentes, como las Juventudes Comunistas o las mujeres del partido, han sido reducidas y marginadas al viejo rol de la obediencia ciega y la disciplina.

Xi ha recuperado la línea dura del partido, cerrando toda participación a grupos distintos.

Volvemos a la era del país de un solo hombre, una sola visión, una autoridad superpoderosa, sin contrapesos ni equilibrios que Deng Xiaoping había tratado de evitar para siempre.

Como la historia demuestra, los líderes autócratas sólo traen infortunios, pobreza y desgracias para sus pueblos.

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