Biden se excedió. El presidente de Estados Unidos, la principal potencia militar, política y aún económica del planeta –no por mucho tiempo, según economistas que pronostican a China como la principal economía mundial para 2024–, se extralimitó al señalar que “el presidente Putin debe ser removido de su cargo”.
No es un tema menor que el llamado “líder del mundo libre” haga un comentario de esa dimensión. ¿Es una invitación?, ¿una advertencia?, ¿una solicitud?
Biden es famoso por sus excesos verbales, por decir más de lo que debe, por tropiezos en declaraciones y comentarios en voz baja que son registrados por micrófonos.
Pero en los tiempos que vivimos, después de cuatro años del vociferante irrefrenable de Donald Trump de aquel lado de la frontera, y con nuestro propio merolico palaciego de éste, Biden es casi un niño de pecho.
De cualquier forma, el tema y su declaración, que inmediatamente fue corregida o matizada al señalar que se trataba de un comentario a título personal y no en el contexto de la política exterior de su país, merece una consideración más profunda.
En el actual conflicto con Ucrania, la atroz invasión que ha provocado la pérdida de unas 20 mil vidas –cálculo aproximado y en constante modificación–, el ridículo de Rusia a nivel internacional por su pobre desempeño estratégico y militar ha llevado al Pentágono, Londres, Bruselas, Berlín y París a analizar todos los días los posibles escenarios para concluir la guerra a la mayor brevedad. Y no hay alguno que sea sencillo.
Según círculos de inteligencia en Washington, bajo ninguna premisa y en ningún caso, Putin aceptará una derrota para retirarse pacíficamente a su territorio. Eso no sucederá. Aunque sus tropas y generales –van cinco muertos al frente de divisiones rusas– tengan un pobre desempeño en el teatro de operaciones, Putin no retrocederá. Enviará más soldados, más armamento y empeñará el nulo prestigio mundial que le resta para salir con alguna mediana ganancia de este desastre armado contra Ucrania.
Y ése es justamente el mayor temor de los aliados en la OTAN.
Si Putin no tiene salida, si se siente cada vez más acorralado por las sanciones económicas, por una resistencia furiosa e inesperada de milicias ucranianas en defensa de su país, el presidente de Rusia es capaz de una locura.
¿Qué significa una locura? En lenguaje militar, una medida desesperada para eliminar a su enemigo, disminuir la fuerza de su adversario y minar la confianza en su victoria. Y eso se logra con golpes bélicos aplastantes: el uso de armamento no convencional, químico o nuclear.
Por eso el desliz de Biden es tan grave. Porque alimenta la narrativa de Putin al interior de su país de que el enemigo auténtico es Occidente, porque lo quieren eliminar a él y a su gobierno y controlar a la ‘gran madre Rusia’. Biden se fue de la boca, y tuvo que retractarse al decir que no tenían la menor intención de retirarlo del gobierno.
Este tropiezo exhibe lo que se ha filtrado en los pasillos del Pentágono: una forma de acabar con esta guerra es deponer a Putin y provocar elecciones democráticas en Rusia, algo muy lejano en la situación presente.
La única posibilidad de remover a Putin sería mediante una revuelta interna de sus mandos militares, los generales que pudieran oponerse a esa medida desesperada del presidente para salir con una victoria decorativa de este conflicto.
Hoy se ve imposible la menor rebeldía en el alto mando militar de Rusia, a pesar de la renuncia forzada de ocho generales y del director de Inteligencia Militar antes de la invasión.
Le tienen pánico a Putin, famoso por las desapariciones, encarcelamientos extrajudiciales y métodos más brutales, como el envenenamiento o el asesinato inmediato.
Para colmo, el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, tuvo una misteriosa desaparición por 12 días entre el 11 y el 25 de marzo. Muchos rumores surgieron cuando la cabeza militar de la operación estuvo ausente de juntas con Putin y declaraciones a los medios por casi dos semanas. Y no fue el único. El jefe del Estado Mayor del Ejército estuvo ausente también en los mismos días, Guennadi Guerásimov.
El pasado viernes apareció el ministro en un video borroso frente a sus generales, en un material del que aún se sospecha su autenticidad.
Putin ejerce un control absoluto en las Fuerzas Armadas rusas, y lo ha hecho sentir de forma enérgica en las últimas fechas.
Por ello resulta improbable que Washington o Bruselas apuesten a un retiro forzado a manos de los militares. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea tendrán que buscar y construir otros escenarios de eventual negociación para concluir con el conflicto. Todos ellos, con Putin en el cargo por mucho tiempo más.